No sé si conocen ese chiste de dos amigos que se encuentran después de mucho tiempo, y se preguntan por sus vidas. A uno le ha ido bien, y al otro francamente mal. El más afortunado le presta 6.000 euros al otro. Pasado un año vuelven a encontrarse y nada parece haber cambiado. El amigo afortunado presta 3.000 euros más a su amigo. Un año después se vuelven a ver y el préstamo ofrecido es esta vez de 1.000 euros. El amigo que venía recibiendo las ayudas protesta por el descenso continuado de las cantidades, y el otro se excusa argumentando que durante todo este tiempo han pasado cosas: se casó, se compró una casa, tuvo hijos... a lo que aquél responde contrariado: "no fastidies, le estás dando de comer a tus hijos con mi dinero".
La situación de nuestro país es la del chiste. El déficit de la balanza por cuenta corriente supera el 10 por ciento del producto interior bruto. Por decirlo simplificadamente, estamos gastando como país un 10% más de lo que somos capaces de producir. Y llevamos tiempo así. Nos han estado financiando esas alegrías hasta que la crisis financiera ha cerrado el grifo. Ya no nos prestan más. Culpar de esto a quienes nos venían financiando generosamente es ridículo.
Empieza a escucharse en la lejanía un runrún espeluznante: ya plantean que España salga del euro como única salida posible a la situación de crisis. El euro es como un barrio elegante, y vivir en él no está al alcance de cualquiera. Hemos mantenido las apariencias pidiendo préstamos. Ahora las opciones son dos, en teoría. Mudarnos a un barrio más humilde o ponernos las pilas para generar ingresos que nos permitan este nivel de vida. No hay más.
Abandonar el euro (mudarse) no es tanto una solución al problema como admitir la incapacidad de resolverlo. Nos llevaría a un desastre sin futuro, soportando sin esperanza unos tipos de interés mucho más elevados, una moneda fuertemente devaluada e inflación. Por otro lado, incrementar la productividad y capacidad competitiva de la economía no es fácil sin profundas y variadas reformas estructurales, económicas y políticas. Debió ser el principal objetivo de los distintos gobiernos desde antes de la entrada de nuestro país en el euro, pero no se ha hecho casi nada. La situación ahora es, claro está, mucho peor. Todo se hace más urgente. Pero el deterioro acumulado del sistema político y de las administraciones (hipertrofia, corrupción, ineficiencia) y los intereses creados hacen francamente difícil cualquier reforma de cierto calado, suponiendo que hubiera voluntad de acometerlas. Nadie quiere renunciar al botín acumulado.
A falta de soluciones, veremos maniobras de distracción, y nos señalarán un culpable, un chivo expiatorio, ya sea Bush, Trichet o, más adelante, el euro. Las masas asustadas se manejan mejor si les das un enemigo sobre el que cargar. Es esencial para poder salir de esto algún día que no nos dejemos engañar por los responsables, que tomemos conciencia de la situación y de sus causas.
Una característica especial de nuestro país es la absoluta falta de patriotismo de ninguna clase. La gente pertenece a una familia, una tribu, un partido, un sindicato. Más allá de eso no nos une nada. El resto está para pillar. Una vez escuché perplejo esto: "España es un país riquísimo. Tantos años robándole ¡y no se acaba!". Pues bien, se acabó. Algunos prefieren hundirse con el barco a ceder un palmo, y puede que sea eso lo que nos acabe pasando. Después de todo, hay países que se suicidan.