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Enrique Navarro

Huelga de hambre en la hostelería

Nuestra riqueza depende de que la gente se sienta segura para viajar.

Nuestra riqueza depende de que la gente se sienta segura para viajar.
Terraza recogida de un bar cerrado durante la entrada en vigor de las nuevas restricciones. | David Zorrakino (Europa Press)

El pasado domingo, Alfonso Beltrán, al que conozco personalmente, hostelero de Torrijos en Toledo comenzó una huelga de hambre para reclamar la atención sobre la situación que está atravesando la hostelería en España como consecuencia de la covid-19 y de las medidas de limitación del ejercicio de la actividad impuestos por los distintos gobiernos para controlar el alcance de la epidemia.

No quiero entrar en la situación concreta del sector de la hostelería y restauración que incluye desde hoteles que cada año se inundan de turistas extranjeros y nacionales, nuestra principal fuente de riqueza, a las casas rurales, el mejor invento contra la España vaciada, que no obedece a ningún reglamento administrativo, sino al espíritu emprendedor de aquellos que heredaron una casa y que vieron una oportunidad para tener una vida mejor o que simplemente huían de las ciudades. Los restaurantes a los que invita a su esposo a celebrar su aniversario, o donde se junta con sus amigos; ese bar de la esquina donde se toma unos churros por la mañana mientras escucha las noticias matinales o ve a su equipo perder ese partido trascendental; esa estación de servicio que cada noche acoge a miles de camioneros cegados por los faros, que no faltan cada día a su cita con los mercados y las tiendas. La carne o la fruta no la traen los Reyes Magos, sino los transportistas, autónomos, muchos de ellos sin horarios; ellos sí que son la mano invisible que decía Adam Smith. Los guías de turismo, las líneas aéreas etc. Todo gira alrededor de un destino final en el que comer y dormir, y todo esto supone casi el 20% del PIB.

El grito desgarrador de Alfonso no es contra un determinado gobierno, ni siquiera contra las medidas que resulten necesarias para controlar la epidemia; está apelando a nuestras conciencias y sobre todo a nuestro sentido común. Lamentablemente a España le ha tocado la china, nunca mejor dicho; vivimos del sector más dañado por el coronavirus; no somos la industrial Alemania o Corea. Nuestra riqueza depende de que la gente se sienta segura para viajar.

Son muchas las voces que reclaman la necesidad de un cambio de modelo; se empeñan en reducir el peso del turismo en la economía, y en general de los servicios de bajo valor añadido, reemplazados por las nuevas tecnologías: la inteligencia artificial, los nuevos materiales etc. Emprender este camino es muy fácil, otros muchos países lo han hecho en el pasado.

El primer paso es tener un modelo educativo competitivo y puntero; en Corea los niños de siete años aprenden a programar, y tienen que dar el callo para llegar arriba; y nosotros, por mucho empeño que pongamos en las tecnológicas, seguimos formando a nuestros jóvenes para ser camareros, no físicos nucleares.

El segundo paso es ahorrar para invertir; la tecnología es muy costosa, y sólo hay que ver cuánto invirtieron durante décadas los países más avanzados en capital para darse cuenta de que sólo gastando menos en otras partidas y ahorrando se puede acumular suficiente capital para crear estas empresas.

Y lo tercero que necesitamos, es un esquema fiscal que incentive la instalación de estas empresas en España, y a eso hay que sumar el coste de la energía, la regulación del suelo etc. Es decir no damos una derechas para cambiar el tan denostado modelo que nos ha llevado a ser uno de los países más felices del mundo.

En definitiva, decidimos ir en una dirección pero con los pasos que damos nos alejamos de ese destino, así que nos queda lo que nos funciona. Venecia, Florencia, París, Brujas, Toledo, Granada no necesitan cambiar su modelo productivo, porque funciona el que tienen, y esto es la economía, aprovechar los recursos de la mejor manera.

Pero lo realmente importante de la huelga de este nuevo Andrés Torrejón, es el mensaje que contiene. Este bello país de 47 millones de habitantes, tiene apenas un millón trescientos mil empresarios y como dos millones de autónomos sin empleados. Gracias a que existen personas como Alfonso y otros muchos como él, este país está vivo. Esta pequeña comunidad genera los recursos para pagar a los diez millones de pensionistas; gracias a que un día un Beltrán decidió que dedicaría sus ahorros a abrir un local en lugar de buscar una plaza en el ayuntamiento, hoy se paga la vacuna de Pfizer que salvará vidas; se paga la nómina a esos médicos que hacen un esfuerzo brutal, a profesores, al doctor Simón y a los directores de sanidad, en definitiva a los más de dos millones y medio de servidores públicos; también de ahí sale el dinero para pagar el colegio de nuestros cinco millones de niños y un millón y medio de universitarios. Se paga el seguro del desempleo y los intereses de una deuda billonaria, pero nada de esto sirve a los que quieren hacer reingeniería social para llevarnos a las tinieblas de un sistema económico fracasado.

Alfonso no morirá, o al menos de la huelga de hambre, y seguramente su negocio volverá a abrir y ganará mucho dinero, ¡Ojalá!; esa será el mejor indicador de que la economía de un país funciona; pero nos está advirtiendo de una realidad: son el motor y la gasolina de este país; su grito es el de un país que se agota en la generalizada creencia de que los empresarios son explotadores, defraudadores, amasadores de fortuna, pero lo cierto es que Alfonso no tiene a un liberado que haga la huelga por él, porque así son los autónomos, que se lo tienen que hacer todo.

No nos podemos permitir perder a un Beltrán, porque saquen la cuenta: tres millones de autónomos y 47 millones de habitantes; cuando una empresa cierra, dieciséis españoles de media se quedan sin sustento, sin medicinas, sin educación y sin pagar la deuda. Todo el mundo trabaja, pero ningún medico, profesor, funcionario, empleado o pensionista iría a trabajar o a cobrar su pensión si no estuviera seguro de que va a cobrar al final de mes por su trabajo, todos menos los empresarios; y por eso cada decisión o medida que se tome, en cualquier ámbito de la Administración, debe tener en cuenta esta realidad, si no quiere errar.

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