Desde un punto de vista económico, el año 2000 ha terminado. El crecimiento se situará en torno al 4%, la inflación estará muy cerca de esa cifra, el paro decrecerá hasta cerca del 12%, los afiliados a la seguridad social aumentarán en más de un millón y se alcanzará el equilibrio presupuestario, por primera vez en veinticinco años.
Y, también por primera vez desde 1996, el próximo ejercicio se presenta lleno de incertidumbres. El gobierno cree que el PIB crecerá el 3,6% en términos reales, lo que significa una desaceleración respecto a 2000. ¿Se ha tenido en cuenta, suficientemente, el efecto del alza del petróleo, de la subida de los tipos de interés, el estancamiento o caída de la capitalización bursátil, el posible menor crecimiento de la economía norteamericana, la posible revalorización del euro -aunque partiendo de bajísimos niveles- y el menor crecimiento de la economía europea? Todos estos factores afectarán -en la medida en que se produzcan o mantengan- negativamente al crecimiento. La acumulación de factores negativos, o neutrales, posiblemente, llevará a la economía a crecer en torno, o por debajo, del 3%, y no del 3,6%, como ha proyectado el gobierno.
Por otra parte, la inflación, sin llegar al 2%, debería bajar desde el 4%, en que cerrará el presente ejercicio, a cerca del 3%. La inflación es un fenómeno monetario y los tipos de interés son más altos que a comienzos de 2000, por lo que el crecimiento de la cantidad de dinero y del crédito se moderarán y provocarán una menor subida de los precios. Lo que no significa que se vayan a moderar los salarios, que crecerán significativamente por encima de la inflación, restando competitividad y capacidad de crecimiento a la economía española en el futuro. Y no hay mucho que el gobierno pueda hacer para evitarlo; es el precio que tenemos que pagar por ser miembros de la Unión monetaria.
Por otra parte, el equilibrio presupuestario se volverá a lograr, porque un crecimiento cercano al 3% significa, a pesar de todo, más empleo en cifras absolutas, más ingresos fiscales y menos gastos sociales.
Finalmente, el precio de los carburantes, que está afectando seriamente al consumo y a la capacidad de ahorro, podría bajar; siempre que se confirme la desaceleración del crecimiento en Estados Unidos. En este caso, la combinación de un dólar más débil y un petróleo más bajo devolverían capacidad de crecimiento en la última parte del año.
Se anuncia, pues, un año de transición, en el que vamos a vivir del efecto arrastre de los excepcionales años anteriores, sin que el horizonte se clarifique en absoluto para 2002.
En Libre Mercado
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