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José García Domínguez

Nadie pagará las deudas de esta crisis

El colapso económico planetario provocado por el virus va a dar lugar a un inmenso, inabarcable, descomunal océano de deuda soberana emitida por los Estados.

Decíamos ayer que el colapso económico planetario provocado por el virus va a dar lugar a un inmenso, inabarcable, descomunal océano de deuda soberana emitida por los Estados. Una deuda tan inmensa, inabarcable, descomunal y oceánica que será completamente imposible pagarla cuando llegue el instante de su teórico reembolso. Y es que las deudas que no se pueden pagar, simplemente, no se pagan. No se pagan y punto. Fue así durante toda la historia pasada de la Humanidad y, nadie lo dude, seguirá siendo así durante todo el tiempo que le quede por delante a nuestra especie en el planeta, si es que alguno le queda. A propósito de ese asunto, el de no pagar, los antecedentes inventariados de la era contemporánea, que son muchísimos, al punto de que dieron para componer un tratado célebre que acabó en las listas de best sellers mundiales (Esta vez es distinto, de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff), nos informan de que los Estados recurren a básicamente cuatro vías que, al final, acaban conduciendo siempre a lo dicho, o sea, a no pagar. Cuatro vías que conviene conocer porque, tampoco nadie lo dude, serán las que en el futuro inmediato se volverán a utilizar por los emisores de bonos con el resultado último que figura en esos viejos y aburridos libros de historia económica que cualquier ahorrador que hoy esté pensando invertir en deuda pública debería leer tres veces y subrayar otras tres antes de soltar su dinero.

Sin duda la más honesta e ingenua de todas ellas es tratar de pagarlas pese a lo imposible del empeño. Es lo que hizo el Imperio Británico cuando, tras meterse en líos bélicos que ahora no vienen a cuento, se encontró con una deuda del 200% del PIB allá por 1815. Querían pagar y lo intentaron. Pero lo que no puede ser, no puede ser. De ahí que un siglo después, en 1914, cuando las vísperas de la Gran Guerra, la deuda nacional del Reino Unido todavía fuera de un 70% del PIB. En cien años, pagando religiosamente todas las cuotas de amortización del capital más los intereses, un país tan rico y en constante crecimiento económico únicamente consiguió devolver bien poco más de la mitad del dinero exigido por sus prestamistas. ¡En cien años!

Una segunda vía, parecida a la anterior, para no pagar las deudas que en cualquier caso tampoco se podrían pagar es la de dejar claro de entrada que nunca se pagarán. Es lo que hace, por ejemplo, Japón, que ahora mismo arrostra una deuda soberana muy similar a la inglesa del siglo XIX, en torno también al 200% del PIB, y que todo el mundo sabe que no pagará nunca. Simplemente, emite nueva deuda con la que amortiza la anterior cuando vence, y así hasta el infinito.

Pero Japón lo puede hacer porque los ciudadanos japoneses, que son quienes la compran, aceptan ese juego, entre otras cosas, porque se fían de su Estado.

Hay una tercera manera muy recurrirá de no pagar lo que no se puede pagar, una manera ciertamente sencilla: conseguir de algún modo que el dinero adeudado no valga nada. Y solo hay un modo de lograr eso: provocando inflación. Es lo que hizo Francia, aunque no sólo Francia, tras la Segunda Guerra Mundial. Gracias a la inflación, una subida general de precios que alcanzaría un 50% anual a lo largo de cuatro periodos seguidos, entre 1944 y 1948, De Gaulle logró reducir la deuda desde un sideral 273% de la renta nacional hasta el nivel del 47% que figuraría en el año 48. Eso sí, el precio fue arruinar a decenas de miles de pequeños ahorradores franceses, la mayoría de ellos de avanzada edad, que habían empleado los ahorros de toda su vida en deuda de la República.

Y existe, en fin, una cuarta fórmula canónica para no pagar lo impagable, a saber: que los acreedores te perdonen generosa y solidariamente la deuda. Es lo que le ocurrió a Alemania, la muy austera y exigente Alemania, durante dos veces consecutivas. Dos a falta de una. Pero de eso irá la próxima columna.

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