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'1923', el western de Harrison Ford y Hellen Mirren que reivindica la propiedad privada y la familia

La precuela del Universo Yellowstone de Taylor Sheridan ofrece valiosas lecciones sobre el capitalismo y sus enemigos.

La precuela del Universo Yellowstone de Taylor Sheridan ofrece valiosas lecciones sobre el capitalismo y sus enemigos.
SkyShowtime

Taylor Sheridan vuelve a las raíces de Estados Unidos con 1923, una serie que no teme plantar cara al discurso hegemónico que la izquierda ha instaurado en buena parte de las producciones audiovisuales que nos llegan de Hollywood. Enmarcada en el Universo Yellowstone, esta entrega protagonizada por Harrison Ford y Hellen Mirren está ambientada en el periodo de entreguerras y sirve a Sheridan para articular una feroz crítica a las élites que socavan la prosperidad desde arriba, al tiempo que reivindica como valores fundacionales de la civilización occidental la propiedad privada, el esfuerzo, la fe y la familia.

La segunda de las dos temporadas de 1923 arranca con una frase que resume su tesis central:

—Esta es una muerte por mil picaduras.

Así describe uno de los protagonistas el lento pero continuo proceso de devaluación de la propiedad. No se trata de una expropiación abierta, sino de una sucesión acumulativa de normativas, impuestos, regulaciones y trabas administrativas que, en la práctica, hacen inviable la continuidad del rancho familiar. Al igual que en Yellowstone, pero cien años antes, los Dutton lidian con una auténtica "guerra de desgaste" que refleja el poder de quienes, desde las oficinas del gobierno, toman decisiones que ignoran la realidad de quienes producen, cuidan y mantienen al país en pie.

En uno de los momentos más reveladores del primer episodio de la segunda temporada, otro personaje afirma sin rodeos que "el gobierno nos quiere pobres". La frase, lanzada sin ambages, capta el espíritu de esta nueva creación de Sheridan, quien busca mostrar cómo el poder político no actúa para elevar a los ciudadanos, sino para doblegarlos. De hecho, el magnate que pretende hacerse con el rancho de los Dutton se apoya precisamente en estas estructuras para disparar su presión sobre el clan protagonista, cuyos terrenos quiere adquirir para construir un resort de esquí.

El gran antagonista de 1923 es Donald Whitfield, interpretado por Timothy Dalton. A diferencia de otros personajes complejos y llenos de matices que suelen poblar las ficciones de Sheridan, Whitfield roza en ocasiones la caricatura: es un villano de manual, con todos los tics del empresario despiadado y sin escrúpulos. Su personaje, ávido de dinero y vicioso como pocos, parece sacado de una película clásica. Sin embargo, más allá de esta construcción algo estereotípica, Whitfield representa precisamente al empresario que no compite en el mercado, sino que conspira, y al capitalista que, si no puede crear, opta por capturar.

A Whitfield le interesa producir riqueza y, ciertamente, entiende a la perfección que, cuanto más urbanita sea la sociedad norteamericana, más valor tendrá la experiencia de volver a los territorios del interior en busca de experiencias como las que quiere vender en su resort. Sin embargo, su sueño debería haber acabado con el "no" de Dutton, de la misma forma que la trama de Yellowstone debería haber quedado zanjada cuando el personaje encarnado por Kevin Costner se reafirma en dejar sus tierras al margen de tales desarrollos. Como en la serie original, la precuela nos muestra a un villano que no duda en recurrir a la violencia y a la intimidación para retorcer las normas aplicables y quedarse con la finca que tanto codicia.

Hay en 1923 una mirada romántica al capitalismo decimonónico que se vio superado por la modernidad. A pesar de todas las aristas que matizan su proceder, sus héroes suelen ser personajes que producen, arriesgan, levantan comunidades y cultivan la tierra sin perjudicar a terceros. Frente a ellos, vemos a auténticos depredadores encarnados por políticos, burócratas y magnates aprovechados. La conversación sobre Mussolini y el auge del fascismo que aparece en el episodio 1 de la segunda temporada no es casual: pone sobre la mesa la tensión histórica entre "makers" y "takers", productores y extractores. Sheridan parece apuntar con sutileza que, a menudo, los tiranos ascienden prometiendo orden y justicia, pero lo hacen sembrando la ruina.

La travesía de Spencer y Alexandra

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A lo largo de la serie, la inflación aparece no solamente como fenómeno económico, sino como símbolo de un orden en proceso de cambio. Spencer Dutton, que protagoniza una auténtica odisea para volver a Montana desde África y luchar por la conservación del rancho familiar, lamenta que todo se ha devaluado desde que se marchó para combatir en la I Guerra Mundial: la tierra y el dólar valen menos, pero sucede lo mismo con las promesas. Esa noción de confianza en el sistema ha sido destacada por muchos académicos como un pilar necesario para el correcto funcionamiento del capitalismo.

Si Spencer enfrenta una travesía de lo más compleja, qué se puede decir de su esposa, Alexandra. Ambos se conocen en África, donde el sobrino de los Dutton se ganaba la vida como cazador de animales exóticos, y se enamoran rápidamente, con el consecuente shock cultural para la familia de la novia, que confiaba en sacar adelante un matrimonio de conveniencia con un noble británico. Esto viene a señalar un giro en la forma en que se cultivan las relaciones amorosas propio del tránsito del viejo orden económico mercantilista al nuevo marco productivo liberal, donde la autonomía individual está muy por encima de jerarquías o convenciones, tal y como ha explicado la brillante pensadora Deirdre McCloskey en su trilogía de libros sobre la dignidad, la igualdad y los valores de la era burguesa.

Reglas y quiebres

En el episodio 6 de la segunda temporada de 1923 se afirma sin tapujos que "todos los males provienen de no cumplir los Diez Mandamientos". Es este un alegato breve, aparentemente simplista, pero profundo. En un mundo donde el Estado empieza a invadir cada vez más espacios, la religión aparece como un código alternativo que permite anclar las relaciones humanas de manera ordenada y sencilla. No se trata de imponer un credo, sino de recordar que sin anclajes morales, todo se vuelve relativo y manipulable. Carlos Rodríguez Braun ha hecho esta misma aseveración en su Venerable síntesis liberal.

En este sentido, y al igual que en 1883, en 1923 se incluye también una poderosa denuncia de un claro incumplimiento de estos preceptos, como es la violencia ejercida contra los pueblos indígenas, particularmente a través del sistema de internados que fue promovido por las autoridades de la época. La serie retrata con crudeza el abuso físico, psicológico y sexual que sufrían los niños de estas poblaciones, separados por la fuerza de sus familias y sometidos a un proceso brutal de "asimilación" cultural.

Lejos de ser excesiva o inventada, esta representación refleja una realidad histórica que se debe reconocer, puesto que esta es una de las grandes contradicciones fundacionales de Estados Unidos, un país que nació proclamando la libertad y la dignidad de todos los hombres, pero que permitió a lo largo de un siglo y medio una desigualdad inaceptable entre sus ciudadanos, todo por cuestiones de raza. La crítica de Sheridan no surge desde la lógica del resentimiento ni del presentismo moral, sino que parte de un discurso de coherencia con los principios que supuestamente inspiraron la Declaración de Independencia.

Una reflexión final

Al final del épico western, el espectador tiene la oportunidad de sentarse a reflexionar sobre lo que supone esta nueva creación de Sheridan. De nuevo, la ética que propone gira en torno al derecho a luchar por lo propio, dotando de sentido y significado al derecho a la propiedad, que presenta como vehículo central para la expresión del proyecto de vida propio y de su continuación a través de las generaciones.

Frente a la utopía progresista, la serie enarbola la bandera de la dignidad de quienes trabajan, sufren y perseveran sin deberle nada a nadie, todo con el ánimo de usar la propiedad como expresión material de un sueño familiar de vida en común.

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