
Que La Sexta haya dedicado parte del programa Conspiranoicos a hablar Milton Friedman es uno de los fenómenos insólitos (y hasta milagrosos) que están surgiendo a raíz de la ofensiva a arancelaria de Donald Trump. Cospiranoicos es una producción de La Sexta Noticias y Newtral.
La razón de que en la cadena propiedad de Atresmedia se hayan topado con Friedman se debe a Elon Musk, que hace unos días publicaba en X una de las citas más populares del premio nobel de economía para criticar los aranceles: la historia del lápiz.
En los años 80, y como defensa a ultranza del libre mercado, Friedman hace referencia a la famosa "historia del lápiz". Lo hizo tanto en la serie de televisión de la que fue protagonista como en su libro Libertad de elegir, una de las obras de economía más vendidas del siglo XX.
— Elon Musk (@elonmusk) April 7, 2025
Y ahora, estas ideas han llegado a La Sexta. Como señala Domingo Soriano en un recomendable artículo, por atacar a Donald Trump, pareciera que la izquierda ha puesto en pausa su lucha contra el malvado capitalismo para abrazar el libre comercio y la globalización. Lo nunca visto.
Eso sí, el tono que usa con Friedman el presentador del programa es bastante cuestionable. Por ejemplo, Joaquín Castellón califica al máximo referente de la Escuela de Chicago de "ultraliberal" y de divulgador del "liberalismo extremo". Sin embargo, a pesar de la intencionalidad despectiva de la presentación, nadie hubiera anticipado que Friedman, y sus ideas, fueran a llegar a esta cadena.
En el presente artículo vamos a recordar algunas lecciones de la gran obra de Friedman Libertad de Elegir en la que desmonta las principales (y viejas) ideas proarancelarias con las que se ha obsesionado Trump.
El poder del mercado: el lápiz
El economista nos cuenta que "el lápiz corriente conocido por todos los niños, niñas y adultos que saben leer y escribir" comienza su historia con una declaración: "Ni una sola persona... sabe cómo fabricarme".
Entonces, Friedman empieza a contar todo el esfuerzo que implica la fabricación de un lápiz. Primeramente, la madera viene de un árbol, "un cedro de grano compacto que crece en el Norte de California y Oregón". Para cortar los árboles y llevar los troncos a la terminal del ferrocarril son necesarios "sierras y camiones, cuerda y... muchísimas más cosas". Además de "muchas personas y numerosas habilidades concurren en su fabricación: la minería de cobre, la fabricación del acero y su fundición en sierras, ejes, motores; el crecimiento del cáñamo pasando por todas sus fases para convertirse en una fuerte cuerda etc".
Continuamos con en el transporte de los troncos al aserradero. Y hasta ahora sólo hemos hablado de la parte exterior del lápiz. La mina del lápiz comienza como grafito. Nos queda el borrador, haciendo reaccionar aceite de semillas de colza de Indonesia con sulfuro clorhídrico. "Ninguna de las miles de personas que intervienen en la fabricación de un lápiz haría todo este trabajo porque quiere un lápiz. Cada uno ve su trabajo como una forma de conseguir los bienes y servicios que quiere" explica. "Cada vez que vamos a la papelería y compramos un lápiz, intercambiamos un poquito de nuestros servicios por la infinitésima parte de los servicios prestados por las miles de personas que contribuyeron a producir el lápiz" añade.
La historia concluye con una interesante reflexión: "Estas personas viven en muchas tierras, hablan idiomas diferentes, practican distintas religiones, pueden, incluso, odiarse entre ellos –aunque ninguna de estas diferencias les impidió cooperar entre sí para producir un lápiz".
La tiranía de los aranceles
Friedman comienza el segundo capítulo de su libro citando la crítica a los aranceles en la Riqueza de las Naciones de Adam Smith.
Si un país extranjero puede suministrarnos una mercancía más barata de lo que nosotros podemos fabricarla, mejor comprársela a éste con parte de los productos de nuestra trabajo, empleado de una forma en la que podemos tener algunas ventajas. En todo país, siempre es y debe ser el interés del conjunto de la población, comprar cualquier cosa que quieran a aquéllos que la vendan más barata. La afirmación es tan evidente, que parece ridículo hacer un esfuerzo para demostrarla.
Entonces, Friedman criticaba que los Estados Unidos tuvieron aranceles a lo largo del siglo XIX "y todavía son más altos en el siglo XX, especialmente con el Decreto de Aranceles Smoot-Hawley, al que algunos investigadores consideran como parcialmente responsable de la severidad de la depresión".
¿Quién protege al consumidor?
Así, "hoy existe un gran apoyo a los aranceles, eufemísticamente etiquetados como "protección", una buena etiqueta para una mala causa" señalaba. El economista contaba que los productores de acero, los sindicatos de los trabajadores del metal o los fabricantes de televisores presionaban para que se impusieran restricciones a Japón, Taiwán o Hong Kong, así como los fabricantes de productos textiles y calzado o los ganaderos se quejaban de la "injusta" competencia del extranjero y exigían que el gobierno hiciera algo para "protegerles".
A pesar de que estos sectores abanderaban sus protestas en favor del interés general, ninguno defiende al consumidor. "Una voz que apenas se ha alzado es la de los consumidores" señalaba el autor. Así, "protección quiere decir realmente explotación del consumidor".
Por ejemplo, Friedman apuntaba que "quienes apoyan los aranceles consideran evidente que la creación de trabajos es un fin deseable, en sí y por sí mismo, independientemente de lo que hagan las personas empleadas. Esto es claramente un error. Si todo lo que queremos son trabajos, podemos crear un gran número –por ejemplo, teniendo a gente cavando agujeros para volver a llenarlos de nuevo o desempeñando otras tareas inútiles".
Otra falacia, "rara vez contradicha, es que las exportaciones son buenas y las importaciones son malas" consideraba Friedman. Aunque "no podemos comer, vestir o disfrutar de los bienes que mandamos al extranjero, pero comemos bananas de Centroamérica, vestimos zapatos italianos, conducimos coches alemanes y disfrutamos de los programas que vemos en nuestros televisores japoneses. Nuestra ganancia del comercio exterior es lo que importamos" sentenciaba. Siempre "preferirás pagar menos por más aunque eso signifique una balanza de pagos desfavorable en el comercio exterior" añadía.
Friedman también se refería al principio de la ventaja comparativa. "Incluso aunque seamos más eficientes que los japoneses produciendo cualquier cosa, no nos compensará producirlo todo. Deberíamos concentrarnos en hacer aquellas cosas que hacemos mejor, aquellas cosas en las que nuestra superioridad es mayor" consideraba. Por eso, aunque un abogado escribiera a máquina el doble de rápido que su secretaria no debería despedirla porque es cinco veces mejor como abogado que ella.
Friedman también se detenía en "los subsidios que los gobiernos extranjeros pagan a los productores para permitirles vender en los Estados Unidos por debajo del coste" y recordaba que, para ello, "el gobierno extranjero tiene que hacer tributar a sus ciudadanos que son quienes pagan". Por tanto, "los consumidores norteamericanos se benefician porque consiguen televisores, automóviles o cualquier otro bien de los sectores subsidiados más baratos. ¿Deberíamos quejarnos de un programa de ayuda extranjera inversa como éste?" se preguntó.
La creación de empleo nacional, la protección del dólar, la seguridad nacional... Friedman desmonta en su libro uno a uno todos los argumentos a favor de los aranceles. Porque "pocas medidas de las que podríamos emprender harían más para promover la causa de la libertad tanto en el interior como en el extranjero que la completa libertad de comercio".
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