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El auge del textil como oda al capitalismo: así nos liberó el mercado del atraso y el trabajo a destajo

Virginia Postrel estudia la función social y económica del mercado a partir de la historia de la industria textil.

Virginia Postrel estudia la función social y económica del mercado a partir de la historia de la industria textil.
Yolanda Díaz visita las instalaciones de Inditex en Arteixo | LD/Agencias

Un par de vaqueros por 30 euros. Un abrigo de lana por menos de 100. Camisetas a cinco euros la unidad. La normalidad del siglo XXI es una de abundancia textil, colores vivos, tallas múltiples, entrega rápida. Pero, en términos históricos, este nuevo paradigma es casi un milagro que, no obstante, hemos normalizado. Por eso, libros como El tejido de la civilización, de Virginia Postrel, cumplen una función crucial, al recordarnos de dónde venimos para entender lo lejos que hemos llegado.

Postrel, conocida por su defensa del dinamismo social y económico y ganadora del Premio Bastiat en 2011, recorre la historia del textil como si se tratara de la historia del mundo. Y, de hecho, acierta. El hilo, nos dice, fue más revolucionario que el acero. Lo que hoy es una máquina industrial antes fue una condena doméstica. En la Antigua Roma, una mujer necesitaba 909 horas —unos 114 días laborables— para hilar a mano la lana necesaria para componer una sola toga. Aún en el siglo XVIII, con la introducción del torno de pedal, se requerían 14 días de trabajo para producir suficiente hilo para producir un simple par de pantalones.

En cambio, un solo operario puede supervisar maquinaria de producción textil capaz de producir hasta 35.000 kilogramos de hilo al año, una cifra equivalente a fabricar 18 millones de camisetas. No es una mejora marginal, sino un salto cuántico. Y es el capitalismo, con sus procesos de innovación, acumulación de capital, reinversión y escalabilidad, el sistema económico y productivo que lo ha hecho posible.

A lo largo de los siglos, las mujeres del mundo vivieron atrapadas en lo que Postrel describe como la "dictadura del hilo". Tejer ropa era un trabajo extenuante, que ocupaba a la población femenina desde la infancia, sin escapatoria en la gran mayoría de los casos. En lo que luego serían territorios del Imperio Español, las niñas aztecas comenzaban a hilar a los cuatro años y, si lo hacían mal, sus madres las castigaban con humo de chile o pinchazos con espinas. No era este un caso aislado: en casi todas las culturas preindustriales, hilar era una tarea femenina obligatoria y perpetua, sujeta a una gran presión y, en no pocas ocasiones, escenas de maltrato.

La liberación de esa forma de esclavitud invisible no vino a través de un decreto, ni tampoco fue producto de una revolución social, sino que se produjo merced a la revolución industrial que trajo consigo el nuevo paradigma de mercado. Fue el telar mecánico, el hilado continuo, la producción en masa, la fábrica de algodón y el capital privado que sustentó estos nuevos modelos productivos en busca de beneficios económicos lo que sustituyó jornadas eternas de trabajo por rápidos y cómodos motores a vapor que empezaron a cambiar las cosas.

Hay quienes romantizan el pasado y nos hablan de "lo artesanal" como si el ayer fuera poco menos que una utopía pero, en su libro, Postrel nos recuerda que producir un solo rollo de seda —de unos 13 metros, suficiente para vestir a dos mujeres— requería tres días completos de trabajo… y todo eso sin contar el cultivo de gusanos, el devanado o el teñido.

Y luego estaba la represión institucional que practicaba la clase política dominante. En la Francia de 1726, vender ciertos tejidos de algodón podía castigarse con la pena de muerte. Despachar tales tejidos estaba prohibido por ley, todo para proteger a los empresarios que ya se habían establecido en la industria local. Así, conocemos numerosos casos de ejecuciones ligadas al intento de competir con estos gremios monopolistas. Por ejemplo, un hombre fue colgado en Grenoble por comerciar con un tejido prohibido que valía 58 monedas. ¿Su crimen? Poner en peligro un privilegio económico protegido por el Estado.

El capitalismo, al contrario, no protege monopolios. De hecho, los destruye. Esto es así porque el modelo de competencia abierta permite que las nuevas tecnologías desplacen a las antiguas, ayudando a que surjan alternativas más baratas, más eficientes y/o más deseadas por los consumidores. Y ese proceso, por mucho que resulte doloroso para quienes pierden privilegios o ven erosionadas sus ganancias, resulta liberador para quienes crean oportunidades y enriquecedor para quienes valoran alternativas, de modo que se erige en el auténtico motor del progreso.

"La fábrica de la civilización"

Hoy vivimos en un mundo donde se produce más ropa que nunca. Según datos de la consultora McKinsey, en 2023 se fabricaron más de 100.000 millones de prendas en todo el mundo. El coste promedio de producción por camiseta es inferior a 2 euros. Y, aunque no todo en la industria actual del textil es de color de rosa, lo cierto es que jamás en la historia hubo tantas personas con acceso a tanta variedad, calidad y confort en su forma de vestir.

En este sentido, el papel del empresario español Amancio Ortega no puede dejar de ser ensalzado, en la medida en que el emporio Inditex cambió para siempre la industria del textil, contribuyendo significativamente a democratizar la moda de diseño y ahondando niveles de sofisticación logística que hoy replican sus competidores internacionales.

¿El secreto? No hay, de hecho, ningún secreto. Es el mercado, es la competencia, es la libertad de invertir, de experimentar y de mejorar. El hilo invisible del progreso no se teje con decretos ni se cultiva con nostalgias, sino estableciendo incentivos alineados que, a partir de la propiedad privada, articulan la cooperación voluntaria propia del orden espontáneo capitalista.

En tiempos en los que resurgen los mitos del igualitarismo forzado y se acomete una extraña glorificación pobrista del pasado, libros como el de Postrel nos devuelven la brújula moral y económica, poniendo de manifiesto una vez más que el capitalismo, con todos sus defectos, ha sido el sistema más eficaz

En Libre Mercado

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