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Fernando Serra

Bajar los tipos no es suficiente

La octava bajada consecutiva de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal, inmediatamente apoyada por el Banco Central Europeo, es comprensible si lo que se quiere es enviar un mensaje de confianza a los consumidores norteamericanos en estos difíciles momentos. Pero su eficacia es muy cuestionable desde el punto de vista estrictamente económico.

Efectivamente, el principal riesgo que tiene en estos momentos la coyuntura de los EE UU es que los consumidores se retraigan bruscamente ante el horror sufrido y la incertidumbre que plantea la justificada ofensiva militar contra el terrorismo, lo que podría precipitar la recesión si la demanda interna cae repentinamente. Sin embargo, hay que tener presente que el ciclo norteamericano no se asemeja a los que se han producido desde el final de la segunda Guerra Mundial sino que, por el contrario, muestra paralelismos con los habidos en la primera mitad del siglo, especialmente con el que concluyó en la depresión de finales de los años veinte; aunque sus consecuencias y profundidad no son, ni mucho menos, semejantes.

En la segunda mitad de los noventa se ha producido, como entonces, un fuerte desequilibrio entre el ahorro de las familias y la inversión que particulares y empresas han realizado para rentabilizar el factor capital. Dicho de forma más simple, los norteamericanos, al disponer de dinero barato, han invertido masivamente en activos financieros, han creado numerosas empresas, sobre todo de la nueva economía, y han terminado endeudándose animados por las expectativas creadas –el llamado efecto riqueza–, por lo que, en consecuencia, han ahorrado poco o nada. La inversión privada llegó a representar hasta el 15 por ciento del PIB, un nivel jamás alcanzado, mientras que el ahorro alcanzó tasas negativas a finales del pasado año, frente a tasas casi siempre superiores al ocho y al diez por ciento entre los años cincuenta y ochenta, sin que haya bajado de estos niveles durante las recesiones anteriores a la de 1991.

La sobreinversión generalizada de la economía norteamericana fue especialmente intensa en el sector de las tecnologías de la información y en el de las telecomunicaciones. Este fenómeno tuvo incluso un mayor relieve en Europa, por causa de las ingentes inversiones a propósito de las subastas relacionadas con las concesiones de la telefonía móvil. El inevitable ajuste empezó a producirse el pasado año, manifestándose en forma de desinversiones, ajustes de plantillas y pérdidas en los mercados de valores; al tiempo que el consumo remite suavemente desde hace meses y el ahorro había comenzado muy recientemente a levantar cabeza.

En este delicado momento de la coyuntura se produce el atentado terrorista. El mayor riesgo estriba en que se produzca un frenazo repentino del consumo, puesto que, aun a la baja, está siendo el principal sostén del aparato productivo. En economía, los cambios bruscos pueden ser letales, aunque se produzcan en la dirección acertada, y en este contexto, es comprensible la reacción de la Reserva Federal. Pero es necesario recordar que, en la presente crisis, los estímulos monetarios tradicionales no han conseguido, por el momento, evitar la continua desaceleración económica.

Hayek, en su polémica con Keynes a propósito de las causas y remedios de la recesión de 1929, ya advirtió que no tiene sentido estimular la actividad con políticas monetarias más relajadas, cuando precisamente han sido estos estímulos los que han desencadenado la crisis. También aseguró que es inútil fomentar el ahorro con tipos de interés más bajos porque ello alimenta la inflación e impide, en consecuencia, recuperar rentablemente las inversiones.

Parece, por lo tanto, que las políticas keynesianas encaminadas a incentivar la demanda están abocadas al fracaso, y sólo cabe dejar a los mercados que liquiden las inversiones que nunca debieron realizarse. De la misma manera, y comprendiendo igualmente la medida, tampoco hay que poner muchas esperanzas en que los 40.000 millones de dólares otorgados por el Congreso norteamericano eviten la recesión, ya que el gasto público puede, en todo caso, generar un estimulo artificial y transitorio de la actividad. Pero a largo plazo provoca inflación, tipos de interés más altos, paro y déficit público. En tales circunstancias, no sería posible bajar los impuestos, una medida que sí animaría a consumidores y empresas en estos difíciles momentos. Sin embargo, ante una guerra, probablemente no se pueda cuadrar el círculo.

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