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La locura de los patinetes Lime en Madrid: los probamos por si los requisan

Circular por la carretera es peligroso para el que lleva el patinete, mientras que por la acera pone en peligro a los peatones.

Circular por la carretera es peligroso para el que lleva el patinete, mientras que por la acera pone en peligro a los peatones.
En Valencia los han requisado | Lime

Los patinetes eléctricos nunca me habían llamado la atención hasta que se han convertido en el último enemigo de los ayuntamientos. Ahora han despertado toda mi curiosidad. La polémica ha estallado en Valencia y Barcelona porque a sus alcaldes no les ha hecho ninguna gracia que las empresas empiecen a alquilarlos a los ciudadanos. Entonces, han actuado como sólo los políticos saben hacerlo: requisándolos.

Alegan que las compañías no les han pedido permiso para operar y también que están "invadiendo" el espacio público. Por eso, en estos días la Policía está cargando en sus furgonetas todos los patinetes recién llegados que se van encontrando aparcados en las calles de estas dos ciudades.

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En Madrid, el Ayuntamiento de Manuela Carmena está preparando una ordenanza municipal que restringirá la circulación de esta especie de juguetes motorizados para adultos. Sin embargo, los patinetes de Lime, que así se llama una de las compañías afectadas, circulan por Madrid sin que nadie los detenga desde el pasado mes de agosto. Pero que no canten victoria. El nuevo reglamento está a la espera de su aprobación en el Pleno madrileño y puede que alguna cabeza pensante quiera seguir los pasos de Valencia y Barcelona para hacerlos desaparecer... mientras tanto.

Por eso de prevenir he querido probarlos. A ver si luego va a ser demasiado tarde. A pesar de que nunca me he subido ni a uno de esos monopatines de los skaters que se pasan el día grindando bordillos, voy a descargarme la app de Lime para Android.

Comienza la prueba

El sistema de alquiler de estos patinetes eléctricos es muy parecido al de los coches Car2go o al de las bicis Ofo.El usuario detecta el vehículo a través de un GPS que incluye la aplicación, realiza el trayecto, lo paga a través del móvil y lo deja estacionado en la vía pública para que otro usuario lo coja.

Con introducir sólo un número de teléfono Lime empieza a funcionar. Como no estoy entre los afortunados que habitan dentro del anillo de la M30, me voy a buscar mi patinete al Paseo de las Delicias. Mi destino es la calle Hortaleza.

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El patinete de la prueba está mal aparcado

Sorpresa. Está aparcado en medio de un VADO. Es imposible saber si ha sido un usuario despistado el que lo ha dejado allí o si a algún enemigo de estos patinetes le ha dado por boicotearlo y cambiarlo de sitio. Allí me está esperando, entre líneas rojas y señales de prohibido.

Fácil de usar

Siguiente susto. Antes de desbloquear el patinete, la aplicación te informa de que "la Ley" me obliga a llevar casco. ¿Qué Ley? Puede que sea la que todavía no ha aprobado el Ayuntamiento de Madrid, pero el casco no me lo he traído. Viendo que las bicis municipales de Bicimad no exigen el uso de este elemento es incomprensible esta discriminación.

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Otra lista de reglamentos hacen que me plantee coger el autobús o, para perjuicio de la bandera ecologista, el coche. Entre esta lista de instrucciones, que no se pueda ir por la acera es lo que más miedo me genera. Valor.

Con un código QR desbloqueo el patinete y me lanzo a la calle sin saber si el equilibro me abandonará o no. Tras coger un pequeño impulso con el pie, con la mano derecha aceleras y con la izquierda frenas, así de simple. Unos cuantos vaivenes bastan para pillarle el truco al patín. No hace falta ser Bart Simpson, usarlo es muy fácil.

Nada más arrancar, varias personas me paran para preguntarme cómo he alquilado el patinete. Este modelo de negocio ya ha llegado a sus oídos

La jungla de la carretera

Al pisar la carretera es cuando cunde el pánico. Los coches van a toda velocidad y en teoría yo creo que tengo que circular por el carril de coexistencia o ciclocarril. Sí, ese que está entre el carril bus y el carril estándar. Ese que parece tan cerca, pero está tan lejos de la acera.

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Llega a alcanzar los 24 km/h

Las normas de tráfico establecen que por el carril de coexistencia no se puede ir a más de 30 kilómetros hora, aunque los coches van como si fueran a apagar un fuego. Acelero al máximo hasta que el patín llega a coger los 24 kilómetros hora, pero a pesar de que se me haya puesto cara de velocidad, no es suficiente para la jungla en la que me acabo de meter. Decido curarme en salud y continuar el experimento por la acera.

Son las 11 de la mañana. Intento avanzar esquivando a la gente, pero la calle de los peatones está tan llena que me tengo que bajar del patinete si no quiero llevarme a nadie por delante. ¡No puedes ir por aquí!, me increpa un hombre con toda la razón. Al llegar a Atocha ya he visto que ni la carretera ni la acera están preparadas para estos nuevos vehículos, que de momento no vuelan.

Más seguro por la acera

En Atocha las aceras son tan amplias que es muy fácil continuar. Decido darle otra oportunidad al patinete en el Paseo de la Castellana, por eso de su amplitud. Otros viandantes me vuelven a preguntar que cómo se alquila el dichoso aparato, aunque son los niños los que con más deseo miran el patinete. Algunos hasta le tiran de la manga a sus padres para que no se lo pierdan al pasar.

Entro de nuevo en el carril de coexistencia de Castellana y me dura poco la alegría. Los coches, taxis y motos me adelantan indiscriminadamente por la derecha y la izquierda. Lo de la distancia de seguridad no lo aprendieron en la autoescuela. Solo un repartidor de Just Eat y yo nos distinguimos entre los vehículos tradicionales. Él es el primero en subirse a la acera de la derecha. Yo lo intento, pero viene el autobús de la línea 27 a toda velocidad. Sigo acelerando.

Uno de los principales fallos de estos vehículos es que no tienen ningún dispositivo intermitente para señalizar los cambios de dirección que quiera realizar el usuario. Como durante todo el trayecto hay que ir acelerando el patinete, ni siquiera puedes soltar el acelerador para informar con el brazo de hacia donde te diriges.

Voy mirando atrás, y cuando no hay ningún autobús o taxi a la vista, vuelvo a la seguridad de la acera.Entonces, es cuando es posible disfrutar realmente del patinete. En las amplias aceras del Paseo de la Castellana pasas de Neptuno a Cibeles como alma que lleva el diablo, subiendo y bajando los desniveles del trayecto con mucha facilidad. El problema está al llegar a una zona de arena y a otra de empedrado. En el asfalto el patinete se desliza a la perfección, pero en estas superficies el aparato tiembla y da tirones. Por suerte, pasa rápido.

Ni la Policía sabe por dónde hay que circular

Rodeando Cibeles me encuentro con una pareja de Policías Locales. Como me invade el sentimiento de culpa por circular por la acera, me acerco a preguntarles si me estoy jugando alguna sanción. No lo tienen muy claro, pero aseguran que "es peligroso" circular por la ciclocalle que empieza en Gran Vía. "Tienes que ir por la acera a velocidad de peatón", me explica sin mucha seguridad uno de ellos. Si los peatones suelen caminar a unos 5 kilómetros por hora, creo que me he pasado.

La amplitud de la Gran Vía me permite llegar hasta la calle Hortaleza sin problemas. En el camino me encuentro a 4 o 5 usuarios de Lime más y solo una de ellas va por la carretera. No hay más que verle la cara de apuro cuando un autobús tiene que frenar para no embestirla para saber que no estaba pasado un buen rato.

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Como la calle Hortaleza es demasiado estrecha prefiero aparcar el patín en Gran Vía. Es por una cuestión de sentido común, no sé si he hecho bien o mal. Saco la pata de cabra y continúo andado hasta mi destino. Por un trayecto de 2,5 kilómetros que ha durado 26 minutos me han cobrado 4,05 euros. Me quitan un euro por el descuento de bienvenida. Si nada cambia, será difícil que por el centro de Madrid vuelva en patín una segunda vez.

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