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Amando de Miguel

La verdadera crisis económica

La economía española, basada en el comercio internacional y el turismo, se va a ver afectada más que otras.

Es fácil convenir que nos encontramos ante un nuevo episodio de las recurrentes crisis económicas que han azotado al sistema capitalista occidental durante los últimos tiempos. Todo el mundo recuerda la gran depresión de 1929, la crisis del petróleo de 1973, la recesión de 2007. Cada uno de tales episodios fue de su padre y de su madre, por lo que se hace difícil una teoría de las crisis económicas. En todos los casos la situación crítica fue inesperada y las consecuencias, más duraderas de lo que al principio se supuso. Ni antes ni ahora existe verdaderamente una autoridad mundial que se haga cargo de la resolución de los problemas que afectan a la población.

Ahora se nos anuncia un nuevo descalabro, que promete ser aún más fuerte que los anteriores y de carácter realmente global, no solo de las economías avanzadas. El error de diagnóstico, que puede agravar su incidencia, es creer que se trata solo de un padecimiento empresarial o financiero. Por tanto, no parecen suficientes las soluciones dinerarias, como la inyección de más crédito, bajar las tasas de interés o los impuestos. Puede, incluso, que desaparezca el dinero, como se extinguió la vida del cheque o la letra de cambio; y hasta los bancos, tal como ahora los conocemos.

La causa del desarreglo actual está en una pandemia incontrolada procedente de China. No es tan mortífera como la peste negra de 1350 o la gripe de 1918. Lo que asombra con el virus de marras es su alta velocidad de contagio. Se nos dice oficialmente que el recorrido de la peste china va a durar solo un par de meses ("o cuatro", precisan las mismas fuentes cautelosas). Pero lo más probable es que su incidencia se alargue en el tiempo, sobre todo sus consecuencias económicas, que son gravísimas. De momento, el contagio de la enfermedad se centra en ciertas zonas industriales o metropolitanas de unos cuantos países. Hay que esperar que, en una segunda fase, se extienda a las zonas con una densidad de población más rala. Esa misma secuencia de las dos olas se vio en la pandemia de gripe de 1918, por razones que se desconocen.

Aunque parezca mentira, los científicos ignoran casi todo sobre la naturaleza y estructura del dichoso virus chino. Pero son evidentes sus efectos en cadena. Poco a poco se van congelando los transportes, la movilidad de las personas, los intercambios económicos. Así no hay modelo económico que resista. La economía de nuestro tiempo se basa precisamente en su fabulosa capacidad de intercambios físicos de bienes y personas. Menos mal que ahora disponemos de la comunicación telemática; de lo contrario la humanidad se extinguiría. El teletrabajo se impone abruptamente a las empresas, las oficinas públicas, los centros de enseñanza. Todo esto nos va a cambiar la vida. De momento, aunque se nos asegure tranquilidad, lo que predomina es el miedo al futuro incierto. La economía española, basada en el comercio internacional y el turismo, se va a ver afectada más que otras.

Se podría pensar que este episodio de la peste china tiene un plazo tasado y que, por lo tanto, pasará pronto. Pero no se descarta el presagio de que el virus de Wuhan vaya a replicarse pronto en otros especímenes con la misma capacidad de contagio. En cuyo caso los sistemas sanitarios actuales, ya desbordados, van a resultar obsoletos; por lo menos no vamos a poder pagarlos con los recursos actuales.

Habrá que diseñar una estructura económica en la que los traslados e intercambios físicos se reduzcan considerablemente. La verdad, no se me ocurre cómo pueda organizarse ese otro mundo que se avecina, salvo por la preeminencia de la comunicación telemática. Sería algo así como otra Edad Media, la que sucedió al Imperio Romano. Ambas fueron muy creativas a su modo. Solo que entonces el tránsito de uno a otro modelo duró siglos; ahora se precipita en años, en meses.

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