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Alberto Recarte

Una oportunidad para el euro

La decisión de la Reserva Federal de rebajar los tipos de interés a corto plazo del dólar hasta el 4,5% puede tener diferentes causas. Las más probables deberían ser el convencimiento de que no hay –ni va a haber– tensiones inflacionistas y que, a medio plazo, la demanda interna se va a reducir por debajo de lo razonable. (Esas son las únicas razones que, legalmente, pueden hacer modificar la política de la Reserva Federal). Es de esperar que el deseo de impulsar las cotizaciones bursátiles no haya sido otro factor que ha influido en la decisión.

Un beneficio colateral del actual tipo de interés del dólar es que, por primera vez desde la creación del euro, el tipo de interés de éste es superior al del dólar. Un dato importante que debería beneficiar tanto a Estados Unidos como a Europa. A la economía estadounidense porque debería producir una revaluación del euro frente al dólar, facilitando de esta forma las exportaciones norteamericanas y a las economías del euro, porque el alza en la cotización del euro permitiría una disminución de las tensiones inflacionistas, precisamente en un momento en el que los precios del petróleo han vuelto a subir.

Es de esperar que el movimiento de Greenspan no sea imitado por Duisenberg y no se transforme en un descenso similar de los tipos de interés del euro, porque la economía europea asimila mal los excesivamente bajos tipos de interés, que se resuelven, más que en Estados Unidos, en inflación y no en más crecimiento. Este diferente comportamiento tiene como causa la flexibilidad de la economía norteamericana y la rigidez de la europea, que cuando crece a más del 3% genera fuertes tensiones inflacionistas. Y de lo que no cabe duda es que esas reacciones tan distintas explican la sobrevaluación del dólar, que refleja las enormes inversiones directas europeas en el territorio norteamericano, en búsqueda de la mayor rentabilidad que siempre termina por generar la libertad para la toma de decisiones y la flexibilidad para cambiar de estrategia. Además de constituir la única moneda refugio, cada vez que se produce un movimiento político que genera inestabilidad o incertidumbre en cualquier lugar del mundo.

Desde la perspectiva de la economía española y a la vista de los datos de inflación del mes de marzo (3,9% de aumento del IPC sobre el mismo mes del año anterior y del 3,3% de la inflación subyacente), se confirma que necesitamos una política monetaria más estricta y que lo mejor que puede ocurrirnos es que el BCE mantenga los tipos de interés.

El discurso del gobernador del Banco de España en la asamblea anual de la CECA (Confederación Española de Cajas de Ahorro), el pasado día 18 de abril, es el último ejemplo de la preocupación por la evolución de los precios, tanto del BCE como del gobierno español. En su intervención, el gobernador criticó, en los términos más enérgicos, la política de crecimiento del crédito de estas instituciones –el 21% el año pasado– y de aumento de su deuda subordinada que, en la medida en que constituye fondos propios de las Cajas, permiten su expansión crediticia. Una intervención, por otra parte, que no es más que una declaración de buenas intenciones por parte del gobernador, que no tiene competencia para dictar cuál debe ser la política crediticia adecuada de estas instituciones financieras. Lo único que puede hacer el Banco de España, en cuanto delegado del BCE, es obligar a toda la banca a aumentar su dotación genérica para futura morosidad –como ya ha hecho– para que los menores fondos propios utilizables se transformen en menor crecimiento del crédito. Pues el crecimiento del crédito es parte de la oferta monetaria y el volumen final de ésta determina el nivel de inflación.

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