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Alberto Recarte

GSM-UMTS / España-Europa

El gran negocio de finales del siglo XX, las telecomunicaciones, está siendo sometido a escrutinio en todo el mundo, pero, singularmente, en Europa. Las inversiones realizadas, las comprometidas, los pagos por licencias de UMTS y la competencia están desequilibrando los balances de las grandes compañías telefónicas, hasta el punto de que muchos analistas dudan de la capacidad de repago o de las posibilidades de financiar las inversiones comprometidas en los próximos años; con grandes diferencias, por supuesto, entre compañías.

Lo que está ocurriendo con la subasta, o concesión, de licencias de UMTS es paradigmático. El gobierno español concedió cuatro licencias la precio de 21.500 millones de pesetas cada una, en un concurso de méritos, en lugar de con una subasta, como muchos, entre ellos yo mismo, defendíamos. Posteriormente, el gobierno británico subastó cinco licencias y obtuvo alrededor de 6 billones de pesetas, y el alemán, con el mismo sistema, más de 8 billones. Los resultados se tuercen en Italia, donde la recaudación “sólo” alcanza los 2 billones y fracasa en Austria, donde se paga, apenas, también por subasta, 80.000 millones por licencia y, sobre todo, en Suiza, donde debería haberse adjudicado cada licencia al precio mínimo de alrededor de 5.000 millones de pesetas, al haberse reducido el número de demandantes hasta igualarse con el de licencias en subasta. Y todo ello con rumores de colusión entre ofertantes y de favoritismo en el caso de los concursos.

En conjunto, en Europa, se han pagado 16 billones de pesetas por licencias UMTS. Al parecer, las inversiones necesarias para que el sistema se implante y funcione ascienden a otros 16 billones de pesetas y a estas cifras hay que añadir los pagos que algunas de las grandes compañías han pagado para comprar competidores. La suma de todos estos conceptos es astronómica.

Y, mientras, se han sucedido otra serie de fenómenos. En primer lugar, las dudas respecto a los ingresos de las compañías de telecomunicaciones por los servicios prestados vía UMTS y, en segundo lugar, el progresivo endeudamiento del conjunto de estas compañías, que han resultado en un ajuste a la baja de grandes proporciones de su valor en Bolsa, con lo que su deuda pesa mucho más que antes.

En España, el gobierno ha decidido, además de cobrar el canon de 140.000 millones por el uso del espacio radioeléctrico, no convocar un nuevo concurso para licencias adicionales de UMTS, lo que parece adecuado dadas las incertidumbres que rodean su implantación; por el contrario, ha anunciado un nuevo concurso para dos licencias de GSM. No sé si legalmente puede hacerlo, porque en este momento desconozco si en el acto administrativo por el que se hizo la adjudicación de las tres existentes se salvó esa posibilidad, pero no parece económicamente lógico dar ahora otras licencias.

Es evidente que las inversiones de los tres detentadores de licencias GSM (Telefónica, Airtel y Retevisión) se han llevado a cabo sobre la base de un mercado determinado; y también lo es que las tres compañías mencionadas han obtenido licencias y se han comprometido a implantar la infraestructura de la UMTS. Hay dudas –como he dicho el comienzo– sobre la rentabilidad de este desarrollo, que es soportable si se tienen móviles en explotación y más que dudosa si sólo se tiene UMTS. Quizá ésta sea parte de la explicación . Quizá Xfera esté destinada a tener una licencia GSM y la segunda licencia de GSM sea de mero acompañamiento. Aunque esta opinión es aventurada y, a la postre, resulte que Xfera no solicita, o no obtiene licencia de GSM. Veremos.

Volviendo al caso de las UMTS, cabe la terrible sospecha de que la opción europea de desarrollar la tecnología de los móviles para dar acceso universal a Internet no sea otra cosa que una manifestación de nacionalismo europeo. Apoyados en el hecho de tener una tecnología más avanzada que la norteamericana en móviles, se ha decidido, con el apoyo entusiasta de los gobiernos europeos, que la vía de penetración en Internet sean los móviles en lugar del cable y el ordenador o la televisión; opciones, todas ellas, desde mi punto de vista, más sensatas y, sobre todo, apoyadas en la consolidada experiencia norteamericana. Siempre es peligroso dar saltos en el vacío y quizá la pretensión de utilizar los UMTS como alternativa al cable y al ordenador no sea más que una nueva manifestación de ese deseo irrefrenable.

Es posible, por tanto, que las compañías de telecomunicación no hayan medido bien su músculo financiero, que los gobiernos las hayan estrujado excesivamente, vía subastas o concesión de un número excesivo de licencias, y que se hayan depositado demasiadas esperanzas en la consecución de ingresos por la venta de unos servicios que se prestarán vía móviles. Estas dudas se reflejan en la cotización de las empresas, cada vez más lejos de los máximos que lograran hace apenas siete meses.

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