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Rodríguez Braun reedita su clásico 'Estado contra Mercado': "La libertad no es más que tratar a la gente como adultos"

El economista, periodista y profesor argentino ensalza a Ayuso: "es estupenda".

El economista, periodista y profesor argentino ensalza a Ayuso: "es estupenda".
Carlos Rodríguez Braun, en el coloquio sobre libre mercado organizado por Libertad Digital | David Alonso Rincón

Carlos Rodríguez Braun (Buenos Aires, 1948) es economista, periodista y profesor. Autor de veinticinco libros, el catedrático retirado de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid colabora de forma habitual con Libre Mercado y se ha convertido en una de las figuras más importantes de la intelectualidad liberal en España e Iberoamérica.

Este 2023, Braun está de enhorabuena por la reedición de Estado contra Mercado, uno de sus libros más celebrados. El ensayo vio la luz por vez primera hace veinticinco años y, desde entonces, se ha convertido en una obra de culto muy codiciada entre lectores liberales de distintas generaciones. Felizmente, el Centro Diego de Covarrubias ha tenido la iniciativa de volver a publicar el volumen dentro de su colección en Unión Editorial.

La obra ya se encuentra disponible aquí y se presenta el próximo 28 de marzo en Madrid (más información del acto, aquí). LD no podía dejar pasar esta oportunidad de hablar con el sabio bonaerense y comentar la vigencia de un libro por el que parece que no pasan los años.

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Escribió usted un clásico que envejece muy bien.

¡Desde luego! Envejece mucho mejor el libro que yo… (ríe a carcajadas).

Me resulta inquietante la última oración del ensayo, que Vd. tomó prestada de un amigo izquierdista y reza lo siguiente: "el mercado funciona mejor en la práctica que en la teoría y el Estado funciona mejor en la teoría que en la práctica".

No recuerdo quién me lo dijo, de hecho, pero en efecto tenía mucha razón. Veamos, la teoría económica predominante en el último siglo ha sido la neoclásica, que pone un gran énfasis en los fallos del mercado. En la década de 1930 empezaron a publicarse libros sobre la competencia imperfecta, las políticas contracíclicas y demás cuestiones que, al parecer, debían abordarse para salvar al mercado y hacer que funcione bien. Se inaugura de esta forma una línea de pensamiento que no aspira al comunismo o el socialismo, pero sí insiste en que el mercado tiende a la autodestrucción si no se introducen las debidas medidas correctivas. Esa tradición intelectual se populariza enormemente con los manuales de economía de Paul Samuelson, que han sido la base académica de millones y millones de estudiantes en todo el mundo. Más recientemente, otros Premios Nobel han mantenido esa forma de explicar la economía, algunos más radicales como Joseph Stiglitz o Paul Krugman.

De manera que se pone el foco en los supuestos fallos del mercado y se habla poco o nada de las carencias, limitaciones y distorsiones de la acción del estado.

En efecto, el análisis de los errores y limitaciones inherentes a la acción estatal brilla por su ausencia. En este sentido, es cierto que hay excepciones que brillan con luz propia, como sería el caso de James Buchanan y la Escuela de Elección Pública. Sin embargo, este enfoque ha sido defendido por los liberales pero ignorado por las demás corrientes, a pesar de que se trata de una línea de investigación muy interesante que nos recuerda que toda intervención en los procesos económicos puede llevar aparejados efectos secundarios negativos e indeseados.

En el libro pone el ejemplo de los controles de precios del alquiler. Hace veinticinco años escribió de ello, hoy en día los tenemos en vigor y el resultado es exactamente el que Vd. predijo hace un cuarto de siglo.

Pues sí, porque uno puede obligar a los propietarios a alquilar a un precio X, pero lo que no puede evitar es que los propietarios tomen medidas para protegerse y, por ejemplo, saquen esas viviendas del mercado y las pongan a la venta, reduciendo el parque de inmuebles que se pueden arrendar y resultando en una caída de la oferta disponible. Además, si se topan las subidas del alquiler, los inmuebles que salen al mercado tendrán un precio de partida más alto. Al final, aunque prevalece la idea de que el Estado debe estar continuamente corrigiendo al mercado, todas esas intervenciones generan problemas que tenemos que estudiar y analizar con mucho más detalle del que comúnmente se hace.

Aunque el libro está escrito tras la caída del Muro de Berlín, no emana de su lectura un optimismo comparable a las tesis del fin de la historia que tanto se popularizaron entonces. Más bien, el ensayo pone de manifiesto que, pese al descrédito de la planificación económica explícita, el Estado moderno ha crecido tanto que sabe perfectamente cómo encontrar muchas otras formas de seguir expandiendo su control sobre la economía.

Yo recuerdo que, efectivamente, la caída del Muro de Berlín provocó un gran desconcierto intelectual e ideológico. Entonces, yo era subdirector de Cambio 16. No creas que en la profesión periodística había algarabía por el desplome del comunismo, el clima de ideas no era esa, más bien se escribía sobre el problema de la "unipolaridad" y sobre el "pensamiento único neoliberal" que ahora se impondría a nivel global.

La izquierda estaba, por tanto, descolocada. Muchos de sus intelectuales no sabían dónde meterse. En sus manuales de economía, Paul Samuelson seguía insistiendo en que la producción soviética era tan eficiente o más que la estadounidense. Sin embargo, pronto empezó a cultivarse el nuevo discurso del autoproclamado progresismo. Ya no defienden abiertamente el socialismo o el comunismo, aunque muchos siguen creyendo en ambos sistemas, pero de puertas afuera lo que hacen es criticar continuamente al mercado. Por lo tanto, han encontrado su nueva legitimidad en detectar supuestas carencias del capitalismo y argumentar que el Estado puede solucionarlas por arte de magia.

En el ensayo que ha rescatado el Centro Diego de Covarrubias recalca que, si bien las tribus son cohesionadas, las sociedades abiertas no lo son. A renglón seguido, recuerda que las mayorías no definen a la democracia, sino los límites al poder. De esto he reflexionado mucho a raíz de mi afición a los toros. Para ayudar a proteger a la tauromaquia, me gusta divulgar su riqueza artística, cultural, ecológica, económica… Y lo hago porque, cuanta más gente apoye socialmente la supervivencia del toreo, más viable será la preservación de la Fiesta. Pero, lógicamente, esta suerte de activismo resulta tediosa y hasta injusta, porque en una sociedad abierta, en una democracia liberal, los gustos mayoritarios no se pueden ni se deben imponer a nadie, de modo que los aficionados no deberían verse obligados a justificarse continuamente ante los indiferentes o los antitaurinos.

Es una reflexión muy interesante. Efectivamente, la libertad depende de la imposición de límites al poder que aseguren una esfera de autonomía para que las personas y las organizaciones puedan hacer su vida sin necesidad de buscar la aprobación, el permiso y el acuerdo del resto. En cierto sentido, no es más que tratar a la gente como adultos, respetando sus decisiones y sus alianzas. Por lo tanto, el criterio mayoritario no nos dice nada de la justicia que puede haber detrás de una decisión, de hecho se pueden cometer grandes atropellos apelando al "cincuenta más uno".

En Estado contra Mercado habla también de cómo el gobierno crea problemas en el mercado que luego se asegura de denunciar o critica, obviando que es la acción política la que los ha generado en primer lugar. Lo vemos con los supermercados, la rebaja del IVA y el impuesto a los plásticos. ¿Cómo pueden pedir que bajen los precios para repercutir la primera medida ignorando que la segunda ha tenido el efecto de anular la supuesta reducción de la presión tributaria?

Sin duda, otro ejemplo sería el del mercado de trabajo. Veamos: si se aumentan los costes fiscales, los costes salariales, los costes regulatorios… ¿Cómo vamos a pedir que se genere más trabajo? ¿No estamos, de hecho, destruyendo empleo con muchas de estas medidas? Henry Hazlitt insistió en la importancia de "analizar todos los lados de un problema". Viendo los debates parlamentarios, siempre me sorprende que la izquierda habla solamente de los resultados del gasto público, que a veces son buenos y a veces no tanto, pero nunca se refiere al coste de obtener esos resultados, que a menudo es excesivo y susceptible de mejoras de eficiencia.

El libro propone la gestión privada de la salud, la educación o las pensiones. Son tres propuestas de las que se ha escrito mucho, pero que no han terminado de aplicarse. Sin embargo, cada vez hay más gente que hace un esfuerzo para pagarse un seguro médico o un colegio concertado o privado. De igual manera, con las pensiones ha calado la idea de que la pensión que cobraremos a futuro será paupérrima.

Claro, la gente se da cuenta de los problemas que hay y de las alternativas que tiene a su alcance. Puede que no participen de ningún sesudo debate en el que se expongan argumentos o cifras para justificar estas decisiones, pero lo que hacen, al final, es reconocer que el gasto público tiene sus limitaciones, que los servicios prestados son mejorables y que, si el Estado les dejase elegir, muchos preferirían que la educación o la sanidad se ofreciese de forma privada.

Pedro Sánchez dice que, si no hay sanidad pública, no hay sanidad. Los datos desmontan su discurso por completo. En ese mismo sector, alrededor del 30% del gasto total ya es privado. Pero, voy más allá, porque hay sectores en los que el Estado no juega ningún papel relevante como gestor o proveedor de bienes y servicios y, sin embargo, hay universidad y precios bajos. En el textil, por ejemplo, una chica humilde puede ir tan guapa como las modelos de pasarela y un chico humilde puede vestirse un traje que emula el estilo italiano. Lo mismo con los alimentos, que llegan a nosotros a través de los supermercados, no de oficinas de racionamiento y asignación pública de comida.

Sin duda. Cuando escribí el libro, estas ideas resultaban polémicas. ¿Privatizar la gestión de estos servicios? ¡En absoluto! ¡Qué locura es esa! Pues bien, han pasado veinticinco años y, si dices cosas así en un plató de televisión, en un programa de radio o incluso en una columna de periódico, te sigues encontrando una gran resistencia… pero, como tú mismo dices, en la calle las cosas han cambiado.

Vd. subraya en el libro que, al mismo tiempo que legitima la televisión pública, el Estado se abstiene de crear un periódico público. Con el salario mínimo pasa algo parecido. ¿Por qué no subirlo a 2.000 euros, si tan bueno es?

Adam Smith escribió que, cuando te insultan en un periódico, lo mejor es dejarlo pasar, porque su difusión es limitada. Como no conoció la televisión ni la comunicación de masas, no podía imaginar la enorme difusión que llegarían a tener esos nuevos vehículos informativos. Quienes sí entendieron el potencial de la radio, primero, y la televisión, después, fueron tiranos o demagogos como Hitler, Perón, Roosevelt…

Es curioso que, efectivamente, ese mismo Estado que se mete en casi todo, a veces deja algunos ámbitos menos regulados. Algunas veces he formulado una suerte de Ley de Braun cuyo enunciado es el siguiente: "los políticos expanden el gasto público hasta que la rentabilidad política del último euro gastado es menor que el coste político del último euro recaudado". Ahí está, creo, la explicación.

Con los impuestos pasa algo parecido. Se suben mucho, muchísimo, pero cada vez de forma más creativa, con más costes ocultos para los trabajadores, con nombres más eufemísticos, con supuestos propósitos finalistas…

Sí, lo interesante aquí es que, con el paso de los años, ha resultado evidente que el modelo fiscal de países como Suecia era insostenible, de modo que los referentes con los que nos querían armonizar se han venido abajo, se han caído por su propio peso. Allí los impuestos no han subido: han bajado. Y aquí los impuestos han subido, pero no podrán seguir subiendo eternamente porque, cuando los subes demasiado, ¡resulta que ya no te votan!

La brillantez de Ayuso, que ha logrado una gran aceptación con un discurso abiertamente contrario a las subidas de impuestos, ha sido su capacidad de comprender a la gente común, su entendimiento de que hay muchas personas que están hasta las pelotas de pagar más y más impuestos. Esa mayoría silenciosa que sabe que no es cierto que toda subida fiscal generará bienestar le ha dado su apoyo. Y sí, a la gente le ocultan los impuestos, le dicen que los pagarán otros, les cuentan que es una tasa y no un gravamen al uso, les justifican la carga afirmando que ayudará a financiar un determinado bien o servicio público… pero al final las familias hacen cuentas y se dan cuenta de que están pagando más, mucho más.

Un prestigioso economista italiano, Vito Tanzi, que ocupó cargos de responsabilidad en distintos organismos internacionales, ha escrito que el gasto público solo puede tener cierto sentido hasta que se alcancen umbrales cercanos al 30% del PIB. En cambio, en España rondamos el 50% del PIB ¡y hay gente que dice que el Estado no es lo suficientemente grande! ¿Cuándo sería lo suficientemente grande? Para ellos, no parece haber límites ni menos aún una reflexión sobre el desastre que supone seguir aumentando el gasto sin más.

Vd. ha conocido y tratado a Ramón Tamames. ¿Qué le ha parecido su participación en la fallida moción de censura de hace algunos días?

La moción de censura la he seguido al completo, porque me cogió en medio de un viaje y pude escucharla íntegramente. La verdad es que no me pareció ni un esperpento, ni una astracanada, ni nada de lo que dicen los medios más afines a la izquierda. Creo que Ramón estuvo francamente bien en sus intervenciones y que la mayoría de las cosas que dijo son sensatas.

Pero quizá lo mejor de todo fue cómo Tamames reclamó a Sánchez que dejase de leer un tocho de veinte páginas y que se centrase en debatir el propósito de lo que se estaba hablando en la cámara. Sin duda fue una forma divertida de pedirle a Sánchez y a su gobierno que dejen de hablar de esta forma pomposa con la que nos hablan muchos de los políticos de hoy en día. Creo que Pedro Sánchez llegó con altivez a la moción y dudo que se vaya tan airoso como creía.

Antes me ha hablado muy positivamente de Isabel Díaz Ayuso. Enfrenta la reelección el próximo mes de mayo…

Ayuso es estupenda. Los liberales debemos tener una sana desconfianza hacia los políticos de cualquier partido pero, como decía uno, hay clases y clases… Ernest Gellner contaba siempre una anécdota de los países de Centroeuropea que pasaron de forma abrupta de estar bajo el Imperio Austro-Húngaro a ser controlados por el régimen comunista de Stalin. ¿Qué decían muchos de sus ciudadanos? Que "se estaba mejor con Francisco José que con José…" (ríe a carcajadas). Pues bien, en el panorama actual, es evidente que Ayuso es lo mejor que tenemos - y no solo por lo que tiene en frente, sino también porque ella misma demuestra que tiene una intuición muy potente y un compromiso claro con la libertad como principio importante.

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