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Javier Jové Sandoval

La gran diferencia psicológica entre la subvención y la bajada de impuestos

Tener que rebajarme a pedir la subvención y que el Gobierno tenga el poder de decidir quién cobra y quién no, desencadena unos procesos psicológicos que la izquierda conoce muy bien.

Tener que rebajarme a pedir la subvención y que el Gobierno tenga el poder de decidir quién cobra y quién no, desencadena unos procesos psicológicos que la izquierda conoce muy bien.
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En la actual crisis energética y, pese a la insistencia de la oposición, el Gobierno se niega a bajar los impuestos y opta por la concesión de subvenciones a diestro siniestro. Ello pese a los efectos distorsionadores que tienen las subvenciones, el retraso que su tramitación supone para que el dinero llegue a los destinatarios y los importantes costes de administración que conllevan, tanto para los propios beneficiarios como para la Administración, pues requiere de la tramitación de la correspondiente solicitud, la apertura de un expediente administrativo, su resolución, plazos de subsanación, interposición de alegaciones, reclamaciones, etcétera. Frente a ello, una bajada de impuestos no distorsiona el mercado, sus efectos económicos son inmediatos y los costes de administración son mínimos. Entonces ¿por qué ese encabezonamiento en conceder subvenciones en vez de bajar impuestos?

La primera razón es que las subvenciones son concedidas, otorgadas por el Gobierno. Ello hace que se cree un vínculo emocional y afectivo entre quien recibe la dádiva y el que la concede, entre el beneficiario y el Gobierno. Existe un "dar" y un "recibir", un traspaso efectivo de dinero, que pasa del Gobierno al perceptor. La subvención exige, además, una solicitud expresa por parte del beneficiario, hay un "pedir" a cargo del solicitante y un correlativo "conceder" por parte del gobierno, un gobierno que da lo que se le pide. Por lo tanto, un Gobierno que atiende y concede. La subvención presupone un Gobierno benevolente, creando en el subconsciente del beneficiario una conexión emocional y de agradecimiento con quien se la otorga.

Por el contrario, una bajada de impuestos no crea ese vínculo entre el sujeto pasivo y el Gobierno. Una bajada de impuestos no consiste en dar, sino en que no me quiten. Por lo tanto, cuando te bajan los impuestos se produce una reacción de rechazo ante el fenómeno fiscal. Una reacción de rechazo similar a cuando, tras muchos años en una compañía telefónica, decides cambiar a otro operador y, para tu sorpresa, esa compañía, a la que has estado pagando sus recibos religiosamente y sin rechistar durante años, te hace una contra oferta y te rebaja el precio un 40 por ciento.

Entonces, se te queda cara de tonto y la reacción natural es "¡Me han estado robando durante todos estos años!". Porque, si ahora me hacen ese descuento, quiere decir que me podían haber aplicado esa tarifa desde el principio del contrato.

Algo así se produce cuando el Gobierno baja los impuestos, te das cuenta de todo lo que te ha estado robando y que, dicha bajada de impuestos, podría haberla aplicado mucho antes. Si el Gobierno puede ahora bajar el IVA de la luz del 21 al 10 por ciento ¿Por qué no lo hizo antes, por qué llevamos pagando toda la vida el doble de IVA? Además, la bajada de impuestos es automática, no requiere ser solicitada, no hay que presentar ninguna instancia, no hay que pedirla y, consecuentemente, nadie la concede. Se aplica sin más, sin la intervención de ninguna de las dos partes. Ello hace que no se cree ningún vínculo afectivo entre quien adopta la bajada de impuestos y quien se beneficia de ella. Al fin y al cabo, bajar impuestos no es más que aminorar la cuantía que me quitan de lo que es mío. No es un acto de liberalidad o generosidad, sino de justicia. Por todo ello, hay una gran diferencia psicológica entre la subvención y la bajada de impuestos. Y el gobierno lo sabe.

La segunda razón, por la que el Gobierno prefiere dar subvenciones en vez de bajar impuestos, es por la precisión casi quirúrgica de la subvención para seleccionar el colectivo destinatario del auxilio gubernamental. Por el contrario, la característica de los tributos es que éstos son de aplicación general, universal. Es decir, no puede adoptarse una bajada del IVA para un sector determinado, ni para unas empresas de unas determinadas características. Bien es cierto que hay distintos tipos de IVA para distintos productos y servicios y que el Gobierno puede decidir, casi discrecionalmente, cuál se aplica a cada quien, pero el margen para ello es, ciertamente, limitado, tanto por la imposibilidad de incrementar el número de tipos impositivos, como a la hora de restringir su aplicabilidad a otros sujetos pasivos distintos de los que tenía en mente el Gobierno a la hora de aprobar la bajada del IVA a un determinado bien o servicio.

No puede condicionar el tipo de IVA al número de empleados, el volumen de facturación, la tasa de temporalidad en la contratación, la implantación de políticas sexistas de género o cualquier otra ocurrencia relacionada, por ejemplo, con la Agenda 2030. Sin embargo, por la vía de las subvenciones la precisión para elegir el destinatario de las mismas es casi milimétrica, puede definirse el perfil del beneficiario en las bases de la convocatoria de tal manera que, en algunos casos, podríamos ya adelantar su nombre y apellidos. La capacidad de gobierno para actuar discrecionalmente, para decidir quién se salva de la ruina es total y absoluta. Y es aquí donde el Gobierno demuestra su verdadero poder, el poder de salvar o condenar.

Esa total discrecionalidad para decidir a quién va dirigida la subvención, a qué empresa o colectivo auxilio, rescato o dejo hundirse, lo que genera un vínculo más fuerte con los agraciados del favor gubernamental. Crea unos lazos de dependencia total y absoluta. Y ello lo saben tanto el que concede la subvención como el que la recibe. Tanto el gobierno como el subvencionado. Lo cual lleva a unas relaciones de sumisión ideológica y de casi vasallaje –basta mirar la actitud servil de los sindicatos en la actual coyuntura- de los sectores subvencionados respecto del Gobierno.

Esa combinación de factores: el tener que rebajarme a pedir la subvención y que el Gobierno tenga el poder discrecional para decidir quién cobra y quién no, desencadena unos procesos psicológicos que el Gobierno –y en general toda la izquierda- conoce muy bien. La generalidad y la automaticidad de las bajadas de impuestos, por el contrario, no forjan esa complicidad emocional, producen rechazo hacia el fenómeno fiscal y no desencadenan relaciones de dependencia. Y es esta combinación de factores y la posición de fuerza y control social que otorgan las subvenciones, la que hace que Sánchez opte por ellas y descarte las bajadas de impuestos.

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