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José T. Raga

Cuando el objetivo es el poder

Que aumente la productividad primero y después reduciremos la jornada. ¿O es que los cierres empresariales son por exceso de productividad?

A la hora de titular las líneas de hoy me he preguntado si el objetivo en el que estoy pensando es el poder en cuanto tal o quizá el mandar, para que los demás obedezcan o, en caso contrario, castigarles según lo establecido.

Situado en nuestra España 2021, y en nuestro Gobierno, he preferido concretar mi sentimiento en el poder, que no pasa de ser una facultad que puede ejercerse o no, en vez de en el mandar, que implica el hecho de imponer, que supone obligar o prohibir una acción a quienes deben obedecer.

El presidente del Gobierno, en cuanto tal, tiene el poder, es decir la facultad de imponer, pero nos está demostrando que en pocas ocasiones se ha visto mandando según su voluntad y criterio, caso de tenerlo. 

Quizás él mismo nunca pretendió mandar, y siempre le bastó con tener el poder, que es el que se ostenta con toda la parafernalia propia del caso: Falcon, escoltas, palacios, vacaciones en fincas solariegas del Estado, etc. Sin embargo, a la hora de mandar, basta con que alguien le muestre ese papel –su Carta Magna– que firmaron para la investidura, y la facultad de mandar, que corresponde al poder, se desvanece en cenizas.

Para mandar se requieren conocimientos contrastados del objetivo que se persigue. No bastan los catecismos ideológicos, que se repiten cual liturgia vacía, sino experiencias de lo que el mando persigue. Esa y no otra era la razón de que Churchill afirmase que la política era cosa de personas mayores.

Estamos en estos momentos en unas turbulencias en el mercado de trabajo como pocas veces en nuestra historia. Ello, pese a que el desempleo crece desmesuradamente, aunque se encubra bajo denominaciones diversas. 

Dos, al menos, son los pivotes sobre los que se asienta la polémica: la ministra de Trabajo –mejor sería ministra del Paro– y el diputado Errejón. La primera, regulando más y más el mercado laboral, con consecuencias nefastas para el empleo y para la economía; el segundo, como oráculo de la semana laboral de cuatro días. 

¿Acaso no han visto que cuando han disminuido las horas de trabajo se ha reducido el PIB en un 12% anual? Aquí no hay milagros. ¿Qué es el PIB? Sencillamente, la suma de bienes y servicios producidos durante un año por los residentes de un país. Si lo mejor, según el Gobierno, era estar en casa, aunque fuera por salud, menos horas trabajadas generarán menos producto, que es la verdad estadística confirmada. 

El señor Errejón asegura que, al disminuir las horas, aumentará la productividad/hora. ¿Lo ha experimentado en sí mismo? Mientras tanto, no empecemos la casa por el tejado: que aumente la productividad primero y después reduciremos la jornada. ¿O es que los cierres empresariales son por exceso de productividad?

La productividad, en España, es la gran asignatura pendiente. ¿Por qué, quien mande, no se ocupa de esto, renunciando a marear con ideologías generadoras de pobreza y desesperación?

En Libre Mercado

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