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Domingo Soriano

La tragedia de Europa: reglas, bosques y el futuro del euro

Los miembros de la UE volverán a ratificar la suspensión de las reglas fiscales. Alivio para los gobiernos más incumplidores.

Los miembros de la UE volverán a ratificar la suspensión de las reglas fiscales. Alivio para los gobiernos más incumplidores.
Christine Lagarde, la semana pasada, en el mercado de flores de Chantilly. | EFE

Según nos cuentan los corresponsales comunitarios, esta semana la Comisión Europea propondrá mantener en suspenso las reglas fiscales sobre déficit y deuda también en 2023. Salvo sorpresa, todos los países de la Eurozona votarán a favor de aprobar esta recomendación. Y los gobiernos sabrán que tienen un año más antes de acometer los ajustes, no siempre sencillos. Se darán la mano, se harán una foto de grupo, hablarán de la construcción europea... y habrán dado un paso más hacia la destrucción de todo aquello por lo que dicen luchar.

El club es la imagen que más me gusta para definir la Eurozona (en general podríamos hablar de la Unión Europea). Y como saben muy bien sus gestores, hay muchas razones por las que los clubes deportivos son empresas nada fáciles de manejar. Tienes que tener unas instalaciones suficientes para dar servicio a los socios (pensemos en un club de tenis y pádel) pero sin pasarte, porque entonces tendrías un gasto desbocado para unas pistas que no se usan. También está esa tendencia que todos tenemos a sobre-gastar (una vez que he pagado la cuota anual, lo más rentable para el usuario es ir el máximo número de veces posible). Por eso, para que funcionen, hay dos reglas básicas: que los socios cumplan con sus obligaciones (la principal es que paguen sus cuotas) y que haya unas normas claras y que se apliquen con rigidez. No siempre es sencillo, porque parece que un pequeño incumplimiento no tiene demasiada importancia, pero es mejor pecar por exceso de celo que abrir la mano (y que los socios caraduras te cojan el brazo).

En la Eurozona también hay un recurso compartido, en este caso una moneda única, y muchos miembros con necesidades muy diferentes. Cada uno con sus propias prioridades y con un panorama económico distinto. Lo que requiere la economía eslovena probablemente no tiene mucho que ver con lo que necesita la irlandesa. En realidad, desde mi punto de vista de mínimo intervencionismo posible, la receta para unos y otros sí sería muy parecida; pero si uno se pone las gafas del planificador político del siglo XXI, está claro que cada país le exigirá medidas dispares.

El problema del club del euro es que incumple desde su fundación los principios básicos de cualquier organización de este tipo. Porque hay reglas comunes, pero su incumplimiento no trae aparejada ninguna consecuencia. Desde el principio, había dos alternativas:

  • Hacer que la moneda única fuera el primer paso hacia la creación de ese súper-estado europeo que algunos desean. O, lo que es lo mismo, vigilancia por una autoridad centralizada del cumplimiento de las reglas por parte de los estados, sanciones y la posibilidad última de toma de control de las administraciones díscolas (vamos, lo mismo que haría un Estado con un Gobierno regional o municipal que ignorase los requerimientos del central).
  • Convertir el euro en una especie de patrón-oro a la europea, con un banco emisor de verdad independiente que sólo se preocupa del objetivo de inflación, se olvida del crecimiento y deja a su suerte a los países miembros. ¿Que uno de esos estados quiebra? Pues con su pan se lo coma. Problema de su gobierno y de sus acreedores, no del resto de países con los que comparte moneda.

A mí me gusta más la segunda. Creo que habría sido mucho más sólida a medio plazo. De hecho, tengo escalofríos sólo de pensar en lo que podría convertirse ese estado europeo dirigido por la élite ilustrada de nuestra era, tan peligrosos como los ilustrados de los siglos precedentes. Pero incluso así, puedo entender el argumento a favor de la primera opción. Me da miedo, pero es coherente.

Al final, se optó por una solución intermedia. Y no está funcionando. Hay reglas, pero de aquella manera. Sanciones que no se imponen. Advertencias vacías de contenido.

¿El resultado? Pues el que los economistas conocen como "tragedia de los comunes". Todos tenemos un incentivo a coger un poco más del recurso compartido. Y poco a poco vamos esquilmándolo.

En el caso de un bosque, lo vemos claro. Es el típico ejemplo que ponemos en nuestras clases para que los alumnos comprendan lo de la "tragedia":

  • los cien vecinos de un pueblo comparten la propiedad de ese bosque;
  • cada uno tiene derecho a talar tres árboles al año para leña o muebles;
  • si todos cumplen con su cuota, no habrá problemas: tendrán leña suficiente y el bosque podrá regenerarse porque sólo se talará un porcentaje reducido cada año;
  • el problema es que no hay una manera sencilla de controlar que cada vecino corta sólo tres árboles y no cuatro o cinco;
  • el resultado es que poco a poco, cada uno va talando un poco más de lo debido... y en unos años no queda bosque;
  • no es por maldad ni por desprecio a sus conciudadanos, es porque los incentivos les empujan a ello: (1) incluso si uno decide ceñirse a su cuota, siempre le queda la duda de si lo harán todos los demás; (2) parece que cortar un árbol más no va a dañar a nadie.

¿Es complicado manejar los comunes? Sí. De hecho, durante años parecía que sólo había una solución, la expropiación del recurso, su división y la venta a propietarios individuales. Muchos economistas señalaron las leyes de cercamiento inglesas como una de las medidas que ayudó al crecimiento previo a la Revolución Industrial.

Probablemente algo de verdad había, aunque también es verdad que la pasión cercadora llevó a hacer auténticas barbaridades en comunidades que habían gestionado relativamente bien sus comunes durante años. Porque sí, se pueden gestionar bien. Esto nos lo enseñó Elinor Ostrom, una de mis economistas favoritas del último medio siglo. ¿Qué debemos hacer para lograrlo? Reglas claras y sencillas de aplicar; un sistema de resolución de conflicto eficaz e inmediato, con legitimidad entre los miembros de la comunidad y la posibilidad de aplicarse de forma rápida y efectiva; sanciones proporcionales y justas, pero que se ejecutan...

No es lo mismo un bosque que una moneda única. Pero muchos de los principios que nos enseñó Ostrom sí deberían servir para la Eurozona. Manejar la divisa europea en forma de recurso común podría haber sido la tercera opción: a favor, todos nos servimos de la potencia de una moneda que usan 340 millones de personas; en contra, el riesgo de sobreexplotación de la solvencia y la solidez que garantizan esos mismos 340 millones de personas. Porque al final, las divisas modernas se sustentan en la capacidad de generar riqueza de las personas que viven en los países que emiten esas monedas. Ni era necesaria la integración en un mega-Estado, ni había que atar al BCE las manos para que no pudiera intervenir por mucha crisis económica a que se enfrentara. Pero esa tercera opción nos obligaba a releer a la autora norteamericana y a cumplir con lo que nos enseñó.

¿Que el primer año que un país se saltó el Pacto de Estabilidad y Crecimiento no parecía tan grave? ¿Que poner una sanción a ese Gobierno habría sido políticamente complicado? Sí y sí. Pero era lo que había que hacer. Porque, si no se hacía, los demás tomarían nota. Lo hizo Grecia entre 2000 y 2008 y lo está haciendo España al menos desde hace 15 años. Con muchos mohínes y mucha promesa de "esta vez sí", pero esquilmando. Ahora les decimos que un año más y que será el último, que la próxima vez irá en serio, que no dejaremos a los irresponsables aprovechar la excusa del covid o la guerra, porque además tenemos la inflación a las puertas. Y Pedro Sánchez, mientras tanto, preparando la carreta en la que cargar la leña. Cuando dentro de unos años queramos escoger una fecha para explicar por qué implosionó la moneda única o por qué Europa ha vuelto a caer en una crisis de deuda como la de 2010-2015... cuando busquemos esa fecha que sea muy significativa, el 23-24 de mayo de 2022 será tan buena como cualquier otra. Ni la primera, ni la última que tendremos a nuestra disposición.

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