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¿Qué dice y qué no el último informe PISA?

Desde hace 20 años, España sigue estancada y muy alejada de los países con un mejor rendimiento. En la última edición, eso no ha cambiado.

Desde hace 20 años, España sigue estancada y muy alejada de los países con un mejor rendimiento. En la última edición, eso no ha cambiado.
Un escolar hace sus deberes en Valladolid este martes, día en que se hizo público el informe internacional PISA 2018. | EFE

PISA ha triunfado. No nos referimos a la edición de este año. O a tal o cual parámetro. Sino a la importancia, reconocimiento y relevancia de la prueba que los expertos de la OCDE realizan a los alumnos de los países avanzados desde hace ya veinte años.

Con razón o sin ella, PISA es un referente para juzgar los sistemas escolares de los países ricos. De hecho, la alta o baja calidad de los diferentes modelos se juzga en relación a su nota en la prueba: si estás entre los mejores, tu sistema es bueno; si te quedas por debajo de la media, no cumple los objetivos. Y no es fácil conseguir esa posición: por ejemplo, no hay un PISA de la sanidad, ni de las pensiones, ni de otros servicios públicos (aunque sí hay informes internacionales, ninguno ha adquirido la preponderancia de PISA en su campo).

Hay muchas explicaciones para este éxito. En lo que se refiere a los medios, PISA nos lo pone muy fácil: un listado de países ordenados por notas. Con esa tabla, el tertuliano que todo español (sobre todo los periodistas) lleva dentro es capaz de pontificar sobre las bondades del modelo educativo de cualquier país o comunidad autónoma.

Además, PISA tiene tantos datos, gráficas y comparativas que cualquiera puede encontrar en sus tablas el resultado que reivindique su postura. No hay más que ver cómo, a derecha e izquierda, todo el mundo usa el informe para lanzarlo a la cara del contrario, como la prueba más determinante de que ellos tenían razón. En esto PISA no ha logrado sus objetivos: si la finalidad era llegar a algún consenso, sacar conclusiones aceptadas de forma generalizada o generar un debate más desapasionado… podemos afirmar que ha sido un rotundo fracaso.

La educación siempre ha sido el principal campo de batalla ideológico y tiene lógica que así sea: los dos grandes modelos izquierda-igualdad vs derecha-mérito (y sabemos que este esquema encierra una enorme simplificación que necesitaría un desarrollo muchísimo más largo) encuentran en las aulas su razón de ser. Pensar que PISA podría resolver este enfrentamiento era absurdo. Si acaso, en algunos países (pocos) quizás sirva para una aproximación más tecnocrática al problema o para intentar un consenso de mínimos. No es el caso de España, que lleva tres décadas dándole vueltas a ese Pacto que sirva para 25 años y evite que cada cambio de gobierno traiga consigo una nueva ley educativa. Todos lo dicen y ninguno lo consigue (también es verdad que no parece que nadie lo haya intentado demasiado en serio). Eso sí, cada tres años nos divertimos buscando en las notas de PISA aquella que nos dé la razón.

Dicho esto, sí hay algunas conclusiones interesantes que pueden sacarse analizando los resultados de PISA (aunque los que no estén de acuerdo dirán que quien esto escribe está tan contaminado por sus sesgos como cualquier otro). Aquí van las más relevantes que pueden extraerse de una primera lectura del informe:

1. Dinero y resultados

Los diez primeros países en PISA 2019, en la prueba de lectura, son (no incluimos las ciudades chinas, porque no deja de ser una muestra limitada de un país mucho más grande): Singapur – Estonia – Canadá – Finlandia – Irlanda – Corea del Sur – Polonia – Suecia – Nueva Zelanda – EEUU.

Como vemos, nos encontramos con países muy ricos junto a otros que, en renta per cápita o gasto por alumno, se quedan muy por detrás de la OCDE. Si queremos un titular que lo resuma podríamos decir que el dinero no es lo importante, sino el modelo. Eso sí, es un titular que también necesita matices.

En PISA, como en cualquier otra prueba educativa, la posición socioeconómica de los padres explica parte del resultado de los hijos. De hecho, los autores del informe se esfuerzan por separar este efecto: lo que implica medir no sólo las notas de los alumnos que participan en la prueba sino el porcentaje de esas notas que se puede atribuir a la familia-barrio-colegio al que pertenecen.

Pero al decir que el dinero no importa no estamos hablando tanto del estatus familiar del alumno como del total de gasto (público y privado) en el sistema educativo y su importancia en los resultados generales: en esta cuestión, año tras año, PISA mantiene una constante y es que no hay demasiada relación. Hay que alcanzar un mínimo, eso es cierto, pero todos los países de la OCDE están por encima de esa barrera. Una vez superado ese nivel, lo que marca la diferencia es el diseño del modelo.

De hecho, todos los países analizados son ahora más ricos que en el año 2000, cuando empezaron las pruebas, pero los resultados muestran un preocupante estancamiento en la mayoría de los casos. Desde la OCDE se constata con cierta alarma que, aunque el gasto por alumno se ha incrementado alrededor del 15% de media en los últimos diez años, las notas medias no sólo no suben sino que, si acaso, bajan ligeramente. Es un cambio de tendencia que llama la atención: durante siglos, el crecimiento económico ha ido acompañado de mejoras educativas (era una relación que parecía casi inevitable: si el país era más rico, sus escuelas eran mejores). Ya no lo podemos dar por hecho, al menos en los países más desarrollados.

Esto no quiere decir que cualquier reducción de gasto esté justificada; pero sí que los temas que han ocupado el centro del debate en España en la última década (recortes, alumnos por aula, gasto público sobre el PIB…) quizás no se ocupan de lo más relevante. ¿Que el objetivo general debería ser mejorar los medios a disposición de alumnos-profesores-directores-familias? Por supuesto. ¿Que las principales respuestas estén en el Presupuesto? Ni de broma.

2. Entonces, por qué Estonia

En esta búsqueda de respuestas, Estonia debería ser la próxima estrella de los informes, reportajes periodísticos, artículos y tertulias. Un país con una renta per cápita de nivel medio-bajo (si sólo comparamos con los países de la OCDE, por debajo de la media) y que, sin embargo, supera a todos sus socios de la UE y a casi todos los demás países ricos en la mayoría de las métricas. Finlandia, con cifras un poco a la baja, ya ha pasado de moda (aunque sigue sacando unos resultados que ya quisiéramos otros) y ahora son Estonia y Polonia los referentes.

Eso sí, esto no terminará el debate, ni mucho menos. De hecho, si uno lee en la prensa internacional las explicaciones a estos resultados, se encuentra con todo tipo de argumentos, de los más sensatos a los más extravagantes: los hay que destacan las reformas liberalizadoras en ambos países, otros celebran el conservadurismo del Gobierno polaco (y de su sistema educativo), la libertad de maniobra de los profesores, la equidad de sus sistemas o, ¡incluso!, su pasado soviético. Como vemos, al final cada uno escogerá el detalle que mejor le venga para justificar la conclusión que traía de casa.

Si le preguntan al autor de este artículo qué define a los países que mejor lo hacen en PISA (y no sólo en esta edición), mi respuesta sería que el "rigor": y no entiendan esta palabra como sinónimo de dureza, castigos o disciplina férrea, sino como una forma de explicar que los sistemas con mejores resultados son aquellos en los que todos los involucrados sienten que su trabajo importa, los demás lo valoran y los resultados (buenos o malos) tienen consecuencias. Es decir, lo importante es que políticos, padres, directivos, profesores y alumnos se tomen en serio lo que hacen, empezando por la selección del personal docente y siguiendo por un diseño de la carrera profesional que les incentive a mejorar cada día y no a acomodarse, que otorgue autonomía para aplicar a pie de pizarra lo que se cree que es mejor en cada contexto; que haga que los estudiantes (y sus familias) le encuentren sentido a todo aquello, puesto que sienten lo que aprende en la escuela y su rendimiento tendrán repercusiones tanto a lo largo de toda su etapa formativa como durante su vida adulta.

Como vemos, son muchos factores: en los países asiáticos la competencia por acceder a las universidades de élite, que dan paso a los mejores empleos, es feroz y eso empuja al alza al conjunto del sistema. En los europeos que mejor lo hacen, se habla mucho de autonomía educativa, educación en competencias y flexibilidad en los programas. Y está claro que en esto no importa sólo la ley educativa de turno. Por ejemplo, un mercado laboral que funciona de forma correcta, filtra a los mejores candidatos o premia a aquellos que llegan mejor formados (ninguna de estas características se aplica en el caso español), puede ser un excelente incentivo para que familias y estudiantes presionen para lograr una educación mejor. Si el único objetivo es titularse, porque el filtro es por nivel educativo y contactos, y no por conocimientos, nadie pedirá una escuela de más calidad, sino una que permita superar etapas con más facilidad.

Pero, como apuntaba, ésta es mi opinión. Si leen lo contrario en otro lugar, pueden dar por hecho que también ese análisis se apoyará en datos de PISA.

3. España 2018: ¿se pueden sacar conclusiones?

Este PISA ha sido uno de los que menos repercusión ha tenido en los medios españoles. Y probablemente se ha debido, al menos en parte, a la polémica sobre la prueba de lectura. En algunas regiones, sobre todo Madrid, los resultados indicaban que algo se había hecho mal.

Las quejas del consejero autonómico madrileño apuntaban en varias direcciones: 1. En los centros que hicieron la prueba dirigidos por tres grupos de examinadores (de los nueve grupos que había en total), los errores se multiplicaron (del 6,8% de media de errores en los grupos sin problemas a superar el 30% en aquellos que se ponen en cuestión); 2. Algunos de los resultados más extraños se produjeron en centros de zonas del oeste de la región, con rentas más altas y con resultados en ediciones anteriores de PISA muy por encima de la media regional; 3. Como no todos los alumnos se examinaron de ciencia y matemáticas, pero sí de lectura, los fallos en esta prueba contaminaban las otras dos (porque los resultados de los que no hicieron algún examen se estimaban, en parte, con la referencia de los de lectura).

A partir de aquí, cada uno sacará las conclusiones que mejor le vengan. De hecho, como Madrid es la región que más se ha diferenciado del resto en algunas de sus políticas educativas (por ejemplo, la libre elección del centro) y la izquierda lleva años buscándole las vueltas, el desplome en los resultados de este año se ha celebrado con alborozo en algunos ambientes. El problema es que mientras no haya un mínimo acuerdo sobre lo que ha podido ocurrir, la discusión puede ser eterna.

En lo que respecta al resto de las autonomías, las diferencias pueden ser muy significativas: entre un alumno gallego y uno andaluz o canario las notas de PISA nos dicen que hay hasta un curso y medio de diferencia de nivel. Es una barbaridad que, en un país y con una única ley educativa, haya este salto. Esto demuestra dos cosas: 1. Que no todo se reduce a Logse, Lomce o cualquier otra norma que pueda aprobarse en los próximos años; 2. Que la descentralización que permite el modelo autonómico puede ser una herramienta para significarse para bien y para mal.

Eso sí, mientras se resuelven las dudas sobre Madrid (aunque no es la única, también en Castilla y León hay problemas), no debemos olvidar que las diferencias entre algunas regiones son consistentes desde que comenzaron a hacerse las pruebas de PISA. En las comunidades del sur de España (Extremadura, Canarias, Andalucía, Castilla La Mancha, Valencia) los resultados son muy malos de forma persistente, con niveles que en algunos casos son más propios de países en vías de desarrollo. Es verdad que también son las regiones con niveles de renta per cápita o desarrollo económico más bajo. Pero incluso así, algo está fallando. Estonia no tiene una renta per cápita superior a la de estas comunidades y a algunas de ellas les saca hasta dos cursos académicos de ventaja.

4. Los problemas de PISA

Lo ocurrido en España en esta edición es un buen recordatorio de los problemas que tienen pruebas como PISA.

En demasiadas ocasiones, tomamos sus resultados como si estuvieran grabados en piedra. Hay países en los que un mal desempeño en uno de estos exámenes ha generado un enorme debate, petición de cambios legislativos o críticas al Gobierno de turno. Y otros que se han convertido en reinas por un día en la comunidad educativa o los medios simplemente porque subían unos cuantos puntos de una edición a la siguiente.

PISA no deja de ser una prueba de laboratorio, con todo lo bueno y malo que eso implica. En general, los expertos indican que es un buen test, bien diseñado para descubrir las fortalezas y debilidades de los sistemas educativos. Pero al final se trata de un examen que se realiza en un día determinado y con unas condiciones-características que podrían ser otras. Y esto siempre tiene sus problemas: desde posibles cambios en los resultados en función de cómo se explique, de quién controle las pruebas o de la capacidad del grupo de trabajo que visita los colegios; hasta elementos anecdóticos y muy complicados de controlar, pero que pueden afectar a una región o país como la fecha elegida para la prueba (imaginemos un día de mucho calor, o que cae justo después de los exámenes trimestrales, o tras un parón por vacaciones…) o la similitud entre los problemas de PISA y los usados en las pruebas nacionales. Desde hace años, por ejemplo, hay quien acusa a los países asiáticos de sacar tan buenas notas porque se preparan para estos exámenes: es decir, obligan a los alumnos que van a acudir a PISA a que se ejerciten en pruebas similares a las que se encontrarán en esta prueba, con lo que mejora su rendimiento, necesitan menos explicaciones, van más rápido y tienen menos temor a no saber qué hacer.

Por eso, PISA debería ser una herramienta más y los resultados de cada edición hay que tomarlos siempre con precaución. Lo importante es la tendencia general a 1-2 décadas vista. Y, por supuesto, tener presente que los cambios en una u otra ley (o en uno u otro partido de Gobierno) se harán sentir a medio plazo. En España, por ejemplo, el problema del sistema educativo no es PISA, sino que las notas de este examen encajan a la perfección con el resto de los síntomas: desde la productividad del trabajador español una vez se incorpora al mercado laboral, a las pruebas de destreza y conocimientos para adultos, pasando por las cifras de I+D, patentes, creación de empresas, conocimientos financieros entre la población, uso de idiomas extranjeros… Si todo lo demás funcionara bien, PISA podría ser una anécdota, quizás un recordatorio de que nuestro sistema (más memorístico y menos centrado en eso que ahora se llaman "habilidades") necesita una pequeña puesta al día. No es así. PISA es sólo una señal más.

Lo mismo podemos decir de las notas en esta edición. Más allá del caso de Madrid, los resultados muestran un estancamiento para el conjunto del país y desde hace 20 años, en la parte media-baja de la tabla de la OCDE. En algunas regiones, las notas son muy-muy bajas, al nivel de países mucho menos avanzados, desde el comienzo de PISA y no se ven apenas señales de mejoría. Por ahí no deberíamos buscar excusas. PISA puede no ser perfecto, pero está claro que el sistema educativo español necesita cambios profundos.

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