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Jesús Gómez Ruiz

Cambios, interés e inflación

Del reciente repunte de la inflación en la zona euro, especialmente en Portugal, Irlanda, Holanda y España, se han dado explicaciones diversas: el precio del petróleo, las vacas locas, la rigidez estructural, etc. Pero pocas veces se habla de la debilidad del euro. Nuestros políticos aceptan alegremente un euro débil porque, según dijo ayer D. Cristóbal Montoro, Europa vive de las exportaciones y un euro fuerte haría perder competitividad a la industria europea. Desde que alcanzó su máximo en enero de 1999 (1,20 euros por dólar), a día de hoy, el euro ha perdido un 25% de su valor respecto del dólar. La depreciación respecto de la moneda japonesa ha sido similar.

Pretender que una moneda pierda la cuarta parte de su valor en el cambio extranjero sin que ello repercuta en los precios interiores tarde o temprano, equivale a creer que un país será tanto más próspero cuanto más depreciada esté su moneda. Es el dogma que sostuvieron la mayoría de los países sudamericanos en la década de los 80, con los resultados que todos conocemos: hiperinflación y miseria. En la otra cara de la moneda se encuentran países como Alemania y Suiza, prácticamente los únicos que revaluaron su moneda después de la 2ª Guerra Mundial.
La prosperidad de un país o de un área económica no depende de las manipulaciones en el tipo de cambio o en el tipo de interés de su moneda, sino, más bien, de la estabilidad de su moneda y de la productividad de su economía, que a su vez depende de una adecuada dotación de capital físico y humano y de un marco legal compatible con la actividad empresarial.

Pero si se pretende acelerar el ritmo de esa prosperidad reduciendo los tipos de interés y dejando que la moneda se deprecie –en lugar de acometer reformas estructurales y liquidar los proyectos de inversión menos rentables–, cuando los precios interiores comienzan a subir y la ventaja comparativa de la devaluación se convierte en desventaja, sólo caben dos opciones: seguir reduciendo tipos de interés y depreciando la moneda sin acometer liquidaciones y reformas estructurales (el caso de Japón), lo que desemboca tarde o temprano en una hiperinflación, en la destrucción de la moneda y en el colapso de la economía... O aceptar la realidad, esto es, subir o mantener los tipos de interés, liquidar proyectos no rentables y aceptar un breve periodo de recesión, manteniendo estables los precios y el cambio exterior.
El BCE ha optado, de momento, por enmendar errores pasados y no ceder a las presiones favorables a una rebaja de tipos, siguiendo la estela de la FED. La falta de firmeza del BCE en 1999, cediendo a las presiones de alemanes y franceses, provocó el hundimiento del euro. Es preciso recordar que el petróleo y las materias primas se pagan en dólares, no en euros, mal que nos pese. Y Europa, como toda economía industrial, importa materias primas en gran escala.

No cometamos la insensatez de quitarnos las zapatillas con el pretexto de ir más ligeros en el maratón internacional por el progreso y el bienestar. Puede que vayamos más rápido los primeros kilómetros. Pero el maratón es una carrera de fondo, donde sólo ganan los que administran prudentemente sus fuerzas y recursos. De nada nos sirve ser los primeros en el kilómetro cinco si hemos de abandonar con los pies llagados en el kilómetro seis.

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