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El que a hierro mata...

...a hierro muere. Sadam Hussein purga sus penas, que son muchas, en la misma cárcel que mandó construir para encerrar y torturar a los disidentes políticos. La cárcel en cuestión se llama Al-Radwaniya, y para los que se opusieron al régimen sadamita, ese nombre debe sonar como el de Treblinka para un judío de los años cuarenta o el de Vórkuta para un ruso de las últimas ocho décadas.

La noticia en sí da para mucho. Figuremos por un momento que Hitler no se hubiese suicidado y los americanos lo hubieran recluido en Dachau. O que Stalin no hubiese muerto en la cama y hubiera terminado sus días en cualquiera de las islas del archipiélago Gulag soltzenitsiano. Con la barbarie nazi acabaron los norteamericanos en el campo de batalla, con el despropósito comunista fueron también ellos, aunque trocando las trincheras por las ideas y la firmeza. En el caso de Sadam no han sido menos. A ellos les debemos que un tirano sanguinario espere sentencia, esperemos que lo más severa posible, en una cárcel mandada edificar con el único y exclusivo objeto de torturar a los que se oponían a su dictadura. No todo iban a ser malas noticias.

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