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Manuel Ayau

Competitividad y buenos salarios

En las discusiones sobre competitividad y productividad en comparación con las de otras naciones no se habla mucho del factor que más incide: el capital. La verdadera función social del capital es aumentar la productividad de los trabajadores y en ello tiene una mayor influencia que la educación formal.

Para apreciarlo, imagínese cómo afectaría el rendimiento de un trabajador si le borran de la mente la educación que recibió en la escuela, sin borrar la educación casera o de "la calle". Luego compare cómo lo afectaría impedirle el uso de capital, es decir, el camión, o la bomba con que lleva agua, o la máquina con que elabora telas, o el tractor con que produce cosechas.

Está de moda bendecir a la educación y maldecir al capital, pero analice el rendimiento alcanzable sin educación formal versus aquel logrado sin invertir capital.

Todos estamos de acuerdo en que hay que invertir en educación, en capital humano. Pero debemos reconocer que el efecto de la educación en la productividad es pequeño comparado con el del capital, porque el capital es la maquinaria, las herramientas, las fábricas, los vehículos de transporte, las carreteras e infraestructura.

Es cierto que sin saber leer ni escribir, sin saber sumar ni restar no es posible utilizar el capital, pero sin capital la educación laboral sobra porque no habría en qué emplearla. De hecho, el adiestramiento más productivo se obtiene en el trabajo porque los dueños del capital -los inversionistas- no podrían lograr un rendimiento competitivo sin trabajadores adiestrados.

Generalmente, las fábricas no buscan trabajadores previamente entrenados en los oficios requeridos. Cuando surgieron los transistores –que nadie sabía ni qué eran– se contrataron para su elaboración principalmente a amas de casa sin entrenamiento previo. ¿Acaso ya sabían confeccionar camisas y pantalones las que acudieron a las maquiladoras? Si se requirieran trabajadores con experiencia previa en específicamente la especialidad de la empresa sería casi imposible sustituir a los que faltan, se enferman, o se retiran. Las fábricas modernas están organizadas para que cada tarea individual esté simplificada al máximo y no se deja a juicio del obrero cómo hacer el trabajo.

Es muy distinto cuando el trabajo es artesanal o vocacional, pero las fábricas no son artesanales y la uniformidad en la calidad de los productos exige métodos y normas en cada empresa. Es así que el entrenamiento y conocimiento de la labor a desempeñar se imparte en las empresas, en poco tiempo, y no en escuelas, salvo el caso de técnicos especializados y de quienes diseñan los procesos de manufactura. Estos sí tienen que saber cómo funcionan y se organizan las operaciones. En parte por ello es que la falta de educación formal de los trabajadores nunca ha constituido un impedimento para instalar nuevas industrias.

El proceso de elevar los salarios reales funciona así: el capital invertido aumenta la productividad y reduce los costos de mano de obra por unidad de producto. Y es precisamente la economía lograda por la inversión de capital y motivada por afán de lucro de los dueños que se pueden aumentar los salarios sin subir los precios.

De nada serviría subir salarios si ello obliga a subir paralelamente los precios porque permanecería igual el poder adquisitivo de los asalariados. Tampoco se pueden aumentar demagógicamente los salarios a costillas de las utilidades porque los márgenes de utilidad no suelen ser grandes cuando existe la libre competencia y sin utilidades atractivas, los inversionistas retiran su capital y prefieren vivir de los intereses que pagan bonos o colocaciones a plazo fijo.

Por todo esto es importante que los funcionarios públicos, los políticos y legisladores latinoamericanos entiendan que sólo es posible aumentar salarios cuando es atractiva la inversión de capital adicional, ya que el capital invertido es lo que reduce el costo de la mano de obra por unidad producida, aumentando la competitividad de la nación.

Manuel F. Ayau Cordón es ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín y antiguo presidente de la Sociedad Mont Pelerin.

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