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Alejandro A. Tagliavini

El ejemplo de Suiza

La guerra en Irak fue mala como toda guerra, pero peor alternativa era dejar el tema Saddam en manos de la ONU, porque el trabajo de ese organismo estaba encaminado a fortalecer los esquemas estatistas que siempre derivan en violencia. La ONU jamás trabajó verdaderamente por evitar conflictos, por el contrario, desde que existe hace más de 50 años, el mundo estuvo completamente en paz solamente durante dos semanas.

Así, probablemente el país más pacífico del planeta, Suiza tiene razón cuando argumenta que para mantenerse neutrales y en paz con todos, no debe participar en organizaciones internacionales estatales, supuestamente dedicadas a la paz y el progreso, pero que en realidad son fuentes de conflictos, corrupción, coacción (violencia) y malgasto de recursos.

En principio, como decía Santo Tomás, la violencia es contraria al orden natural, a la naturaleza de las cosas, ergo, ineficiente, porque mal puede ser eficiente aquello que viola el funcionamiento intrínseco de las cosas.

La eficiencia se produce cuando las relaciones son voluntarias, dado que cada actor acepta la relación al maximizar su propio beneficio. Así se va tejiendo el entramado social que hace progresar al hombre y vivir en paz. Precisamente en el buen uso de la naturaleza es donde el hombre encuentra recursos para satisfacer su legítimo afán de progreso y en su naturaleza social (inevitable desde que se necesitan dos personas para la procreación) es dónde encuentra la cooperación voluntaria entre personas todas diferentes. Precisamente por ello son capaces de coordinar voluntariamente sus diferencias para provecho mutuo: quien sabe pescar pero no sabe confeccionar ropa, puede intercambiar con quien puede vestirlo con facilidad, pero no sabe pescar para alimentarse.

Por el contrario, cuando las relaciones son forzadas (como los impuestos), una de las partes no maximiza su beneficio. Precisamente por eso es que hay que forzarlo dado que voluntariamente no lo haría; ergo, no son relaciones eficientes. Y aquí es donde empiezan los desajustes sociales que terminan en conflictos irresolubles que, como se originaron en la violencia, tienden a resolverse violentamente.

En definitiva, la ONU surge de los impuestos coactivos sobre los ciudadanos y pretende imponer las decisiones de los Estados (coactivos) sin importar las relaciones voluntarias y espontáneas entre las personas.

El presupuesto de la ONU para el bienio 2000-2001 fue de US$ 2.535 millones, a lo que hay que sumarle las donaciones y los gastos de cada país para financiar a sus representantes. Para tener una idea, con ese dinero se podrían alimentar permanentemente a más de 5 millones de personas. Estos fondos son retirados coactivamente (por vía impositiva) de los ciudadanos del mundo. La ONU no maneja recursos propios sino ajenos, en consecuencia, poco le importa qué sucede con ellos.

Así, la corrupción es sistémica y abundante. Por ejemplo, en los peores momentos de la hambruna de Etiopía aprobó US$ 73,5 millones para construir un centro de conferencias en ese país, que más de 11 años después aún no se terminó y los costos aumentaron a US$ 107 millones. En enero de 1991, mientras 50 personas morían cada día en el campamento Dolo, del sur de Etiopía, la ayuda alimenticia de la ONU (la ACNUR) destinada a los exiliados somalíes terminaba en el mercado negro.

Para quienes creemos que a la vida hay que respetarla, no nos sorprende que organizaciones coactivas como el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Fondo de las Naciones Unidas para la Población y UNICEF hayan apoyado sistemáticamente y abundantemente programas como la "Maternidad sin riesgos", que reconoce el aborto entre los llamados "derechos sexuales y reproductivos".

Alejandro A. Tagliavini es miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas).

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