(Libertad Digital) Alejandro y Ana viven en el barrio de Salamanca, a un paso de la Puerta de Alcalá, donde este sábado por la mañana se celebró el acto convocado por los sindicatos para protestar contra la reforma del desempleo. Alejandro había aparcado su coche, un gran todo terreno de color azul noche, en la calle Velázquez, frente a “Gabana”, la sala de fiestas donde celebraron su despedida de solteros, aquella que tanta polvareda causó. El vehículo estaba montado sobre la acera en un esquinazo. Por supuesto, estaba mal estacionado, pero, por fortuna para Alejandro, no le habían puesto una multa, como suele ocurrir en ese mismo barrio cualquier día laborable. Los sábados y domingos, los policías municipales son más laxos y, además, los agentes estaban intentando regular un tráfico endiablado a causa de la manifestación. ¿Para qué entretenerse en poner una multa en uno de tantos coches mal estacionados?
Caminando juntos por la calle, Ana y Alejandro iban seguidos por un remolino de cámaras y periodistas del corazón. No era difícil verlos, ni siquiera de lejos. Los sindicalistas, decorados con pegatinas de UGT, CCOO y CGT, se cruzaban con ellos, pero en un país donde la gente se respeta, nadie dijo absolutamente nada. Igual ni se dieron cuenta. Ana Aznar y su marido llegaron a su coche, se introdujeron en él y arrancaron. Ambos sonreían. Los periodistas no se atrevieron a preguntarles si iban a la manifestación. Era obvio; no iban. Avanzaron con el coche por la calle Velázquez, exactamente en el sentido contrario al que traía la muchedumbre sindical, y se perdieron entre una ensalada de banderas y pegatinas. Alejandro y Ana huían de la manifestación que, como la marabunta, tomaba las calles del barrio de Salamanca, su barrio. En las calles, banderolas de CCOO, UGT y la CGT pendían de las farolas.
Una señora cubierta de joyas caminaba mezclada entre los manifestantes. Musitó, ¡Qué horror! También huyó. Del limpiaparabrisas trasero del coche de Alejandro y Ana colgaba un folleto de Comisiones Obreras, pero se voló mientras el coche se perdía en el atasco.
Caminando juntos por la calle, Ana y Alejandro iban seguidos por un remolino de cámaras y periodistas del corazón. No era difícil verlos, ni siquiera de lejos. Los sindicalistas, decorados con pegatinas de UGT, CCOO y CGT, se cruzaban con ellos, pero en un país donde la gente se respeta, nadie dijo absolutamente nada. Igual ni se dieron cuenta. Ana Aznar y su marido llegaron a su coche, se introdujeron en él y arrancaron. Ambos sonreían. Los periodistas no se atrevieron a preguntarles si iban a la manifestación. Era obvio; no iban. Avanzaron con el coche por la calle Velázquez, exactamente en el sentido contrario al que traía la muchedumbre sindical, y se perdieron entre una ensalada de banderas y pegatinas. Alejandro y Ana huían de la manifestación que, como la marabunta, tomaba las calles del barrio de Salamanca, su barrio. En las calles, banderolas de CCOO, UGT y la CGT pendían de las farolas.
Una señora cubierta de joyas caminaba mezclada entre los manifestantes. Musitó, ¡Qué horror! También huyó. Del limpiaparabrisas trasero del coche de Alejandro y Ana colgaba un folleto de Comisiones Obreras, pero se voló mientras el coche se perdía en el atasco.