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Cristina Losada

Qué es peor para la economía

Oponer salud y economía como si fueran metas excluyentes es una mala caricatura que sólo sirve para confundir.

Oponer salud y economía como si fueran metas excluyentes es una mala caricatura que sólo sirve para confundir.
Un hombre ataviado con una mascarilla pasa por delante de una terraza recogida de un bar. | EFE

Hay algunos dilemas a los que nos enfrenta la pandemia que no son lo que parecen. Es el caso del que opone radicalmente la reactivación de la economía a la protección de la salud. ¡O la economía o la vida!, dicen los que plantean una disyuntiva en la que si eliges una de las opciones, debes descartar la otra. Pero es un falso dilema. Subsistir largo tiempo en ausencia de actividad económica es imposible. Creer que sí se puede está aproximadamente en el mismo rango de fantasías que creer que el dinero crece en los árboles –hay quienes piensan como si lo creyeran– o que basta con que los sabuesos de la Agencia Tributaria encuentren el rastro de los cofres llenos de billetes de los Tíos Gilitos locales para disponer de los fondos necesarios para todo.

Oponer salud y economía como si fueran metas excluyentes es una mala caricatura que sólo sirve para confundir. Y hacer demagogia. No es lo uno o lo otro; es lo uno y lo otro. Habrá que compaginar. Hacer compatible la contención de la epidemia con la recuperación de la actividad económica, de modo que ninguno de los objetivos anule –o haga fracasar– al otro. Pero si tenemos de un lado a los partidarios de suprimir toda actividad económica durante más tiempo –suprimirla para siempre es lo que más les gustaría–, del otro nos encontramos con los que quieren la reactivación plena ahora mismo, sin esperar una décima de segundo más.

Su impaciencia es comprensible. Hay en este instante muchos sectores, muchos comercios y negocios cuyos propietarios no saben si van a tener que tirar la toalla, si podrán sobrevivir y si tendrán para vivir tanto ellos como sus empleados. Naturalmente hay gente a la que nada importa la suerte de estos propietarios. Suele ser gente que tiene un gran rechazo a la propiedad, siempre que sea ajena. Pero, fuera de ese sector irrecuperable, se entiende la impaciencia de los que están viendo cómo toma cuerpo el espectro de su ruina. Claro que también los impacientes tienen que entender.

El coste de apresurarse puede ser muy alto. El riesgo de que aparezca la temida segunda ola estará ahí durante un tiempo, pero sin restricciones y sin precauciones, aumentará. Con un nuevo brote, con más víctimas y más hospitalizados, poca duda hay: se volverá a la estrategia de confinamiento. Podrá estar más localizada, pero no dejará de ser costosa. Lo cual da pie a la pregunta: ¿qué causa más daño a la actividad económica? ¿Un confinamiento prolongado o una serie en zigzag alternando cierres y reaperturas? Es posible que no se pueda calcular. No siempre sabremos cuál es el menor de los males.

La pregunta, sin embargo, ya está superada. Tanto aquí como en otros países que confinaron, se ha elegido una vía intermedia. El confinamiento no se alarga tanto como querrían los epidemiólogos, favorables a esperar a un número de reproducción del virus próximo a cero, pero tampoco se levanta de golpe. Es un camino de prueba y error. De momento, nadie descarta el retroceso. Interesa, también y especialmente a la economía, que no lo haya.

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