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Rubén Osuna

La clave está en la productividad

En un reciente debate televisivo tuve la ocasión de escuchar lo que el presunto hacedor del no menos presunto programa económico del PSOE, Miguel Sebastián, quería proponer. La verdad es que no propuso nada, pero bañó a la audiencia con un meloso leitmotiv que no paraba de repetirse, idéntico a sí mismo, a la manera de estribillo “pop”: productividad y más productividad.
 
Para empezar el idioma inglés distingue entre dos conceptos: el economista profesional y el economista académico (o científico), el primero relacionado con economy y el segundo con economics; también permite distinciones entre la política y las medidas políticas, politics y policy, lo segundo susceptible de una discusión racional. Lamentablemente en nuestro idioma no hay términos para esas distinciones esenciales. En la confusión terminológica vivimos, y en ella habitan muchos gurús made in spain.
 
La productividad es un concepto difícil, porque la ciencia económica atribuye el mérito del valor añadido obtenido a dos “factores” de producción: el trabajo y el capital. Y es sumamente complicado saber qué parte del resultado se debe a uno u otro factor, incluso en la teoría. El “capital” además es heterogéneo, y hablar de productividad del capital tiene dificultades adicionales bastante serias. La productividad alude a obtener más producción con menos recursos, pero cuando hablamos de “productividad” estamos utilizando siempre un índice tosco conocido como “productividad aparente”, que es el valor añadido (o conceptos similares, como el producto interior bruto) dividido por el empleo, es decir, cuánto valor se genera por trabajador. Ese parece ser el concepto que a Sebastián tanto fascina.
 
No es necesario mucho cálculo para construir una serie temporal de datos muy simple que muestre cómo la productividad aparente se dispara durante las crisis económicas. En efecto, durante una recesión la producción se estanca o se contrae, pero el empleo cae, y siempre más rápidamente que la producción. Las empresas aprovechan esos períodos de crisis para ajustar plantilla e incorporar equipo de capital nuevo, o para reorganizarse. No hay nada como una buena crisis para incrementar la productividad, una policy de invención española para la que sí tenemos término: solchagear. Cuando se critica la dramática herencia de desempleo que dejaron los socialistas no se comprende (qué injustos somos) que todo era parte de una ingeniosa política de estímulo de la productividad. No tiene sentido rebautizar términos cuando ya hay uno de uso generalizado y por todos aceptado, así que no procede hablar de sebastianear. A Dios lo que es de Dios y a Solchaga lo que es de Solchaga.
 
Cabe la posibilidad de que Sebastián esté planteando otra posibilidad más original: flexibilizar el mercado de trabajo para que las empresas tengan la posibilidad de ajustar plantillas con total libertad y a un bajo coste (que son las dos caras de la “flexibilidad”). En ese caso las empresas podrían hacer ajustes de su fuerza de trabajo que les permitieran operar en condiciones óptimas en todo momento, sin esperar a una crisis. Si eso no estuviera inventado hace mucho tiempo podríamos saludar la ocurrencia con un nuevo vocablo, pero lamentablemente no procede. Es más, en España ya se ha aplicado, pues después de mucho solchagear el PSOE aplicó (mal) esa flexibilización para mantener el barco a flote.
 
Habría que aclarar si este rollo de la productividad es hablar por hablar, si se está aludiendo a solchagear, si lo que se plantea es redefinir las reglas de juego en el mercado de trabajo (en el marco de un programa económico liberal), o si propone una política mixta de gasolina y extintor: primero solchageamos un poco y cuando huela a chamusquina flexibilizamos otro poco. Reivindicar el uso combinado de un mal y su remedio sí que merecería un nuevo término, porque hasta ahora no lo tenía: el sebastianeo.
 

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