
No hay ninguna frase de la historia del teatro más repetida (normalmente sin ninguna relación con el sentido dado en la obra original) que el "To be, or not to be, that is the question" ("Ser o no ser, ésa es la cuestión") que el príncipe Hamlet recita en el acto tercero de la obra a la que da nombre.
A nosotros, esta semana, la cita shakesperiana nos viene bien (recurso facilón, lo admitimos). Porque también desde Dinamarca llegan noticias que nos insinúan una disyuntiva más que interesante para el futuro. El Parlamento del país nórdico aprobaba hace unos días una reforma de su sistema de pensiones que elevará la edad de jubilación hasta los 70 años en 2040. O, dicho de otro modo, los nacidos a partir del 1 de enero de 1971 ya saben que trabajarán hasta que cumplan las siete décadas de vida.
¿Las razones? Las intuimos todos: una mezcla de un Estado del Bienestar que sufre enormes tensiones financieras, promesas que se van acumulando, una población cada día más envejecida y una esperanza de vida creciente (ya saben, los 70 son los nuevos 50).
Llegados a este punto y desde el resto de Europa, dos lecturas preocupantes. La primera es que Dinamarca no es el único país que se encuentra en esta tesitura. Los mismos titulares podrían encabezar cualquier noticia que describiese las perspectivas económicas del resto de los países ricos de la UE. De hecho, ahí viene el segundo problema, el que realmente debería llevarnos a reflexionar con detenimiento: si acaso, Dinamarca es de los que está mejor preparado para afrontar dichos retos. Es decir, el país en mejor situación es el primero que coge el toro por los cuernos. Vamos, que si estos se están pensando jubilarse a los 70 en apenas 15 años (en realidad, no lo están pensando, ya lo han aprobado), sería de ilusos que creamos que esto a nosotros ni nos va ni nos viene. Esto no es una curiosidad, una de esas noticias que llegan desde el extranjero y pensamos "qué raros son estos daneses". Es una advertencia.
Cuatro de cuatro
Esto último no lo decimos por asustar. La realidad es que en los cuatro aspectos que más influirán en la evolución de la normativa sobre pensiones Dinamarca no sólo está mejor que la media, sino a una distancia sideral (por delante, claro) de España.
El primero de esos factores es el envejecimiento que va a sufrir en las próximas dos décadas. Dinamarca ya está mal (como nosotros) pero no irá tan a peor. En realidad, aquí puede que los daneses nos miren con cierta envidia. Porque, en parte, este envejecimiento se debe a que nuestra esperanza de vida es superior a la suya (les sacamos un par de años). Pero eso, que está muy bien por lo que habla de la calidad de vida de un país, es un problema financiero. Al que se suman otros factores, como la jubilación del baby-boom, que en Dinamarca y otros países del norte ya comenzó hace muchos años y nosotros estamos empezando a ver ahora (recordemos que la natalidad en España se disparó a finales de los años 50, cuando en otros países ya llevaban una década). España es el país de Europa que más envejecerá en las próximas dos décadas. Y eso contando con el aporte migratorio.
El segundo elemento a tener en cuenta es que Dinamarca tiene uno de los sistemas de pensiones más sostenibles del mundo. De hecho, se pone como modelo habitualmente (junto con el holandés). Esto es así porque es un modelo mixto, en el que el sistema público de reparto convive con un sistema de capitalización individual (es verdad que canalizado a través de planes de empleo) que permite a sus jubilados aprovechar las ventajas del ahorro y el interés compuesto. Por cierto, una de las claves de la sostenibilidad es el ahorro de los daneses: entre los que más invierten para su jubilación y otro aspecto en el que están lejísimos de nosotros.
Otro factor que favorece a Dinamarca es el del mercado de trabajo. Funcional y flexible, el paro en el país nórdico apenas asciende al 7%. Por supuesto, también hay diferencias en términos de productividad y salarios, que están entre los más elevados del continente. Lo que implica, por supuesto, impuestos más elevados y cotizaciones más generosas [En realidad, en Dinamarca no hay cotizaciones; y a cambio pagan más IRPF. Lo que queremos decir es que los impuestos al trabajo destinados al pago de prestaciones relacionadas con la vejez son muy altos en aquel país].
Por último, las cuentas públicas. Mientras que España presenta un déficit estructural del 3%, como mínimo (damos esta cifra para que no nos llamen alarmistas: la realidad es que llevamos quince años sin conseguir bajar apenas de ese punto, ni con recesión ni con crecimiento) y una deuda pública en el entorno del 100% del PIB; en Dinamarca esa misma ratio está en el 31% del PIB, uno de los niveles más bajos de cualquier país desarrollado.
Inmigración y sostenibilidad
Si alguien está pensando en el otro gran tema que sale en la conversación cada vez que se habla de pensiones o envejecimiento, la inmigración, también el país nórdico puede enseñarnos algo. Para empezar, a ser realistas. Allí, el equivalente a nuestro Ministerio de Economía ha publicado varios estudios, pioneros en Europa (yo no conozco otros equivalentes desde el sector público) analizando la contribución de los inmigrantes al saldo fiscal. Es decir, frente al matra buenista de "los necesitamos para sostener el Estado de Bienestar", la realidad de ingresos y gastos de cada colectivo.
Como hemos apuntado en alguna ocasión, no parece muy lógico sostener al mismo tiempo (1) que tienes un sistema fiscal redistributivo (el que más gana paga más; y el que menos gana recibe más); y (2) que un colectivo que entra en la parte más baja de la distribución de ingresos es receptor pagador neto de impuestos. O una cosa o la otra, pero no pueden ocurrir las dos cosas al mismo tiempo. Pues bien, en Dinamarca han calculado las cifras reales y lo que les ha salido es políticamente incorrecto, pero muy lógico: en el caso de los inmigrantes de países de ingresos medios y bajos, no es cierto que tengan un saldo fiscal positivo (que paguen más impuestos que ayudas reciben), sino al revés.
Es verdad que, en este último tema, Dinamarca y España sí tienen bastantes aspectos en común. La diferencia aquí no reside tanto en el fondo del asunto, sino en la mirada. Ellos sí reconocen la realidad, la analizan y asumen cuál son las consecuencias más probables de las nuevas tendencias sociales. Aquí seguimos engañándonos.
A partir de aquí, cada uno podrá hacer su propia apuesta. Algunos pensarán que los 70 años aparecerán en el debate público español más pronto que tarde. Otros (como este columnista) creerán que nuestros políticos no se atreverán a poner encima de la mesa una política tan poco popular hasta que no les quede otra opción. Pero, de nuevo, deberíamos asumir que una y otra alternativa tienen consecuencias. No tocar las pensiones es posible, pero también tiene su otra cara: más impuestos y menos margen en el presupuesto para otras partidas. Ahora mismo, en Europa, si uno mira los grandes indicadores que apuntábamos en un inicio (deuda pública, envejecimiento, productividad...) puede observar a un pequeño grupo de países que presentan cifras similares: Grecia, Italia, Francia, España. También son los que mantienen un sistema de pensiones más generosos en términos de tasa de sustitución. ¿Reformar o no reformar? Todos estos países decidieron no tocar nada (o lo mínimo) en lo referente a las pensiones. Tampoco parece que les vaya demasiado bien.