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Diego Sánchez de la Cruz

Dirigismo económico, un caramelo envenenado

El caramelo del dirigismo y la planificación económica siempre ha resultado muy apetecible. Al político le permite aumentar su nivel de autoridad. Al economista le otorga una mayor preeminencia pública. Al ciudadano le resulta más cómodo esperar que la prosperidad sea “ordenada” por un grupo virtuoso al que se le confían habilidades casi místicas.

Esta visión tan idealista de la economía parte, por lo tanto, de la posibilidad de alcanzar la perfección. La realidad se sacrifica en aras de una concepción romántica e irreal, en la que se aspira a conseguir un mercado perfecto gracias a una suerte de “mano visible” de impecable juicio y magistral ejecución. Ante una propuesta así, el proceso que propone el liberalismo económico resulta poco atractivo. Al fin y al cabo, apela a un continuo proceso de reconversión y ajuste que se antoja mucho más tedioso que ese nirvana al que promete llevarnos la senda intervencionista.

Precisamente porque preferimos la seguridad y el idealismo que la incertidumbre y el realismo, acabamos cometiendo la fatal arrogancia de asumir que las acciones humanas pueden ser adivinadas y perfeccionadas por una cúpula de iluminados. En este contexto, la politización de las relaciones económicas puede llevarnos a escenarios tremendamente absurdos.

Pensemos, por ejemplo, en lo que le ocurrió a Milton Friedman durante una visita de trabajo por Asia. Friedman observó extrañado que las construcciones públicas se hacían empleando palas y no maquinaria pesada. Ante su pregunta, el dirigente político que le acompañaba no dudó en explicarle que esto se hacía así “para crear más empleo”… ante lo que el economista estadounidense no dudó en sugerirle que, si lo que buscaban era crear ocupación en vez de crear riqueza, bien podía sustituir las palas de trabajo por cucharas. Esta simpática anécdota no está tan lejos de nuestra realidad cotidiana. Pensemos, por ejemplo, en el salario mínimo: subirlo de forma reiterada genera desempleo, pero garantiza un colchón de popularidad electoral muy apetecible de cara a unas elecciones.

Cambiar de rumbo, renunciar al dirigismo estatal y minimizar el sesgo político en la economía del país tampoco nos permitirá alcanzar una situación idónea. Al fin y al cabo, una economía más libre no es, ni mucho menos, perfecta, sino que está ligada a un continuo proceso de ajuste, reconversión y creación que puede resultar extremadamente complejo. Sin embargo, estos inconvenientes son menores en comparación con el modelo de la planificación, que si bien conquista a la opinión pública, acaba sufriendo las consecuencias de una incapacidad inherente para poner la producción al servicio de las necesidades sociales.

Esta deriva acaba creando un círculo vicioso de empobrecimiento y frustración social que, paradójicamente, creará el caldo de cultivo propicio para que aumente más aún el poder del Estado sobre la economía, ahora con la justificación de que para salir de los problemas será necesaria una intervención más intensa. Un círculo vicioso que, a largo plazo, termina por secar el dinamismo económico de cualquier país.

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