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José T. Raga

Mi gozo en un pozo

Cuando el presidente Sánchez nombró ministra de Economía y Empresa a doña Nadia Calviño, reconozco que fui de los que se regocijaron. Pensé que venía avalada por su experiencia en la Comisión Europea.

Cuando el presidente Sánchez nombró ministra de Economía y Empresa a doña Nadia Calviño, reconozco que fui de los que se regocijaron. Pensé que venía avalada por su experiencia en la Comisión Europea.

Ese aval permitía auspiciar decisiones correctas, y seguramente se vería exonerada de proclamaciones absurdas, contradictorias, falsas, sólo para agradar a la galería, engañando a toda la comunidad.

Pues, como reza el título, mi gozo en un pozo. La imagen que hoy tengo de la señora ministra difiere mucho de aquella de la que partía, basado, simplemente, en referencias curriculares.

Sí, lo reconozco, y me entristece; no porque me equivocase –eso le pasa a cualquiera–, sino porque no entiendo que alguien pueda jugarse el prestigio personal y profesional por fidelidad a unas tesis que vienen a contradecir los principios que tantos años ha estado vigilando y persiguiendo.

Por eso me pregunto: ¿merece la pena ser ministra a ese coste? ¿Considera la señora ministra que el superávit presupuestario de Alemania es una necedad, una quimera, que provocará el caos de la economía alemana?

Si no es así, ¿por qué se dispone a forzar el umbral del déficit excesivo para la economía española? ¿Se siente cómoda cuando sus compañeros de la Unión Europea le recuerdan que ese maldito 3% es sólo el límite máximo del déficit, y no el objetivo de la gestión presupuestaria?

Cuando esta misma semana analizaba fortalezas y debilidades de nuestra economía, para evitar alarmas, nos ha refrescado un recuerdo ya olvidado: las debilidades, se nos decía, no son nuestras, se deben al complot judeo-masónico.

Así, nuestros problemas se deben al escaso crecimiento del entorno –parece no haberse enterado del superávit alemán–, al proteccionismo iniciado de mano del presidente de los EEUU y, cómo no, a que está próximo el final de los tipos de interés cero y de la relajación monetaria del BCE.

¿Es posible que a la ministra Calviño no se le ocurra que al volumen de gasto público se le pueden poner grandes reparos? ¿Se atrevería a afirmar, señora ministra, que el gasto público en España alcanza un nivel de eficiencia satisfactorio?

¿Seguiremos sine die en el engaño de identificar gasto público con Estado del Bienestar, y Estado del Bienestar con educación, sanidad y pensiones? ¿Cuántas partidas podrían eliminarse del presupuesto público que, de hacerlo, aumentarían el bienestar de todos los españoles? ¿No se le ocurre que, en lugar de subir impuestos, mejorarían más los españoles y España si se bajara el gasto?

Proclama la necesidad de acometer políticas que garanticen la estabilidad financiera; no puedo estar más de acuerdo, más todavía cuando se avecina el crecimiento de los tipos de interés. Dicho lo cual, ¿puede dormir tranquila sabiendo que la deuda pública española equivale, más o menos, a nuestro producto interior bruto?

Con todo afecto, pienso que estas manifestaciones tienen un coste personal demasiado elevado, no compensado por la gloria de ser ministra.

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