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La diferencia entre la reputación del Banco de España y la de Escrivá

Casi da igual lo que ocurriera con el famoso informe. Lo grave de la conducta de Escrivá es que no importa lo que haga. Lo grave es que esté.

Casi da igual lo que ocurriera con el famoso informe. Lo grave de la conducta de Escrivá es que no importa lo que haga. Lo grave es que esté.
El gobernador del Banco de España, José Luis Escrivá. | Europa Press

Preparando el programa de esta semana de Economía Para Quedarte Sin Amigos, dedicado a Warren Buffett, recordé esta frase genial de El Oráculo de Omaha, sobre la necesidad de obrar siempre con honestidad en los negocios: "Se necesitan veinte años para construir una reputación. Y sólo cinco minutos para destruirla. Si lo piensas así, probablemente actuarás de forma diferente".

Por supuesto, Buffett no aplicaba esta máxima sólo a su vida, que siempre dijo que intentó vivir de la manera más correcta posible, ni a su manera de hacer negocios, sino también a las empresas que compraba. Cuando Berkshire Hathaway se involucraba en una nueva inversión, una de las prioridades de Buffett era asegurarse de que el equipo directivo cumplía con sus estrictos requisitos de conducta. Nunca hacía negocios con gente de la que no se fiase (y cuando lo hizo, reconoció luego su error).

En eso tiene mucho en común con otros inversores en valor. Los mejores que conozco siempre dicen que uno de los puntos clave a la hora de analizar una compañía es la calidad del equipo directivo (calidad técnica, pero también moral) y su alineamiento de intereses con los partícipes. Por eso les gustan tanto, aseguran, las empresas familiares o en las que los ejecutivos tienen un porcentaje significativo del capital. Esas compañías en las que el accionista de referencia piensa no sólo en los resultados trimestrales ni en cómo quedará su foto en la portada de Expansión o The Wall Street Journal, sino en la construcción de un negocio sólido a largo plazo, en consolidar su relación con clientes y proveedores, en tener una imagen de marca que haga que su producto sea reconocido, etc...

Pensaba en todo esto de la reputación, los veinte años y los cinco minutos mientras leía las noticias de la semana sobre el informe mutilado del Banco de España, la dimisión de su responsable de estudios y las acusaciones (algunas veladas, otras muy directas) hacia José Luis Escrivá. Porque todos nos hacemos la misma pregunta: ¿es cierto que se han caído algunas partes para no molestar en Moncloa? Pero lo peor que ha hecho Escrivá en la institución que dirige no es presionar para obtener un informe favorable al Gobierno. De hecho, ni siquiera sé si lo hizo (como se ha publicado) o es todo un invento de los malvados medios de la fachosfera, obsesionados con dañar a Pedro Sánchez. Lo peor es que ha tirado a la basura todos esos años de prestigio y confianza. Y ahora llevará otros veinte reconstruirlos.

Y digo que ni siquiera sé si hizo lo que se ha publicado que hizo (aunque tiene pinta de que sí lo hizo). Pero es que casi da igual lo que ocurriera con el famoso informe. Lo grave de la conducta de Escrivá es que no importa lo que haga. Lo grave es que esté. Que un ministro salga del Ministerio por una puerta para entrar en el despacho del Gobernador del Banco de España por la otra está mal. Incluso aunque luego su ejecutoria sea impecable (imagínense si ni siquiera podemos decir esto).

Tampoco extraña en Escrivá, que ya lo hizo una vez, al salir de la AIReF para irse al Gobierno. Aquello tampoco era aceptable: el presidente del organismo encargado de fiscalizar al Ejecutivo no puede terminar como miembro de ese mismo Ejecutivo. Porque entonces nos obliga a todos a preguntarnos si lo que hizo como fiscalizador estaba influenciado o no por sus ganas (o sus negociaciones en marcha) para ser miembro de ese mismo Gobierno.

Cuando nombraron a Escrivá para el puesto de Gobernador escribí y dije que no me extrañaría que en algún momento haga cosas que molesten (y mucho) a su anterior jefe. No tengo ninguna prueba ni indicio. Es sólo una intuición. Pero si yo fuera Pedro Sánchez no estaría del todo tranquilo, porque a su exministro le pega tocar las narices cuando menos te lo esperas.

En cualquier caso, como decía, ni siquiera eso (si es que llega, todavía estamos a la espera) salvaría el nombramiento, que está mal se ponga como se ponga Escrivá a partir de ahora. Por lo pronto, lo que tenemos esta semana es un escándalo de los grandes y a los ocupantes de puestos técnicos (como los responsables de los informes del Banco de España) en unas portadas que nunca debieron ocupar.

Decíamos el otro día (con ocasión de la intervención del ministro Cuerpo en la OPA BBVA-Sabadell; otro ministro de perfil tecnócrata, de los de Máster en el extranjero y currículo impecable... hasta que se acercó a la política) que el rasgo más peligroso de la política es la irresponsabilidad. Que va unido al cortoplacismo. Y a la nula preocupación por la institución en la que trabajan temporalmente. Como esos ejecutivos que están unos cuantos años en una empresa, otros cuantos en otra y algunos más en la que toque después; siempre desde fuera, sin implicarse de verdad ni jugarse su patrimonio. Y si compran una acción es por casualidad (o como parte de un paquete de incentivos mal diseñado y que hace más mal que bien). No inviertas en una compañía dirigida por un tipo al que no le importe cómo le vaya a esa empresa dentro de 20 años. ¿Se imaginan ustedes a Cuerpo o Escrivá preocupados por el futuro del organismo que dirigen? ¿Su sueldo o su patrimonio depende en algo de que los ciudadanos mantengan la confianza en el mismo? ¿Y si el descrédito de las instituciones hace que cada vez menos jóvenes talentosos quieran trabajar en ellas o que el trabajo de sus técnicos sea menos valorado? ¿Les afectará en algo? En cinco minutos, un favor al Gobierno que te nombró, y todo salta por los aires. Como no es tuyo, tampoco es tan grave, ¿no?

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