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Jesús Gómez Ruiz

El timo de la armonización

Las subidas de impuestos siempre han sido muy impopulares, y a lo largo de la Historia los gobernantes han tenido que derrochar imaginación, coacción, violencia y disimulo para conseguir imponerlas a los ciudadanos. Unas veces el pretexto ha sido la guerra, otras la construcción de infraestructuras y la dotación de servicios sociales, también el déficit exterior, la salud, el medio ambiente, etc.

La táctica de imponer altos gravámenes a los bienes de consumo es tan vieja como la propia institución del gobierno. Sin embargo, esto no se puede hacer con todos los bienes. Solamente con aquellos que tienen lo que los economistas llamamos una demanda muy inelástica, esto es, una demanda masiva y muy malos sustitutivos; porque en otro caso los consumidores disminuirían sensiblemente su demanda de ese bien, lo que redundaría con toda seguridad en un descenso de la recaudación. Salvando las distancias, la táctica del recaudador de impuestos tiene que asemejarse a la del salteador de caminos: debe situarse en aquellos tramos de la ruta que sean imposibles o muy difíciles de eludir si no quiere que los viajeros den un rodeo para esquivarle. Tal es la razón por la que artículos como el trigo en la antigüedad, y el tabaco, el alcohol, los carburantes y los vehículos en la actualidad, "gozan" del privilegio de soportar impuestos especiales.

Sin embargo, los gobernantes deben ser muy cuidadosos a la hora de elegir el momento y el pretexto para elevar o imponer nuevos tributos a esa clase de bienes. Recuérdense si no las consecuencias para Inglaterra del impuesto sobre el té en sus colonias americanas.

Por ello, es de todo punto necesario recurrir a cortinas de humo para hacer más tolerable la nueva exacción. En lo que toca al tabaco y el alcohol, el pretexto siempre ha sido velar por la salud del consumidor. Pero esta es una excusa tan manida y tan hipócrita que ya nadie se la cree, ni siquiera los que aún piensan que el Gobierno es una especie de entidad benéfica, sede de toda racionalidad y moralidad.

Luego es necesario inventar otra excusa para hacer más llevadera la nueva carga. Y los burócratas de la Unión Europea la han encontrado: se trata de la "armonización" fiscal. El esquema de razonamiento es el siguiente: la Unión Europea es algo incuestionablemente bueno. Para que la Unión Europea prospere, es necesario que en todo el territorio imperen las mismas leyes y el ordenamiento fiscal sea el mismo para todos los países. La única forma de conseguir una fiscalidad uniforme o "armónica" es que los países más "atrasados" y menos voraces fiscalmente se equiparen con los más "avanzados", esto es, con los más voraces. Todos sabemos que los países con un mayor nivel de desarrollo son los que "gozan" de una fiscalidad más elevada. Debe ser por eso seguramente por lo que los países del este gozaban de unos niveles de desarrollo tan elevados.

Naturalmente, a ningún burócrata se le ha ocurrido que los países más "avanzados" en este sentido se "armonicen" con los menos avanzados. Eso sería "retroceder" en la senda del "progreso" (progreso hacia el socialismo, claro).

Como el timo de la armonización ha dado buenos resultados en lo referente al tratamiento fiscal del ahorro y de las rentas del capital, ahora quieren emplearlo con el tabaco. Nada menos que 71,7 pesetas más por cajetilla va ingresar el fisco español para ponernos "a niveles europeos". Aun a riesgo de ser expulsado del "paraíso" europeo por traidor a la causa europeísta, yo preferiría, en lo que a fiscalidad se refiere, que nos pusiéramos al nivel de Hong Kong o de Singapur, países que, como todo el mundo sabe, no pueden compararse con Europa en nivel de desarrollo y renta per capita, a causa de lo excesivamente bajos que son sus impuestos.

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