Hace una semana, la Comisión europea llamó la atención al Gobierno alemán sobre su alto déficit en 2001, el 2,7% del PIB, y sobre el previsto para el presente ejercicio, que alcanzará o sobrepasará el 3% del PIB, el límite máximo previsto en el Plan de estabilidad y crecimiento –sustituto de los criterios de Maastricht– para evitar que distorsiones de tipo fiscal en los países miembros del euro pusieran en duda la credibilidad y la solvencia de la moneda única. Pero no se llegó a la amonestación, que nuestro compatriota Pedro Solbes sí hizo a Irlanda el pasado año, a instancias, al parecer, de Alemania, cuando se ensañó con el tigre céltico por considerar que el superávit fiscal que preveía para 2001, cerca del 4% del PIB, era insuficiente para moderar las tensiones inflacionistas en ese país.
En aquel momento, el ataque se consideró que estaba inspirado, por criterios partidistas, por los gobiernos socialistas europeos de Francia y Alemania –a los que Solbes apoyaba–, los cuales temían que se pusiera de manifiesto la debilidad de sus economías, para lo cual era necesario desviar la atención y criticar el punto más débil de los países con mayor crecimiento –y con gobiernos conservadores–, la alta tasa de inflación, común a Irlanda y España.
La declaración de la Comisión sobre Alemania, la pasada semana, fue absolutamente ridícula. Al tiempo que ponía de relieve el alto déficit, certificaba que, sin embargo, la política presupuestaria seguida era la correcta, la que correspondía a un momento de bajo crecimiento y, por tanto, no consideraba necesario reducir el déficit, porque una contracción del gasto público en este momento podría ser contraproducente.
Se trata de una errónea teoría económica y una falsa declaración, porque el déficit alemán no es coyuntural sino estructural y ha empeorado durante los últimos dos años. Pero el peso de la Alemania socialdemócrata se hace sentir en la Comisión, máxime estando próximas unas elecciones en las que la oposición conservadora tiene posibilidades de ganar. Rizando el rizo, algunos comentaristas habían interpretado que la regañina previa era una forma de castigar a los conservadores, porque la reacción nacionalista de los votantes alemanes sería la de apoyar a su actual canciller frente a las ingerencias extranjeras de la Unión Europea. Pero el propio Schroeder no lo ha entendido así, y ha conseguido una minoría de bloqueo en la Comisión que impide la censura a Alemania.
Al margen de la crítica sobre las maniobras para evitar la censura, desde España deberíamos ser especialmente cuidadosos a la hora de hablar del déficit público alemán, porque cerca de medio punto del PIB de ese déficit está causado por la aportación neta alemana al presupuesto comunitario, del cual nos beneficiamos los españoles directamente. En concreto, en 2001, las transferencias netas comunitarias a los distintos presupuestos de las Administraciones públicas españolas alcanzaron 1.1 billones de pesetas, cerca del 1% del PIB. Sin esos ingresos excepcionales ése habría sido el tamaño del déficit fiscal español. Y no me parecen relevantes los argumentos que justifican las transferencias europeas hacia países como España como un justo pago por haber abierto nuestra economía y haberla integrado con la del resto de Europa. En mi opinión, esa integración con Europa nos beneficia incluso en ausencia de cualquier otra compensación.
Cuestión diferente es discutir la situación de la economía alemana, que sigue lastrada por el tipo de cambio al que se hizo la unión monetaria entre los dos marcos –el occidental y el oriental–, por las enormes transferencias fiscales internas que desde el Oeste se siguen haciendo al Este y por el tipo de cambio sobrevalorado con el que el marco se integró en el euro. Todo ello se suma y agrava otros problemas: rigideces laborales, intervencionismo económico, enorme presión fiscal y puro nacionalismo, como está poniendo de manifiesto la crisis del grupo Kirch. Es tal el temor a que un grupo extranjero controle uno de los dos principales medios de comunicación privados alemanes, que se han puesto de acuerdo Stoiber –el líder de la CSU y principal financiador, a través de bancos y cajas bávaras, de Kirch– y Schroeder, que quiere evitar que la quiebra de una gran empresa deje en la calle a miles de trabajadores antes justo de las elecciones. La salvación temporal tendrá lugar, como siempre, utilizando la banca que, lejos de desinvertir, se vuelve a implicar en el tejido industrial.
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