Llegamos al final de este año 2022 con un Gobierno encastillado en un insistente mensaje de que en España la recuperación económica es vigorosa, casi como si el dinero manase en los hogares españoles sin freno. Sus trampas estadísticas sobre la inflación y, fundamentalmente, sobre los informes de empleo, ya no pueden ocultar los problemas económicos derivados de la políticas monetarias expansivas, que han derivado en una fuerte inflación, enquistada en España por una desaforado crecimiento del gasto público y la deuda.
El Rey Felipe, en su discurso, aunque en parte ha vinculado los problemas con los suministros energéticos a la guerra de Ucrania, ha querido separar por un lado los problemas derivados del a Guerra y por otro la crisis económica y ha recordado que "hay familias que no pueden afrontar esta situación", ni siquiera, la de "gestos cotidianos como encender la calefacción o la luz o llenar el depósito de gasolina", en contraste con el triunfalismo económico del Gobierno. Unos gestos que "acaban siendo una fuente de preocupación e implica –en muchos casos- importantes sacrificios personales y familiares. Porque, en efecto, hay familias que no pueden afrontar esta situación de una manera prolongada y necesitan el apoyo continuo de los poderes públicos para paliar sus efectos económicos y sociales".
Un claro toque de atención a un Ejecutivo afanado en exprimir al contribuyente en un entorno de inflación que nos va a acompañar todavía mucho tiempo, según han advertido ya todas las casas de análisis, y empeñado en negar la realidad empleando cualquier argumento estadístico para vender una fuerte recuperación. Argumentos, como que la inflación en España está bajando, cuando, en realidad, lo que está sucediendo es que continuamos acumulando importantes subidas de precios, más allá de picos coyunturales, con una inflación subyacente cronificada por encima del 6%.
El último ejemplo, esta misma semana, cuando este viernes el Instituto Nacional de Estadística, publicaba sus previsiones de PIB para 2022 y 2023 y corregía ligeramente al alza sus previsiones de crecimiento para este año. Una prueba, decía Calviño, de que nuestra recuperación económica es fuerte, sin embargo, nada decía del fortísimo empeoramiento de nuestras macromagnitudes, como el crecimiento del PIB o del empleo desde este verano, con el primer dato de destrucción neta de empleo en un mes de julio en toda nuestra historia, o de un estancamiento de la actividad brutal en verano, pese a ser una de las estaciones con mejor desempeño tradicional en nuestro país debido al sesgo turístico de nuestro tejido productivo.