Aire fresco desde Italia. La batalla por la libertad todavía no está perdida en Europa. Después de suprimir el impuesto sobre Sucesiones, el Polo de la Libertad parece dispuesto a seguir por el buen camino. El fin de semana pasado, el Ministro de Trabajo italiano Roberto Maroni anunció su proyecto para reformar el sistema de prevención social, que se basa en la total liberalización de la edad para jubilarse. Maroni declaró que, quien quiera podrá trabajar hasta los 85 años, por ejemplo. La oposición comunista y ex comunista ha criticado la reforma como “demencial teniendo en cuenta el nivel de desempleo que existe en el Sur”.
La reforma es un magnífica idea desde todos los puntos de vista. Por una parte, se evita el retiro forzoso de una buena cantidad de capital humano, siempre difícil de acumular a la vez que extraordinariamente productivo. Puesto que la prosperidad y los buenos sueldos para todos pasan porque cada uno de nosotros produzca mucho auxiliado por buenas máquinas y compañeros competentes justo lo que falta en el Sur, la crítica de los ignorantes comunistas se asemeja a la de un necio que nos recomienda tirar a la basura un antiguo modelo de Ferrari que nos va de perlas sencillamente porque al comprar un nuevo automóvil “crearemos empleo”. En fin, la vieja falacia ludita que afirma que el número de “puestos de trabajo” y actividades a realizar está dado, y que conviene prohibir la acumulación de capital para así tener empleo seguro.
Quizás los comunistas mañana prohíban los camiones para, de este modo, crear empleo en el sector de los porteadores; o quizá prohíban los tractores para combatir el desempleo en la agricultura. ¿Quién se extraña de que la miseria prevalezca allí donde han gobernado? Por otro lado, también cabe preguntarse si el número de “puestos de trabajo” está dado, cómo se las van a arreglar los comunistas para evitar que los que se creen sus necedades no saquen la conclusión lógica de que los emigrantes sobran, al estar “arrebatando los puestos de trabajo” a los nacionales. No sé, quizás confíen en que quien tiene tan pocas luces para pensar que lo que falta es trabajo por realizar (y no buenos sueldos acompañados de una abundante producción con la que pagar las altas remuneraciones que todos pretendemos obtener), no será desde luego capaz de hilvanar razonamiento alguno y se contentará con repetir el eslogan socialistoide de turno.
Pero es que, además, la reforma tiene otros efectos positivos. La disminución del número de pensionistas contribuye a asegurar que las cotizaciones sociales de los empleados sean suficientes para pagar las pensiones devengadas. De este modo, se evitan desagradables subidas de impuestos como la que hemos sufrido recientemente en España. Recuerde el lector que hasta que el gasto en pensiones se disparó por el incremento del número de pensionistas y la esperanza de vida, la sanidad se financiaba a través de las cotizaciones sociales y no con cargo a impuestos.
Como el sistema es voluntario, nadie pierde. Si uno quiere se jubila, pero si se desea seguir creando riqueza y percibiendo un buen sueldo, el estado ya no lo prohíbe. Se consigue, al tiempo, gastar menos, producir más y evitar que muchas personas de edad se sientan injusta y violentamente marginadas. Aunque, en realidad, sí que hay un derrotado. El político que tiene menos personas mayores dependiendo de “sus” (de los contribuyentes, en realidad) dádivas y a las que ya no podrá asustar en campaña electoral.
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