El 20 de Diciembre pasado Argentina inició un proceso aún inconcluso. Se desmoronaba, victima de su propia incompetencia, el Gobierno de Fernando de la Rúa, con una deuda externa que trepaba a los 140.000 millones de dólares, después de haber saturado al Fondo Monetario Internacional (FMI) con sucesivas peticiones de ayuda. Uno de los últimos paquetes (el que seguramente terminaría con todos nuestros males) pomposamente denominado “el blindaje”, nos garantizaba inmunidad frente a los embates financieros con unos 60.000 millones de dólares. A este blindaje, que se desintegró con la primera pedrada, le seguiría el “mega canje”. La cuasi genial operación financiera pergeñada en la en la mente obnubilada del entonces ministro de economía Domingo Cavallo también nos garantizaba que la deuda se reduciría, los intereses serían menores, y entonces tendríamos la chance cierta de salir de 40 meses de parálisis.
La relación entre Argentina y el FMI, históricamente “compleja” por decir lo menos, resulta ya completamente esquizofrénica. Los expertos y analistas dentro y fuera de los sucesivos gobiernos, vituperaban las políticas erróneas del FMI que bien pueden resumirse en una fórmula: Ajuste perpetuo. Mientras, los ministros de Economía y sus séquitos, vistiendo la túnica de penitente y con la escudilla mendicante en mano, acudían a sus puertas, contando historias mitológicas que todos sabían que no eran, ni podían ser verdad. Mostraban centenares de páginas con números prolijamente impresos y recitaban a coro los mantras que sólo los iniciados en la secretísima secta de los “brujos de los numeritos” conocen. Estos mantras les permite elevarse sobre las necesidades cotidianas de los mortales: trabajo, comida, vivienda, educación o atención medica, para llegar raudos al “universo de los grandes números” donde todo les esta permitido.
Así, recitando estos salmos, llegamos por nuestro propio pie y libre albedrío, aunque siempre acompañados en la marcha por el FMI. Hasta que, el 20 de diciembre pasado, el pueblo entero se hartó de cábalas y arcanos. Mientras Fernando de la Rúa escapaba por los techos de la casa de gobierno en busca de un helicóptero que le llevaría hacia el olvido, los “presidentes” se sucedían a pasmosa velocidad. Para las navidades, el parlamento ovacionó en pie a Adolfo Rodríguez Saa mientras este tronaba: Argentina deja de pagar la deuda externa... Por cierto, que entre los aplausos de los parlamentarios quedaba oculto un pequeño problema; el default tendría consecuencias. Pero la égida de Rodríguez Saa sería efímera, sólo siete días, y los señores feudales (léase gobernadores provinciales) le destronarían en forma incruenta. Tras un brevísimo interregno de, sabe Dios ya quien, el senador Eduardo Duhalde resultaría nominado Presidente por la Asamblea Legislativa.
Con nuevos discursos tonantes, aunque tratando de lograr un tono de sinceridad más acorde con el luto que las circunstancias imponen, se anunció una nueva alianza productiva: el gobierno dejaría de lado su relación simbiótica con el sector financiero para estrechar filas con el “sector productivo telúrico” con lo que se elevaría el ingreso nacional, aumentaría la educación, la salud sería prioridad, en suma, lograríamos un nivel de vida digno para toda la población. Pero, siempre hay un pero, para lograr todo esto, falta un detalle, necesitamos el dinero del FMI, que ahora debe, sí, debe, facilitarnos unos 25.000 millones, dólar mas dólar menos (que juramos esta vez gastaremos bien). El pasado viernes 22, mientras el Presidente Duhalde se codeaba con los líderes del planeta en la hermosa ciudad de Monterrey, la renacida obsesión argentina por el precio del dólar volvía a justificarse, cuando la divisa norteamericana alcanzaba a una paridad de tres pesos por dólar.
El 10 de enero pasado, Argentina dejaba de lado la paridad uno a uno mantenida durante una década, en medio de una formidable recesión y con una inestabilidad política aún peor. La nueva paridad que se anunció entonces fue que un dólar valdría un peso con sesenta. Al fin de enero la misma llegaba a dos pesos y el comienzo de marzo lo fue también de una escala ascendente que se agudizaría a partir del 14 para alcanzar el viernes la paridad de tres pesos con algunos centavos, dejando un final abierto respecto de lo que puede suceder el lunes venidero. No se descarta que el gobierno, en su desesperación, opte por el recurso de decretar feriado bancario y cambiario para comprar tiempo, aunque no se sepa exactamente para qué.
El Banco Central Argentino se retiraba entre tanto derrotado de la plaza, tras haber implementado desde el 11 de enero una demencial política que le costó al país 1.300 millones de dólares de las ya menguadas reservas. El Banco Central vendió todo este tiempo dólares en el mercado mayorista por medio de su mesa de dinero que esta conectada on line a todos los bancos, ofertándolos siempre a un precio inferior que el del mercado libre, con el propósito manifiesto de enfriar la cotización de la divisa. Luego estos dólares “baratos” son vendidos por los bancos a sus clientes más importantes o a las casas de cambio, y estas al público. Lo mas esquizoide de todo es que muchos de los dólares fueron comprados por los bancos con dinero prestado por el Banco Central a través de líneas de redescuento.
El Presidente volvió de Monterrey trayendo la palabra salvadora, en quince días, llega al país una misión del FMI (y van...) que comenzará a negociar un nuevo préstamo, para los próximos meses... Hay un sólo problema, hoy, la gente quiere dólares, sin importar el precio...
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