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Daniel Rodríguez Herrera

Los sesenta ciclistas del Príncipe

Nos quieren pobres, sumisos y pedaleando para mantener su nivel de vida. Luego querrán que no nos radicalicemos.

Nos quieren pobres, sumisos y pedaleando para mantener su nivel de vida. Luego querrán que no nos radicalicemos.
Los Príncipes de Gales, en una imagen de archivo. | Archivo

Uno de los problemas que siempre le he visto a Black Mirror es la irregularidad: alterna capítulos geniales con auténticos peñazos. Esa irregularidad también atañe a la verosimilitud, combina episodios inquietantes con auténticas locuras que admitimos como parte del juego que es siempre una obra de ciencia ficción, pero que resultan imposibles de creer. O no. El caso es que siempre que decía esto ponía como ejemplo el segundo episodio de la primera temporada, que mostraba una distopía con una clase inferior que trabajaba pedaleando para generar energía y una superior que vivía de entretenerlos. La gala de los Príncipes de Gales me ha demostrado lo equivocado que estaba y lo acertado del pesimismo patológico de Charlie Brooker.

Los primeros Premios Earthshot para iniciativas contra el cambio climático han contado con un jurado compuesto por profesionales e intelectuales tan versados en estos asuntos como Shakira, Dani Alves, Cate Blanchett, Rania de Jordania o el propio príncipe Guilllermo. Se pidió a los asistentes que se volvieran a poner alguno de esos carísimos vestidos de gala que en caso contrario sólo hubieran utilizado cuando los estrenaron, no se empleó plástico y, según los organizadores, nadie viajó en avión a la gala. Todos exhibiendo virtud, que es de lo que se trata, y se aseguraron de que no pudieran acusarlos de hipocresía. No se explica entonces cómo Coldplay pudo estar el sábado en Nueva York tocando en la boda de la hija de Bill Gates y el domingo en Londres animando este sarao, pero debemos tener fe. Le pondrían un turbo al barco de Greta.

Con todo, lo más notable de todo este despliegue con el que el príncipe Guillermo quiere darse a conocer al mundo como algo más que el marido de Kate Middleton ha sido la decisión de Coldplay de obtener toda la energía necesaria para su espectáculo de sesenta ciclistas dándole al pedal. Es falso que Maria Antonieta dijera nunca "Que coman pasteles" al pueblo parisino que pedía pan. Pero esa mentira histórica se sigue citando porque explica muy bien cierto tipo de actitud de las élites, completamente alejadas de lo que preocupa y afecta al común de los mortales. Que para poder montar su fiesta en la que se congratularon de lo buenos que son porque mira lo mucho que se preocupan por el planeta requirieran de los servicios de sesenta personas utilizadas como meros motores humanos dice mucho más sobre el estado actual del mundo que lo que podamos escribir y decir los de siempre. Somos los morlocks y ellos los eloi, somos Iron City frente a su Zalem; son, en definitiva, quienes están arriba en una de esas distopías escritas mayoritariamente por escritores y cineastas de izquierdas, mientras nosotros nos tragamos las consecuencias de sus excesos de narcisismo.

Nos espera un invierno terrorífico. Las decisiones que todos los países occidentales, en mayor o menor medida, han tomado para luchar contra el calentamiento global van a tener por primera vez consecuencias visibles para todos nosotros. Muchos tendremos suerte y podremos pagar nuestras astronómicas facturas de gas y electricidad. Otros muchos no, y todo apunta a que morirán de frío este invierno por culpa de estos precios muchas más personas que las que morirán de calor por culpa del aumento de temperaturas durante un par de décadas al menos. El afán por hacernos depender de molinos de viento y placas solares respaldadas por centrales de gas nos ha hecho dependientes de una energía fósil cuya producción no controlamos y contra la que además luchamos activamente, desanimando la inversión. Nos hemos prohibido alternativas como la energía nuclear y hemos desincentivado que pueda avanzar tecnológicamente lo suficiente como para poder sustituir a los versátiles combustibles fósiles. Todo ello mientras tenemos que aguantar que desde los púlpitos de la socialdemocracia nos sermoneen con discursitos del tipo: "Irse cinco veces al año en Ryanair a Ibiza igual no es sostenible. Tampoco lo es conducir a todas partes ni tener la calefacción a tope en invierno". Ya sabe, mientras Garicano disfruta de una vida a caballo entre Reino Unido, Bélgica, Holanda y España, usted debe pasar frío, emplear tres horas en llevar al niño al colegio en transporte público y no salir jamás de su país.

Nos quieren pobres, sumisos y pedaleando para mantener su nivel de vida. Luego querrán que no nos radicalicemos.

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