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Santiago Navajas

In Elon Musk we don't trust

Musk es cultural y políticamente un progresista. Es decir, lo contrario de un progre, esa forma de ser reaccionario social, casposo cultural y rancio moral pero en la izquierda política.

Musk es cultural y políticamente un progresista. Es decir, lo contrario de un progre, esa forma de ser reaccionario social, casposo cultural y rancio moral pero en la izquierda política.
Elon Musk. | Alamy

Twitter era, hasta que la compró Elon Musk, una red social un tanto peculiar. Por ejemplo, una cuenta corría peligro de ser cancelada si se sostenía que los hombres tienen pene y las mujeres vagina, lo que ofende a la secta queer, pero nadie se inmutaba entre los vigilantes de Twitter si alguien afirmaba que el comunismo es una doctrina de amor y paz, que el Gulag y el Holodomor jamás existieron y que Mao Zedong fue malo pero peor es Donald Trump. Los periódicos de izquierdas campan por sus respetos en Twitter, y nadie se atrevería a poner en duda o a suspender un tuit del New York Times, el Washington Post o el New Yorker, la Santísima Trinidad de las lecturas anglosajonas progres, pero al New York Post sí que le suspendieron la cuenta en plena campaña electoral por investigar al hijo de Joe Biden por sus escándalos financieros y sexuales.

En esto llegó Elon Musk a, como dice Daniel Rodríguez Herrera, nivelar el campo de juego entre facciones políticas en esas plazas públicas virtuales que son las redes sociales. Un afro-americano en el sentido estricto de la expresión (nació en Sudáfrica), sucesor de Steve Jobs como el empresario más visionario, campeón de los coches eléctricos (Tesla) y los viajes espaciales (SpaceX), amén de padre de hijos con nombres originales (un niño llamado X Æ A-12 y una niña a la que denominaron Exa Dark Sideræl, "Y" para los amigos). Un tipo capaz de fumarse un porro en mitad de una conversación con Joe Rogan en el programa de este último. Musk es cultural y políticamente un progresista. Es decir, lo contrario de un progre, esa forma de ser reaccionario social, casposo cultural y rancio moral pero en la izquierda política.

Creo que fue precisamente la campaña para cerrar la boca a Rogan en Spotify, emprendida por Neil Young y apoyada por la izquierda mediática, la gota que colmó el vaso de la paciencia liberal de Musk. El empresario se ha declarado un "absolutista de la libertad de expresión": sólo los límites legales habituales deben ser los que se apliquen a lo que la gente puede decir en la plaza pública, también en la virtual. Los gerifaltes de la izquierda posmoderna y las bandas de trolls progres pretendían convertir Twitter en la cuarta pata del zeitgeist mundial, junto a la industria del entretenimiento (véase Disney), la industria de los "expertos" (vulgo: Academia) y la industria de los medios de comunicación (por ejemplo, The Guardian), todas ellas dominadas al 90% por la izquierda, que expulsa, cancela y censura a cualquiera que ose cuestionar sus mantras, dogmas y clichés.

En la prensa de izquierdas se ha tachado de "totalitaria" la compra de Twitter por parte de Elon Musk. Recuerden que George Orwell nos advirtió sobre cómo los herederos de Stalin y Münzenberg llamarían a la guerra "paz", a las fake news "verdad" y al adoctrinamiento, "educación". Pues ahora despachan la libertad de expresión como "totalitarismo". Como suele suceder en estos casos, los muy tolerantes progres favorables a la diversidad avisaron que si Musk compraba Twitter se irían a Canadá, el mismo país al que amenazan con exiliarse cada vez que un republicano gana las elecciones en EEUU. Sin embargo, no lo harán, porque en realidad también la mayor parte de los izquierdistas están encantados de que haya alguien que pare los pies a los intolerantes de la tribu queer posmoderna que ha puesto en jaque a buena parte de los suyos, del cineasta Woody Allen al biólogo Richard Dawkins, pasando por la escritora J. K. Rowling.

No hay que caer en la trinchera opuesta y ser igual de sectarios. Hay que vigilar que Musk cumpla sus promesas a favor de la apertura y transparencia de Twitter. No, no debemos confiar en Elon Musk sino en la libertad de expresión y en la competencia en el mercado. Mientras Musk esté en nuestro equipo liberal, lo celebraremos; pero siempre hemos de desconfiar de aquellos que combinan valores éticos y políticos con intereses económicos y empresariales. Sin embargo, que medios goebbelsianos como El País estén al borde de un ataque de nervios, y que la UE amenace a Musk con multas si osa eliminar la censura contra los que desafían dogmas políticamente correctos, nos indica que cabalgamos en la buena dirección.

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