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Javier Jové Sandoval

Los billonarios y la izquierda neandertal están detrás de la Agenda 2030

Las sociedades occidentales parecen dispuestas a aceptar un empobrecimiento generalizado y a renunciar a su nivel de vida, que ya sólo será accesible para los ricos y los políticos.

Las sociedades occidentales parecen dispuestas a aceptar un empobrecimiento generalizado y a renunciar a su nivel de vida, que ya sólo será accesible para los ricos y los políticos.
Aeropuerto de Panamá con carteles de la Agenda 2030. | Alamy

Uno de los grandes éxitos del desarrollismo, iniciado en los años 60 del siglo pasado, fue hacer accesible a inmensas porciones de la humanidad comodidades antes reservadas para las élites. Este proceso paulatino, pero constante, de revolución tecnológica permitió abaratar todo tipo de aparatos y artilugios, empezando por los electrodomésticos básicos (como: lavadoras, aspiradoras o planchas), siguiendo con los primeros coches utilitarios, continuado con la adquisición de una segunda residencial para uso vacacional y la posterior universalización del ocio y del turismo, que puso al alcance de todos los bolsillos poder pasar un fin de semana en un balneario, viajar por todo el mundo e incluso hacerlo en un crucero.

Esta democratización y extensión de la calidad de vida ha permito que hoy día prácticamente cualquier persona pueda llevar una calidad de vida muy superior a la que disfrutaban los reyes y los aristócratas de antaño, quienes carecían de electricidad, agua corriente, calefacción y tantísimas comodidades que hoy no son lujos, sino suministros básicos. Tener coche y la casa repleta de dispositivos electrónicos, poder hacer una escapada de vez en cuando e incurrir en algún que otro capricho, están al alcance de cualquiera. No hace falta ser millonario para llevar una buena vida y disfrutar de placeres que antes solo eran posibles para una minoría selecta de acaudalados.

Esta igualación en el disfrute de los placeres mundanos no son del agrado de quienes antes gozaban de los mismos en exclusiva. Porque el placer morboso del disfrute viene, en muchos casos, precisamente del saberse privilegiado, saberse parte de una pequeña minoría elegida. El placer, cuando es compartido, deja, en cierta medida, de serlo. El exclusivismo consiste en esa sensación de ser superior al resto, a la plebe. Saber que lo que uno hace está al alcance tan solo de unos pocos. Cuando las comodidades o los lujos se universalizan los potentados tienen que optar por el esnobismo y las excentricidades más absurdas propias del lujo asiático -como poner griferías de oro- o bien por prohibir directamente: vedar al resto de la población, el vulgo, el deleite de determinados placeres y comodidades mediante el uso de la compulsión gubernamental. Este sistema es muy habitual en los países comunistas, en donde las élites y los jerarcas del partido disfrutan de sus dachas y sus amplias viviendas mientras el común de la población malvive en apartamentos diminutos y destartalados asignados por el Estado. Ellos compran en tiendas exclusivas para los miembros del partido comunista, donde no falta de nada, mientras el pueblo llano tiene que hacer largas colas con la cartilla de racionamiento para obtener unos miserables insumos.

El sistema de compulsión gubernamental al modo comunista no sería aceptado por la población de los países occidentales, así que hay que convencerles de que la prohibición es por su bien. Y es aquí cuando llegamos a la Agenda 2030, un plan por el que las élites económicas acuerdan con la extrema izquierda prohibir a enormes capas de la población mundial el acceso a innumerables bienes y servicios que el capitalismo democratizó y puso a su alcance. Esta pinza entre los multimillonarios y la izquierda neandertalista (sobre la que ya escribí en Libertad Digital) necesita de un relato convincente que facilite la aceptación, por parte de la población, de la renuncia a bienes y servicios que hasta ahora han podido disfrutar. Y ese relato no es más que el apocalipsis medio ambiental y la histeria climática. Gracias al discurso catastrofista, tan machacón como efectivo, las sociedades occidentales parecen dispuestas a aceptar un empobrecimiento generalizado y a renunciar a su nivel de vida, que ya sólo será accesible para los ricos y los políticos. Por ello están encareciendo artificialmente la energía y los combustibles con las primas de emisión de CO2, planean poner peajes en las autovías, prohibir los vuelos comerciales regionales y el acceso al centro de las ciudades en coche propio, salvo para quienes puedan permitirse comprar un coche eléctrico. Entiendo que para ellos sea desagradable verse rodeados de turistas sudorosos en sandalias y bermudas mientras ellos van de compras por la Rue Saint-Honoré de París. Los neomalthusonianos millonarios quieren convencernos de que a este ritmo los recursos del planeta se agotan, así que es necesario que la población del planeta se sacrifique para que ellos puedan seguir viviendo a todo trapo.

Los manjares dejan de serlo cuando cualquiera puede degustarlos. Disfrutar de un buen chuletón de ternera no es tan placentero cuando hasta las clases medias pueden comerlo de vez en cuando. Algo pasa a la categoría de exquisitez cuando es caro y algo es caro cuando es escaso. Así que para poder garantizar que algo continúe siendo un delicatesen tenemos que procurar que no abunde. Las granjas intensivas, los fertilizantes, las semillas transgénicas y demás avances en el ámbito del sector agropecuario han incrementado exponencialmente la productividad de las tierras de cultivo y de los animales de cría, haciendo accesible a todo el mundo el consumo de productos que antes escaseaban. Así que es necesario que dichos bienes pasen a ser nuevamente escasos, para ello impediremos la ganadería intensiva, los fertilizantes y cuanto se necesario. Ellos seguirán comiendo chuletones mientras los demás nos contentamos con sucedáneos vegetales y gusanos.

Conducir por autovía será solo para ricos y políticos, como comer carne, viajar en avión, tener hijos o acceder en coche al centro de las ciudades. La Agenda 2030 impone a la población mundial un estilo de vida precario que no afecta a sus promotores. La pinza entre la izquierda neandertal y los billonarios malthusonianos está funcionando.

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