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Macron y Starmer muestran a Sánchez el nuevo camino de la socialdemocracia europea: ¿Lo seguirá?

El británico y el francés ya se saben atropellados por la realidad, en el presupuesto y en las urnas. Su cuerda fiscal está a punto de romperse.

El británico y el francés ya se saben atropellados por la realidad, en el presupuesto y en las urnas. Su cuerda fiscal está a punto de romperse.
Keir Starmer y Emmanuel Macron, el pasado viernes en Tirana, Albania, durante la sexta cumbre de la Comunidad Política Europea. | Cordon Press

Menos inmigrantes y más rigor presupuestario. ¿Quién propone esto? ¿Derecha populista? ¿Ultraliberales sin escrúpulos? No. Son los líderes de la socialdemocracia europea. Uno desde dentro de la UE y otro desde fuera. Los dos más relevantes y poderosos socialistas del Viejo Continente (con el permiso de Pedro Sánchez, por supuesto, no se vayan a molestar en la Moncloa).

Keir Starmer (primer ministro del Reino Unido) y Emmanuel Macron (presidente de la República Francesa) coincidían este pasado martes 13 de mayo en X (la antigua Twitter) con dos mensajes muy llamativos por lo que decían y porque suponen un giro de 180 grados en el que ha sido el discurso de la izquierda europea en las últimas dos décadas. ¿Será por el ascenso, muy importante en los dos países, de eso que se denomina "derecha populista" (más allá de lo impreciso de una etiqueta que agrupa a formaciones tan variopintas)? Pues será por eso o porque la realidad les ha golpeado con más fuerza de la prevista. Pero inaugura un cambio de rumbo que veremos hacia dónde nos lleva.

El británico completaba con este tuit el anuncio de que se endurecerán de forma muy significativa los requisitos para obtener la residencia en el Reino Unido: los planes incluyen duplicar (de cinco a 10 años) el período de tiempo necesario para adquirir la residencia permanente; habrá más control sobre los visados de trabajo; se exigirá a los inmigrantes al menos un cierto nivel de cualificación y subirá el sueldo mínimo para la contratación de mano de obra extranjera; también será más difícil obtener el visado de estudiante. En resumen, establecerse en las islas británicas será más complicado. ¿Objetivo? Reducir los cerca de un millón de nuevos habitantes que cada año se instalan allí desde el extranjero. Ni Vox ni Orban, es Starmer el que lo propone. Y esto se une al anuncio de hace unas semanas de un recorte histórico en la cantidad y los criterios de concesión de ayudas sociales.

El mismo día, en una curiosa causalidad, Macron publicaba este cuadro. En el mismo puede verse el reparto del gasto público en Francia. Y en el texto del presidente francés, una advertencia (al menos sonaba así): "De cada 1.000 euros de gasto público, debemos ahorrar 70 antes de 2029". ¿Por qué una advertencia? No hay más que mirar los rectángulos de colores que acompañaban a las palabras de Macron. De esos 1.000 euros, 561 se van a políticas sociales (sanidad, pensiones, ayudas sociales) que en teoría no pueden tocarse (incluso en el gráfico aparecen ligeramente separadas, como si estuvieran al margen). Si es así, lo que te queda es un recorte de 70 ya no sobre 1.000, sino sobre 440: eso es el 16%. Si además intuimos que no puedes reducir Defensa (en realidad tienes que aumentarlo), ni Educación, ni el pago de intereses, ni Seguridad... ¿de dónde vas a sacar lo que tú mismo dices que hay que ahorrar en apenas tres años?

Intuyo que aquí este debate tardará en llegar. Nos dirán que al fin y al cabo Reino Unido ni siquiera es miembro de la UE (cierto) y que Macron, aunque saltó a la fama política como ministro de un Gobierno socialista, lidera un movimiento peculiar ("socioliberal", lo llaman), que lo aleja de los partidos laboristas clásicos europeos (también es cierto).

Y sí, Sánchez podrá poner cara de "a mí esto no me toca". Pero le toca. Y mucho.

La cuerda

Mi sensación es que muchas de las noticias que están acaparando los titulares de la sección de Internacional (de los aranceles de Trump a los resultados de las elecciones en Alemania) en los últimos seis meses giran en torno a lo mismo: los estados del bienestar occidentales han alcanzado ese punto en el que ya no pueden estirarse más. Como esa cuerda de la que vas tirando hasta que sientes que está al límite y que aflojas para que no se rompa.

Llevamos cincuenta años incrementando nuestras promesas de gasto para todo tipo de colectivos. E intentando que eso no nos genere demasiadas tensiones con los que sufragan ese gasto. El esquema era arriesgado en cualquier caso, porque genera unos incentivos perversos: premias (subvenciones) al que no hace nada y castigas (con tributación) al que genera riqueza. Y sí, también aquí los incentivos importan. Cuando pagas por una cosa y cobras por otra, lo normal es tener más de lo primero y menos de lo segundo.

Pero a ese esquema general, que era complicado de mantener sin sorpresas, se le han añadido en las últimas dos décadas dos elementos que no estaban previstos (o, mejor dicho, que se hacía como si no existieran): el envejecimiento de la población y la inmigración de baja cualificación. Lo primero es devastador para las cuentas: le has prometido a toda esa gente que velarías por ellos durante su vejez, no sólo en lo que tiene que ver con las pensiones, sino con el gasto en sanidad o en eso que ahora llamamos "dependencia". No entro aquí en el debate sobre si es justo o no cuidar de este colectivo: esto es una cuestión numérica, ¿cómo lo pagas?

Con la inmigración, más de lo mismo. Nos dicen que los inmigrantes no suponen una carga para las cuentas públicas y que su saldo fiscal es positivo. Pero es uno de esos lemas que es complicado encajar con el resto de la propia propaganda socialdemócrata: si tienes un estado de bienestar diseñado con una lógica progresiva (pagan más los que más ganan y reciben más los que menos tienen), es casi imposible que un colectivo que ingresa directamente en los últimos percentiles de renta tenga un resultado positivo en el suma-resta entre impuestos y ayudas públicas. Puede ser cierto para algunos tipos de inmigrantes (en España, por ejemplo, para esas clases medias sudamericanas que llegan a millares cada día) pero no en términos generales (por ejemplo, inmigrantes de países del tercer mundo sin cualificación). Porque, además, hay un elemento extra que tiene que ver con la justificación ante el que sostiene el Presupuesto: puede ser injusto o no, ahí no entramos, pero es evidente que aquí también entra en juego el elemento identitario; en resumen, que te molesta menos que te cobren impuestos si luego los que cobran la subvención son de los tuyos que si son unos recién llegados con los que no te identificas.

A partir de ahí, es casi inevitable que aparezca el conflicto. Starmer y Macron ya se saben atropellados por la realidad, en el presupuesto y en las urnas. En España, Sánchez está entretenido, entre tribunales de familiares y pactos con una coalición muy variopinta, manteniéndose en la Moncloa. Pero lo que nos anticipan esos dos tuits sobrevuela nuestra conversación pública y comenzará a influir con más fuerza en el resultado electoral mucho antes de lo que pensamos. Porque nosotros también estamos estirando la cuerda más allá de lo que podemos permitirnos. ¿Cuándo se romperá?

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