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Jesús Gómez Ruiz

Marxismo-leninismo posmoderno

Después de la caída del muro de Berlín, pocos intelectuales se atreven a condenar abiertamente el capitalismo y sus instituciones. El éxito del mercado ha sido tan rotundo que no les queda más remedio que respetarlo, aunque sea con la boca pequeña. Sin embargo, con frecuencia se trata de una mera fórmula de cortesía, de la que se ha de prescindir cuando se quiere ir "al grano".
Un claro ejemplo de esta táctica lo ofrece el artículo que firman J. A. Marina y María de la Válgoma “Esclavitud y globalización”, publicado en El Mundo del pasado viernes. Los autores recurren a la cochambrosa técnica de la amalgama, encaminada a exacerbar la compasión del individuo para anular su capacidad racional; técnica empleada hasta la saciedad por comunistas y verdes, y que me recuerda las clases de religión los jesuitas "comprometidos" de mi juventud, donde pasaban filminas y fotomontajes de "escenas de desigualdad y opresión", con fotos de rascacielos rodeados de precarias chabolas.

Los autores pretenden establecer una relación de causa-efecto entre la globalización y la explotación sexual de mujeres y niños del tercer mundo en los países occidentales. Citan como ejemplo una investigación realizada por tres autoras tailandesas, quienes afirman que el 28% de los ingresos de los hogares del norte de Tailandia procedían de hijas ausentes, muchas de ellas prostitutas. Según parece, muchos padres venden a sus hijas para comprar bienes de consumo como televisores en color y vídeos. Pero en lugar de culpar de estas terribles prácticas a los usos ancestrales de esa parte del mundo –que la cultura occidental aún no ha conseguido erradicar— los autores culpan al mundo occidental de "destruir" la armonía de una cultura milenaria sin sustituirla por otra aceptable, excitando su deseo por bienes de consumo que –según los autores— no necesitan.

Citan también a Kevin Bales en apoyo de sus tesis, quien sostiene en su libro La nueva esclavitud en la economía global que "La trata de mujeres ilustra perfectamente la naturaleza del mercado de la economía global. En muchos aspectos las mujeres son la mercancía perfecta. Existe la demanda y la oferta acude a aquellos lugares donde hay mayor demanda. Se despliega ingenio e iniciativa para satisfacer las necesidades de los clientes. Se genera mucha riqueza y se crea empleo. El hecho de que los objetos de este mercado sean seres vivos de carne y hueso y no artículos manufacturados es una cuestión que no importa lo más mínimo a los mecanismos impersonales del mercado. Si hubiera un argumento para no confiar en el mercado como árbitro de nuestro destino, éste es ciertamente uno".

Es difícil decidir si esta sarta de insensateces es producto de la necedad o de la mala fe; probablemente se deba a una mezcla de ambas. La esencia del mercado es el intercambio voluntario entre personas libres que no atentan contra la vida, la libertad ni la propiedad de otros. Identificar al mercado con el patio de Monipodio por el hecho de que allí se realicen transacciones basadas en actos ilícitos equivale a confundir la violación con la unión sexual de dos personas que se aman.

Esta actitud denigratoria de la sociedad abierta sólo puede explicarse por un deseo oculto de estos filósofos y moralistas de imponer sus criterios éticos, no por la vía de la persuasión y el intercambio, sino de la coacción, física o psíquica. Léase si no lo que escriben Marina y de la Válgoma: "La historia nos demuestra que las reivindicaciones de las gentes desdichadas sólo se han conseguido mediante movimientos sociales poderosos, lentos y a veces trágicos. ¿No podríamos, por una vez, acelerar el proceso para evitar el dolor? ¿No podríamos tomar la iniciativa los privilegiados, sin esperar a que se desencadene la tormenta de la desesperación? Ojalá nos dejáramos guiar por una inteligencia creadora, compasiva y generosa, que está al alcance de todos".

Marx y Lenin decían cosas muy parecidas. Alababan la capacidad del mercado de satisfacer las necesidades de la gente, pero lo consideraban imperfecto porque no respondía a su modelo ideal de sociedad, la hermandad "perfecta" y "desinteresada". Por eso había que "acelerar el parto"... ¿y quién mejor que ellos, que estaban en comunicación directa con las "fuerzas de la historia", para realizar esta tarea?

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