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José T. Raga

Un signo evidente de deterioro

En esas empresas de las reuniones permanentes, pocas veces o nunca verán ustedes cifras concretas, resultados tangibles.

En esas empresas de las reuniones permanentes, pocas veces o nunca verán ustedes cifras concretas, resultados tangibles.
Una reunión del Consejo de Ministros. | EFE

No cabe albergar dudas. Los que, al menos en España, tienen larga experiencia empresarial, tanto los administradores como los que ocupan el puesto de trabajo aparentemente más insignificante, podrán afirmar que la relación entre el signo visible y el deterioro subyacente es inapelable.

Ese signo no es otro que el recurso a la reunión. Un intento de producir la impresión de que hay movimiento, de que se está sembrando algo, aunque nadie lo entienda, pero que ya llegará el momento de la cosecha, en el que los frutos serán visibles.

En esas empresas de las reuniones permanentes, pocas veces o nunca verán ustedes cifras concretas, resultados tangibles, o al menos hechos indiscutibles, que avalen la acción los gestores; simplemente, sabemos que se reúnen.

Se trata de reunirse por reunirse; sin ideas, sin proyectos realizables, sin calendario para objetivos deseables. Basta que el personal de la empresa sepa que nos reunimos, una y otra vez, horas y más horas, sin que de allí salga nada.

Lo último que pude pensar es que las corrupciones de una empresa en precrisis acabarían siendo asumidas como propias por un Gobierno también en precrisis –visión muy favorable–, multiplicando el número de reuniones del Consejo de Ministros.

Pero ¿tienen tantos asuntos en la agenda que no los puedan resolver en una reunión o, en última instancia, en una extraordinaria, más prolongada que las habituales? Es más, ¿sabe ya el señor presidente que en el mes de febrero próximo tendrá asuntos pendientes como para justificar dos reuniones del Consejo, cuando quizá con ninguna se habría alcanzado el mismo resultado: ninguno?

Siendo caritativo, cualquier español llega a una conclusión: no sólo es que el Consejo no tenga algo provechoso que tratar, que el presidente no tenga nada que hacer o que decir, sino que, análogamente, tampoco los ministros tienen tareas que acometer.

Así que, ¡reunámonos! Que todos sepan que existimos. ¿Para qué? Eso no importa, aunque cabe también el hastío. El problema es que, a diferencia de aquella empresa que tenía los días contados, aquí, en una nación quebrada, somos nosotros los que tenemos los días contados.

Mientras tanto, los reunidos no se han debido de enterar de que España es la economía que más tarda en recuperarse de cuantas formamos eso que llamamos Unión Europea. Por activa y por pasiva está dicho y redicho, pero desde Egipto es difícil enterarse.

Como tampoco se han enterado de que somos la segunda economía de la UE, y a una décima de diferencia de la primera –Grecia– en volumen de desempleo, pese a nuestra desaforada contratación de empleo público. Como también somos el segundo, aquí de los de la OCDE, con más de un 30% de paro juvenil –jóvenes de 15 a 24 años–, sólo Costa Rica nos supera en una tasa socialmente tan lamentable.

Y… dicen que van a duplicar las reuniones; ¿no sería aconsejable tomar unas vacaciones prolongadas, a ver si mejoran las expectativas?

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