Buena parte de los tremendos problemas que tienen planteados Occidente en general y España en particular tienen el mismo origen: políticas disparatadas puestas en marcha al calor de la falsa emergencia climática pero cuyo fin último no es salvar el planeta sino acabar con la libertad económica y con el progreso.
Ha sido, por ejemplo, la demencial política energética de los europeos la que ha dejado en buena medida el continente a merced de Vladímir Putin y su mezcla expansionismo militar y gasístico. Si la Unión Europea hubiese apostado por un mix energético más razonable, su dependencia del petróleo y el gas rusos sería mucho menor y el tirano neosoviético no habría tenido ni los fondos económicos para lanzar una guerra ni la posición de fuerza que se empeña en exhibir.
Casi todos los países de la UE han desechado, minimizado o penalizado la energía nuclear y los combustibles fósiles, movimiento de una insensatez formidable que se ha llevado a cabo mintiendo a una ciudadanía a la que se vendía un futuro rosa gracias a una energía verde que no sólo es mucho más inestable y perjudicial para los intereses geoestratégicos del continente, que se ve así a merced de tiranos como Putin, es que además es muchísimo más cara.
El ecologismo que ha tomado la política, la sociedad e incluso el mundo empresarial de Occidente se caracteriza por una escandalosa irresponsabilidad, pues aboca a las sociedades a una gran pobreza y carestía, y por el uso masivo de la intoxicación informativa. Han mentido sobre prácticamente todo: sobre sus verdaderas motivaciones ideológicas –siempre liberticidas–, sobre el estado real del medioambiente, sobre las características de cada tipo de energía… Sirva como inmejorable ejemplo la forma en que las organizaciones ecoloarmistas han llenado los medios y las calles con mentiras sobre la energía nuclear, que ha demostrado ser sobradamente segura, limpia y barata y responsable de una parte importante del suministro energético en países como España o Alemania, por poner sólo dos ejemplos de naciones que han renunciado estúpidamente a su potencial.
Aún hay un rasgo quizá más indignante del ecologismo piafante que poco tiene que ver con el medioambiente y el planeta: su despreciable elitismo. Como muy acertadamente ha denunciado Cristina Losada, la mayor parte de las medidas que aplican la izquierda ecolojeta y sus imitadores de la derecha sin remedio castigan especialmente a los que tienen menos recursos: aquellos que no pueden comprarse un coche eléctrico con el que circular por el centro de las ciudades, los que sólo pueden viajar con billetes de avión low cost, las familias a las que no les queda más remedio que apagar la calefacción cuando no pueden pagar el gas…
Es necesario y urgente dar la espalda al ecologismo descerebrado y suicida: ya ha hecho mucho daño pero puede hacer muchísimo más aún.