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José García Domínguez

La eutanasia de los ahorradores

Los intereses negativos, esa discreta y silenciosa eutanasia de los ahorradores, están aquí para quedarse.

Todas las grandes empresas españolas ya tienen que pagar si quieren que los bancos les hagan el generoso favor de guardar su dinero en una caja fuerte. Y solo es cuestión de tiempo, quizá de no demasiado, que los particulares también lo tengamos que hacer. Porque los intereses negativos, esa discreta y silenciosa eutanasia de los ahorradores, están aquí para quedarse. Lo estaban antes de que la expectativa generalizada de una nueva recesión comenzase a convertirse en otra profecía autocumplida por la vía del súbito miedo a invertir de los que pensasen hacerlo. Y con mucha más razón lo seguirán estando a partir de ahora. Por lo demás, al igual que no es la bondad del carnicero, del cervecero y del panadero lo que hace que podamos contar con nuestra cena todas las noches, Adam Smith dixit, tampoco resulta ser la maldad de Christine Lagarde y de su antecesor Mario Draghi lo que ha provocado este desquiciado nuevo escenario financiero europeo, algo mucho más propio de la lógica de Lewis Carroll y su Alicia en el País de las Maravillas que de los esquemas mentales propios del capitalismo, al menos tal como lo habíamos conocido hasta ahora. Porque no es una medida ni transitoria ni ocasional, sino todo lo contrario.

Los españoles, como el resto de los europeos, todavía no estamos preparados psicológicamente para asumirlo, pero aquella vieja idea tan arraigada en todos nosotros desde generaciones, la de que las entidades financieras nos premiarán con algo llamado intereses si les confiamos nuestros ahorros, habrá que ir empezando a olvidarla. Y cuanto antes mejor. Y ello por una razón demoledoramente simple, a saber: porque nada hace pensar que las razones económicas objetivas que han obligado al Banco Central Europeo a adoptar una medida tan radicalmente impopular vayan a desaparecer ni a corto, ni a medio ni a largo plazo. Al BCE no lo queda más remedio que seguir haciendo eso que hace, so pena de que los países del Sur, empezando por Italia y España, se declarasen en suspensión de pagos, algo que se llevaría por delante al euro en cuestión de semanas. Si la quiebra de Italia y España no ha ocurrido aún es solo por dos motivos que nada tienen que ver con las políticas económicas aplicadas por los Ejecutivos de Roma y Madrid. Dos motivos que remiten a una decisión política adoptada por Bruselas: la de eliminar el pago de los intereses de la deuda, tanto de la pública como de la privada. Los tipos de interés negativos y las compras masivas de bonos por parte del BCE no son más que el resultado efectivo de la aplicación en la realidad de esa decisión política.

En el fondo, se trata de elegir entre los intereses (en el doble sentido del término) de los millones de ahorradores europeos y la continuidad de la moneda común. Una tensión contradictoria que está llamada a permanecer en el tiempo. El pecado original del euro es que nunca en la Historia ha existido una moneda que no tuviese el respaldo de un Estado detrás. Algo que nos ha abocado en la UE a un problema que no tiene ninguna solución viable. Porque la unión monetaria beneficia sobre todo a Alemania. Pero la unión fiscal, que sería lo que garantizaría la estabilidad de la Eurozona en su conjunto tal como ocurre en Estados Unidos, perjudicaría sobre todo a Alemania, de ahí que se niegue en redondo a siquiera considerarla. Así las cosas, los tipos negativos no son más que una concesión de Alemania a los países endeudados del Sur para tratar de que el euro no se termine desintegrando sin incurrir en transferencias fiscales. He ahí la razón de fondo que avala la idea de que los tipos negativos van van durar años y años. Muchos, muchísimos más de los que nadie imagina. No ahorren, es un pésimo negocio.

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