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José T. Raga

Un escándalo más

¿Quién sigue creyendo que las organizaciones internacionales cumplen rigurosamente la misión que tienen encomendada?

Y lo peor de este título es que no es excepcional. Así que podemos preguntarnos: ¿quién sigue creyendo que las organizaciones internacionales cumplen rigurosamente la misión que tienen encomendada?

El último escándalo compromete frontalmente a la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) y, en sus orígenes, también al Banco Mundial, que es quien publica un informe anual de referencia para el mundo financiero titulado Doing Business, "Hacer Negocios", que pretende mostrar a los inversores la mayor o menor facilidad para hacer negocios en todos los países del mundo.

Desde su puesto como directora general del FMI, la señora Georgieva se ha permitido presionar a los investigadores, desde hace al menos cuatro años, para que manipulen los datos con el propósito de favorecer a China y a algún otro país, como Arabia Saudita, para que atraigan, engañando, mayor volumen de inversiones del exterior.

La opacidad de sus sistemas políticos y económicos, la capacidad de absorción de inversiones, sobre todo en el caso de China, y la oscuridad de los datos, cuando se consiguen, eran las premisas para un fraude a la confianza valiéndose del carácter institucional de estos organismos internacionales.

¿Puede sobrevalorarse, como pretendía Georgieva, en materia de inversiones y negocios, a países privados de libertad? ¿Qué prima de riesgo merece un país con un Gobierno autoritario –casi sin límites– que en cualquier momento puede cambiar las reglas del juego y convertir lo provechoso en ruinoso?

Presos de la imagen de una China como tierra prometida, abonada por la propia publicidad del Gobierno chino –nadie habla mal de sí mismo–, pero por la manipulación fraudulenta del FMI y el Banco Mundial, muchos inversores, de buena fe, se habrán vistos arrastrados a una decisión que habrían rechazado de tener información fidedigna.

El FMI y el Banco Mundial, revestidos de la presunción de rigor y veracidad, no son un caso como el del CIS español. Son organismos que detentan un monopolio de hecho sobre los datos macro y micro para todos los países del mundo, por lo que para determinados estudios globales acudir a estos informes es una necesidad.

¿Hasta dónde el engaño? ¿Podemos creer en el Informe Anual de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, o también se manipula empobreciendo a unos y enriqueciendo a otros?

Este caso reciente nos trae al recuerdo otros muchos: así, el endeudamiento de los países pobres por créditos fáciles (Banco Mundial) de imposible amortización y en beneficio de Gobiernos corruptos; la exposición en redes sociales de niños en actitudes sexuales (UNnicef), publicados por sus responsables Mami Jordan o Don Miguelo; el famoso Programa de Petróleo por Alimentos (ONU) y Kojo Annan, hijo de Kofi Annan; o, los escándalos de Strauss-Kahn –violencia sexual– (FMI), Paul Wolfowitz –por trato de favor a la empleada Riza, con quien tenía relación (Banco Mundial)–, Jim Yong Kim, por bonos a sus directivos en momentos de austeridad (Banco Mundial)…

¿Qué se sabe de lo que tenían que hacer?

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