
Antes de seguir discutiendo si lo que el PSOE ha prometido a ERC es o no es un concierto propio como el vasco, y si esa modificación de la financiación catalana es o no es viable, y si va a arrastrar o no más modificaciones de la financiación general de otras autonomías; antes de debatir el futuro de otras promesas electorales e inversiones anunciadas; antes de decidir si damos por bueno que la macroeconomía española "va bien", aunque la sensación micro y de muchas familias sea la contraria; antes de preguntarnos por qué cuando los tipos de interés suben, también lo hacen las hipotecas, pero no lo que rinden los depósitos; antes, en fin, de fijar posición sobre muchas cosas, igual convendría parar a tomar aire –o AIReF, siglas por Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal–. Y pararnos a pensar en las consecuencias de que, más que repartirnos más o menos dinero los unos con los otros, da la impresión de que, mayormente, lo que nos repartimos es deuda.
Según el Observatorio de la Deuda hecho público por la AIReF el pasado mes de julio, la ratio española de deuda sobre PIB se situó en el primer trimestre de 2024 en el 108,9%, lo que supone un incremento de 1,2 puntos respecto a final de 2023, y de 10,7 puntos respecto al nivel previo a la pandemia. España es en estos momentos uno de los países más endeudados de Europa.
La pandemia es una de las razones del pico de deuda de países como el nuestro, Bélgica o Francia. Hay otras razones. Algunas vienen de antiguo. Me estoy leyendo estos días la excelente biografía de don Pedro Téllez-Girón, tercer duque de Osuna, héroe de Flandes, Sicilia y Nápoles en tiempos de Felipe III, y a la muerte de este, víctima de los reajustes palaciegos de Felipe IV y el conde-duque de Olivares, que metió en la cárcel a Osuna –que acabó sus días allí–, acusado de traición a España –absurdo– pero también de varios delitos de cohecho y hasta de corrupción que merecen un análisis detenido. Luis María Linde, antiguo gobernador del Banco de España, una de las mejores cabezas económicas –y también literarias– de nuestro país, lo disecciona todo en esta biografía del "grande Osuna" que vio la luz en 2005 –antes de que se pusiera de moda darle la vuelta a la leyenda negra antiespañola, particularmente cruel con nuestro duque–, y que reaparecerá este mes de septiembre, corregida y aumentada, en Ediciones Encuentro. No se preocupen que yo ya les voy avisando.
Vaya por delante este sabroso aperitivo: Osuna era uno de los nobles españoles más ricos "por su casa" a principios del siglo XVII, cuando la hegemonía española en el mundo era tan incontestable, como difícil y muy cara de mantener. El imperio tenía muchos frentes abiertos, las guerras eran muy caras. En tiempos del duque de Lerma, se firmaron no pocas paces –tregua con los holandeses, apaciguamiento de saboyanos y venecianos…–, menos por convicción política que por estrechez económica. Con prosa elegante, precisa y que se le entiende todo, Linde describe una Corte llena de intrigas, enredos y, por supuesto, chanchullos. La economía estaba dominada por clases rentistas, no productivas, y cuando la Corona necesitaba dinero –que lo necesitaba siempre–, lo solucionaba endeudándose (endeudándonos) más y más.
Volviendo a Osuna: nombrado primero virrey de Sicilia y después de Nápoles, absolutamente convencido de que España tenía que dominar el Adriático, donde no llegaban las flotas y los recursos reales, llegaban sus propias armadas corsarias, financiadas por él. En Madrid encantados, claro, hasta que la cosa se complicó. La República de Venecia, identificando correctamente al duque de Osuna como la mayor amenaza contra sus intereses, no paró hasta hacerlo caer en desgracia. Osuna pasó de ser visto como un espontáneo y generoso "donante" de la monarquía, a ser tratado como una especie de…¿Koldo?
Intrigas históricas aparte, el caso contra Osuna no se hubiera podido sustanciar ni sostener de estar las cuentas de todos un poquito más en orden y más claras. De no vivir los reyes de prestado y de no haber permitido, por eso mismo, un uso más que peculiar de la caja, de la deuda y de los intereses de la misma. Salvando distancias, no es tan distinto de lo que sucede ahora, cuando el votante y contribuyente tiene una idea harto confusa, por decirlo amablemente, de dónde sale el dinero del Estado y de las CCAA. Y sobre todo, de a dónde va, mayormente, a seguir hinchando la pelota de la deuda.
El Estado de las Autonomías no es como aquel imperio donde no se ponía el sol, pero conserva algunos de sus déficits y debilidades estructurales. Cuando hay lío, lo tapamos multiplicando el gasto, tirando del dinero aparentemente "de nadie", pero que a la larga lo pagamos todos. Si no al contado, pues en merma trágica de los servicios públicos y de la efectividad de la Administración, que dedica más energías a perpetuarse a sí misma, que a cumplir su función.
Si en tiempos de Felipe III y Felipe IV el problema eran los validos, a día de hoy es un permanente frenesí electoral que "corta" constantemente la perspectiva y dificulta tanto el pedir cuentas a nuestros gobernantes, como que estos las rindan más allá del corto plazo. Otra cosa son las cuentas que finalmente hay que rendir a los sistemas y mercados financieros.
Al margen de lo que opine cada cual sobre las cuestiones con que abríamos este artículo, estaría bien sentar las bases de debates más ponderados y realistas que, frente a cada medida que se propone o se adopte, no ocultaran lo que vale el peine, y quién lo va a pagar. Si no, poco habremos adelantado desde los tiempos de Quevedo, también encarcelado, por cierto, por el conde-duque de Olivares. Los testigos agudos de la realidad a veces dan más miedo que la realidad misma.