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Enrique Navarro

¿Se quedará España sin gas si Putin declara la guerra?

Desde Almería al Cabo Norte y desde Reino Unido a Rumanía, Europa está unida por una red de oleoductos y gasoductos que asegura el abastecimiento.

Desde Almería al Cabo Norte y desde Reino Unido a Rumanía, Europa está unida por una red de oleoductos y gasoductos que asegura el abastecimiento.
Tuberías del Nord Stream 2, gasoducto en construcción | Wikimedia

Imaginemos el día uno de la guerra en Ucrania. Las potencias europeas se reúnen y acuerdan diversas sanciones económicas contra Rusia: prohibición de exportación de tecnología y componentes, límites a las transacciones económicas internacionales y no apertura del nuevo gasoducto terminado en sus dos líneas en septiembre de 2021 el "Nord Stream 2" con una capacidad para transportar 110 billones de metros cúbicos desde los campos de gas rusos a Europa, el doble que el actual "Nord Stream 1".

Si no ocurre nada más; el único perdedor de esta guerra es Rusia. El nuevo gasoducto todavía no funciona, y por los existentes se viene abasteciendo todo el norte de Europa en los últimos años. Unos dos millones de puestos de trabajo directos en la industria rusa depende de componentes y tecnología europea y norteamericana para operar, y que se paralizarían cuando se quedaran sin stocks. Las limitaciones de transacciones financieras impedirían a los rusos tener ninguna actividad económica con el exterior. Millones de rusos tienen cuentas en Chipre, Malta o Europa, para protegerse de las locuras de sus líderes. Estas medidas podrían acarrear una caída del PIB ruso en solo un año del 10%, sin contar con las turbulencias generales que todo esto podría producir.

Al día siguiente, Putin informa que a partir de las 00:00 horas del día siguiente, Rusia dejará de exportar gas, petróleo y derivados a Europa, que supone más del 50% de todas las exportaciones rusas. Rusia exporta a Europa cada año por valor de unos cien mil millones de dólares en productos derivados de petróleo y gas.

Ese día Europa activara el plan de emergencia, que lleva escrito y actualizado más de cincuenta años. Casi el 50% del gas que se consume en Europa viene de Rusia, pero existen dependencias muy significativas como Finlandia el 94%, Austria el 64% y Alemania el 50%, en el otro extremo está España que sólo depende de Rusia en un 10% del gas y en 5% del petróleo ruso. Después del cierre del gasoducto del Magreb por la ruptura de relaciones entre Argelia y Marruecos, sólo nos queda un tubo de 65 centímetros en el fondo del mar que nos abastece el 30% del gas. Espero que la Armada española tenga bien vigilado este gasoducto para evitar acciones de comandos o terroristas que no debemos desdeñar, conociendo al enemigo.

Toda Europa desde Almería al Cabo Norte y desde Reino Unido a Rumanía está unida por una red de oleoductos y gaseoductos que asegura un fluido tráfico por todo el continente. Tanto Argelia que abastece el sur de Europa como Noruega, tienen capacidad inmediata de incrementar su producción, aunque será insuficiente para compensar la pérdida rusa.

Sin embargo, disponemos en Europa de reservas de gas almacenados para unos veinte días que combinados con las fuentes adicionales que ya existen podría permitir llegar sin problemas hasta la primavera.

Más grave es la cuestión del petróleo, pero si Nigeria y Arabia Saudita compensan la pérdida, que lo pueden hacer, no habría problema de suministro. Además Rusia se arriesga a que Alemania nacionalice las refinerías de Rosneff en dicho país, (resulta impresionante como Alemania de la mano del socialdemócrata Schroeder se ha vendido a Rusia)

Más del 50% del gas que se consume en Europa es licuado y llega en buques metaneros. Cada uno de ellos puede transportar unos 150.000 metros cúbicos, aunque un viaje desde Qatar se demora dos semanas. Es decir existe una capacidad media de transportar en un año un billón de metros cúbicos, que con una adecuada optimización podría incrementarse en unos años.

Este cambio de matriz sin duda produciría un incremento del coste del gas, pero no sería mayor del que ya hemos conocido en este año pasado. Además Europa tiene una capacidad residente para aumentar la producción de electricidad por las centrales nucleares que permitiría resistir la situación sin que nuestra vida diaria se afectara, salvo que Rusia se empeñe en ciberatacar el sistema de energía de Europa, lo que ya significaría poner en marcha, no sólo el artículo V del Tratado de la OTAN, sino la disuasión nuclear.

Consecuencias reales en Europa

En consecuencia, Europa afrontaría una reducción inmediata del suministro de gas, que podría reordenarse en unos meses, y de petróleo que también se compensaría. Para algunos países del este de Europa más vulnerables, sería peor, pero también se encuentran más cerca de los recursos del gas de Oriente Medio. Cuanto más tarde Rusia en atacar y entremos en temperaturas más cálidas la capacidad de presión rusa se reduce.

¿Pero qué pasa con Rusia? No existe capacidad en Rusia para desviar todo este gas desde Europa a China; y tampoco existe la seguridad de que China lo necesite y mucho menos de que sea tan buen cliente como Europa. En cualquier caso se tardarían varios años en construir la infraestructura para llevar el gas hasta allí. Pero mientras eso ocurre, Rusia habrá tenido una perdida del PIB en cinco años del 30%, lo que le llevará a los niveles de Italia, millones de rusos habrán perdido su puesto de trabajo, ya no podrán salir al extranjero los millones de rusos que se desahogan en las playas del Trópico, sus industrias habrán quedado sin producción y todavía estarán enfangados en Ucrania.

Y lo que es más relevante, con esta nueva matriz, y con los desarrollos tecnológicos, Rusia habrá perdido su única capacidad de influencia en Europa, y dependerá de la dictadura China, y encima tendrá a toda Europa del Este inmersa en la OTAN.

Si Putin tuviera veinte años menos, por nada del mundo se metería en este berenjenal, pero es que el tiempo se le acaba; él no tiene otros veinte años y éste es su principal peligro. Es un déspota que no le importa arrastrar a su pueblo a la miseria con tal de cumplir su mandato divino de proteger a la madre Rusia de los liberales, demócratas e imperialistas occidentales.

Debemos entender que esta guerra, como todas, no obedece a nada más que a una ambición personal de un líder que, como tantos otros, arrastra a su pueblo a la guerra, sin importarle las consecuencias. Rusia fenece económica y demográficamente, su clase alta llena las tiendas de París o Nueva York o las playas tailandesas mientras que en la Rusia rural hay mucha miseria y hambre, pero no hay hospitales ni colegios. En esas zonas los rusos viven en la miseria a la que les lleva esta ambición militarista que le cuesta a Rusia el 15% de su Producto Interior Bruto, malgastado en maniobras absurdas y en la construcción de misiles hipersónicos diseñados para acabar con todo el planeta sólo para mayor gloria personal de un Putin que no duda en asesinar a la oposición, realizar ciberataques a diarios u organizar grupos paramilitares para hacerse con los recursos de África. El problema no es Rusia, es Putin y su régimen nacional-ortodoxo.

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