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Amando de Miguel

Contra la inflación, austeridad

Frente al deseo de poseer más cosas, hay que preferir vivir mejor.

Frente al deseo de poseer más cosas, hay que preferir vivir mejor.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

La inflación es la subida continua y descontrolada de los precios de la "cesta de la compra". Se tolera que no supere el 2% anual, un límite razonable, que se obtiene de la cifra convencional sobre el máximo de crecimiento del censo de la población. Oficialmente, se nos dice que estamos en el 9% de aumento anual de los precios. Pero, todo el mundo sospecha que ese cálculo infraestima la realidad. Podría ser, perfectamente, el doble. Es conocido el particular interés del Gobierno para que la población viva lo más tranquila posible. Se trata de un resto de la tradicional actitud paternalista del poder.

El desfase estadístico de los precios afecta, sobre todo, a la energía y a los bienes y servicios imprescindibles. Lo sufren, sobre todo, los hogares, cuyos ingresos no pueden variar mucho, singularmente, los pensionistas y los parados. En definitiva, una inflación desbocada se traduce en más desigualdad y más pobreza.

La solución oficial es tan fácil como falsa: aumentar un poco los salarios y las pensiones, así como "topar" (fijar, controlar) algunos precios. Ese trampantojo no hace más que paliar un poco la situación a efectos de propaganda. Al final, resulta contraproducente, al estirar aún más la espiral inflacionista. De mantenerse tal tendencia, podría llevar al temido "racionamiento" de algunos productos; algo que solo cabe imaginar en una situación bélica.

La solución efectiva es lenta y costosa. Consiste en alentar un proceso de mayor austeridad de la población. Comprende dos campos: (a) Incrementar la productividad de la población ocupada, bien por la mejora tecnológica, por la mayor dedicación y esfuerzo de los empresarios y los trabajadores o por ambas cosas. (b) Consumir de un modo más morigerado o, mejor, más racional.

Es de lamentar que la recepción masiva de turistas extranjeros en España haya reforzado la tendencia a un consumo ostentoso, exagerado, a la vida de jolgorio y holganza de los españoles nativos. Se comprende lo agradable que eso es, pero no favorece un consumo moderado y racional en tiempos de necesaria austeridad. En el plano laboral, la tendencia es hacia una jornada reducida, al teletrabajo, a evitar la necesaria cultura del esfuerzo. Por ese lado, vamos mal.

Se impone un cambio en los hábitos de vida: consumir menos energía, por ejemplo, adoptando estufas de leña o aislando térmicamente mejor las viviendas. Habrá que acostumbrarse a no dilapidar la calefacción o el aire acondicionado.

Una gran parte de la experiencia educativa se dirige a aumentar la productividad de la futura población ocupada. Por desgracia, en la realidad, los centros de enseñanza se preocupan más de las "titulaciones" que de las carreras de los alumnos. Por lo que respecta al consumidor, son muy tímidos los esfuerzos por hacer que aumente la racionalidad. Una forma de austeridad extrema sería, por ejemplo, la de prescindir de las drogas de adicción; de momento, una utopía. Como lo es evitar el consumo masivo de loterías, apuestas y juegos de azar. La realidad transita por una senda contraria a lo que aconseja la conducta racional en tiempos de infortunio.

Lo que se llama "hacer economías" no siempre es comprar los productos más baratos o asequibles. Por ejemplo, consumir zumos procesados en lugar de frutas.

En síntesis, hay que cambiar el consumo ostentoso o irracional por otro más austero. Frente al deseo de poseer más cosas, hay que preferir vivir mejor. No es fácil asumir los nuevos y necesarios valores. Por tanto, es de esperar que la curva real de los precios siga subiendo. De poco vale la artimaña oficial de situar el alza anual de los precios con un solo dígito. Es lo que se llama "estadística creativa", en castellano, un engañabobos.

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