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José García Domínguez

¿Quebrará el Estado tras esto?

¿Cederá Alemania con los eurobonos? Quizá, pero solo en el último segundo del último minuto previo al Apocalipsis, nunca una milésima de nanosegundo antes.

Mientras tenemos a la gente entretenida con la guerra de la propaganda entre el Gobierno y la oposición, nadie se quiere plantear, al menos en público, la gran pregunta pertinente a propósito del próximo lustro –como mínimo– en España, que no resulta ser otra que la que encabeza el artículo. El Estado español, ya esté gobernado por socialistas, comunistas, conservadores, liberales, voxistas, mediopensionistas o proveristas, necesita emplear urgentemente entre un mínimo de un 10% y un máximo de en torno a un 20% del PIB si no quiere que la estructura económica de la nación se desmorone como un castillo de naipes antes de seis meses. Y solo será el primer desembolso extraordinario de los que vendrán. Eso, por lo demás, no es discutible. Lo discutible es de dónde va a salir el dinero, primer problema, y cómo se va a devolver a quienes lo hayan prestado, segundo problema. Discutible es de dónde va a salir, cierto, pero no cuáles pueden ser las fuentes posibles de las que al final surja; si es que al final surge, claro. Pues únicamente existen tres.

Veamos. O el dinero procede de nuevas emisiones de deuda soberana del Reino de España, primera posibilidad. O se recauda todo él desde Bruselas poniendo en circulación eurobonos, segunda. O el BCE imprime nuevos billetes con los que se monetice la deuda generada por esas necesidades perentorias de ingresos imprevistos, tercera y última. No hay más. Porque estos días se está hablando mucho en la prensa del MEDE, ese fondo comunitario de rescate para afrontar situaciones de emergencia dentro de la UE que se creó a raíz de la crisis del euro en 2008. Pero el MEDE supone poco más que calderilla frente a un siniestro total como el que ahora mismo vive el continente. Piénsese que está dotado con unos 400.000 millones y que únicamente España puede necesitar este año, solo este año, recursos extraordinarios próximos a los 200.000, esto es, la mitad de lo previsto para la totalidad de los países miembros de la Unión. Ahí, como se ve, no hay mucho que rascar. ¿Imprimirá, entonces, dinero al por mayor el BCE para financiar la totalidad de esa deuda? Seguramente sería la mejor solución (se han explicado en algún artículo anterior los motivos), pero Lagarde no lo hará. Al menos, no para cubrir su totalidad ni tampoco la mayor parte del renovado pasivo estatal.

Y ello por la simple razón de que los Tratados de la Unión Europea prohíben de forma expresa que tanto los bancos centrales nacionales como el Banco Central Europeo compren de forma directa deuda soberana de los Estados miembros. Por tanto, antes habría que cambiar la letra de los Tratados, empresa probablemente más complicada que la de tratar de modificar la órbita de rotación de la Luna. El BCE, cierto, ha empezado –desde el pasado 18 de marzo– a incurrir en la heterodoxia de, a través del llamado Programa de Emergencia contra las Pandemias, emplear 750.000 millones de euros en la compra de bonos de los Estados (siempre en el mercado secundario), sin, y ahí reside la gran novedad, respetar las proporciones de capital de los países en el capital del banco. Lo que significa que todo el dinero, todo, podría ir a España e Italia. El BCE irá lejos, mucho, pero no tanto como para incumplir los Tratados. Entonces, ¿recaudará el Estado vía emisiones soberanas el grueso de lo necesario? Con toda seguridad, no. Conseguirá, claro, captar algún ahorro privado, pero le será imposible llegar a los objetivos marcados. Así las cosas, ¿cederá Alemania con los eurobonos? Quizá, pero solo en el último segundo del último minuto previo al Apocalipsis, nunca una milésima de nanosegundo antes. Al final, tendremos un híbrido algo caótico a base de una mezcla de las tres posibles fuentes. Sea como fuere, habrá, y la emita quien la emita, toneladas y toneladas y más toneladas de nueva deuda pública europea negociándose en los mercados dentro de nada. Una deuda enorme, inmensa, descomunal, oceánica, que no se podrá pagar. Y como no se podrá pagar, no se pagará nunca. Jamás de los jamases. ¿Quebrará el Estado después de esto? No, porque no devolverá el dinero a sus acreedores. Pero de eso hablaremos en la próxima columna.

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