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Manuel Ayau

Hay que clausurar el FMI

El FMI propone que se invente un sistema para que los países puedan declararse en quiebra. Es decir, para que sepan que se pueden endeudar sin pena. El arte está en encontrar nuevos nombres, novedosa retórica, menos bochornosa y que no se declare simplemente como una suspensión de pagos, lo cual tiene una connotación vergonzosa. Así, el FMI podrá seguir prestando para endeudar a dos y tres generaciones de una vez.

Aún hay mucha gente que cree que el secreto del progreso estriba en tener acceso al crédito. Con frecuencia se oye el lamento de que el agricultor no tiene acceso al crédito. Pero el crédito es un complemento y no un sustituto de la inversión rentable. Si una actividad no es suficientemente rentable para atraer capital de riesgo privado, alimentarla de crédito es la manera de hundir a quien sigue ese camino.

Frecuentemente critico al FMI como una entidad dañina. Ahora que me entero de que las críticas sobre su trayectoria y competencia ocurren adentro de la institución misma, siento un tímido optimismo pensando que se comprenda que no existe función constructiva que pueda desempeñar esa institución y que debido al daño que ha hecho en el mundo su clausura está más que justificada para poner fin al desperdicio de recursos que causa. En tal opinión no estoy solo, pues funcionarios de muy alto nivel, como el ex Secretario de Estado y del Tesoro, George Schultz, entre otros, también se han expresado en igual forma.

El FMI fue creado en época de paridades fijas, para suplir reservas a países con un problema temporal de falta de divisas y así mantener la estabilidad cambiaria. El problema es que cuando la política económica del país provocaba la pérdida de poder adquisitivo de su moneda (inflación), la devaluación era inevitable y menos grave si ocurría pronto. Pero por el afán de mantener estabilidad cambiaria a toda costa, el ajuste de paridad era postergado. Invitaba a grandes especulaciones, se creaba la oportunidad y los incentivos de grandes ganancias cambiarias, hasta hipotecar la casa para comprar divisas antes de que llegara la inevitable devaluación y venderlas después. Los casos llegaron al ridículo que mientras destruían su moneda prestaban más divisas al FMI para venderlas de ganga. Ciertamente el valor de las divisas se mantenían estables (fijas) pero sólo en los intervalos entre las repentinas y grandes devaluaciones. La especulación en divisas floreció hasta que las monedas se dejaron "flotar " libremente. Como el FMI se había constituido para mantener paridades fijas, su razón de ser desapareció en los años 70.

Con la complicidad de los bancos centrales se reinventaron una función, convirtiéndose en prestamista para países con problemas necios que llaman "estructurales". Esa conversión no fue debidamente aprobada por los procesos legislativos requeridos para la aprobación de tratados, sino por sus juntas monetarias, sin consultar a los dueños: al pueblo y a su Congreso. Si originalmente se hubiese propuesto establecer el FMI como un prestamista más, la pregunta pertinente hubiese sido, ¿no están para eso el Banco Mundial, el BID, etc.?

El FMI comparte la culpa de la pobreza que las malas políticas monetarias han causado, pero sus funcionarios son inmunes. No tiene buenos clientes porque los países financieramente responsables no lo necesitan. Sólo tiene malos clientes, cuyos vicios alienta y agrava dándoles más prestamos con las típicas condiciones empobrecedoras, como la de aumentar los impuestos a los pueblos pobres.

Manuel F. Ayau es ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín y antiguo presidente de la Sociedad Mont Pelerin.

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