Menú
Alberto Recarte

2. Norteamérica y los países desarrollados

2003: dificultades económicas e incertidumbre política, 2

El crecimiento del consumo norteamericano
La política monetaria de Greenspan ha logrado que las empresas afectadas por la crisis ganen tiempo –en ausencia de recortes sustanciales del crédito bancario– para hacer los ajustes necesarios. De esta forma, la crisis es más suave, aunque de mayor duración, porque los excesos de inversión deben desaparecer en todo caso. La política de dinero barato ha logrado, también, mantener un cierto crecimiento del consumo, que se ha financiado, en gran parte, a través del flexible mercado hipotecario norteamericano.

Simultáneamente, en tercer lugar, el aumento de las disponibilidades líquidas de los contribuyentes se ha dirigido a la compra de nuevas viviendas, y ha logrado un aumento de precios en todo el sector, que ha compensado, en gran parte, las pérdidas de riqueza que ha producido la caída de las cotizaciones bursátiles. El proceso de compensaciones y el mantenimiento del deseo de consumir da la impresión de que se mantiene, cada vez, con mayores dificultades. Lo peor que podría ocurrir sería un nuevo desplome bursatil, por encima de los descensos ya descontados o que pueden producirse cuando se vayan conociendo las cifras de ventas y beneficios de 2002.

Creo que es previsible un nuevo descenso de la bolsa hasta finales de 2002 o comienzos de 2003, pero que podría alcanzarse un cierto equilibrio dentro de unos meses, por lo que 2003 sería un año de cierta recuperación y no de desplome del consumo y la actividad. Siempre y cuando el petróleo y la guerra con los fundamentalistas islámicos no trastoquen este panorama.

La política económica de los países desarrollados
Al margen de su posible eficacia, la mayoría de los países desarrollados ha utilizado al máximo todos los instrumentos de política monetaria y fiscal para impulsar el crecimiento. Los tipos de interés están en mínimos históricos en Estados Unidos y la Unión Europea, y todavía se insiste en que la Reserva Federal podría volver a bajarlos del actual 1,75% e, imperceptiblemente, la mayoría de esos países han entrado en déficit fiscales importantes. No hay nada más que un estado moderno pueda hacer para impulsar el crecimiento, por más que la experiencia de Japón –afortunadamente no comparable por el papel que en este país juega la quiebra del sistema financiero– muestre, inequívocamente, que con una política de déficit público y bajos tipos de interés, sin saneamientos generales previos, no se puede salir del estancamiento.

En el conjunto de países desarrollados, con la excepción del Estados Unidos los altos niveles de presión fiscal y gasto público, les han llevado a una auténtica trampa. Sus gobernantes saben que tienen que rebajar los impuestos directos para mejorar la capacidad de ahorro e inversión de las empresas y las personas físicas pero, contablemente, cualquier rebaja fiscal que propongan significa mayor déficit público, mayor incertidumbre y quizá menor crecimiento. Para salir de este círculo vicioso hay que reducir el conjunto del gasto público, una mercancía difícil de vender en sociedades envejecidas, intervenidas y protegidas, en las que los diversos tipos de transferencias sociales son el grueso del gasto y casi la única posibilidad de reducir el nivel absoluto del mismo.

Hay excepciones, como Gran Bretaña, Canadá, Australia, y España y Holanda en el mundo no anglosajón. No es una casualidad que estemos hablando del conjunto de países que más reformas ha hecho en el pasado y que mantienen mayores tasas de crecimiento en la actualidad.

La incapacidad política de los grandes países europeos para superar esta situación de estancamiento obliga a esperar a lo que ocurra en Estados Unidos. En la actualidad, la economía americana, con un crecimiento interanual del 1,5%, mantiene el nivel de empleo, aunque haya sufrido una fortísima desaceleración de los ingresos públicos y haya entrado en un déficit público en torno al 1,5% del PIB. Si los ajustes a los que hemos hecho referencia anteriormente terminan en 2002 o a principios de 2003, la economía norteamericana, ayudada, además, por un dólar menos caro, podría incrementar su crecimiento. Pero nada permite pensar en crecimientos similares a los de los años noventa, impulsados por unas enormes inversiones en los sectores de nuevas tecnologías. Excepto que ocurra una nueva revolución tecnológica que impulse la formación bruta de capital a niveles similares a los de los años noventa, una recuperación se podría traducir en que el PIB aumentara al ritmo del 2-2,5 % en lugar del 1,5% actual. Pero nada más. Esta tasa de crecimiento ayudaría a todo el mundo, desarrollado o no, pero no resolvería los problemas de fondo, como parecía que se había logrado con las mayores tasas de crecimiento americano de los años noventa. Por tanto, Europa, Asía y Latinoamérica tendrán que enfrentarse a sus problemas, que no podrán ser ni siquiera aplazados por el crecimiento de los Estados Unidos en un nuevo ciclo económico.

Pincheaquípara leer1. Ajustes y saneamientos

En Libre Mercado

    0
    comentarios