Disminuye la cifra oficial de desempleo, pero parece que más personas en las esquinas piden dinero para subsistir. Malabaristas, payasos, contorsionistas, vendedores de bebidas y de cables de celular, señoras que ofrecen parches-curitas y pastillas de menta, jóvenes famélicos que se abalanzan sobre los parabrisas y los lavan aunque el automovilista no lo requiera. Y, además, están los que sólo piden.
El otro día, una joven bastante atractiva se abalanzó a lavarme el parabrisas, que estaba limpio. Fue inútil explicarle que era innecesario. Además, yo en ese momento ya había agotado mi provisión de monedas con los cesantes de las esquinas anteriores. La niña atractiva me dijo que no me preocupara y quiso lavar el parabrisas gratis. Entonces debí acudir a la billetera para sacar el menor de los billetes, el cual lamentablemente resultó ser, como dicen ahora, no menor. La desempleada, compadecida, se portó muy decente y se resistió con moderación a aceptarlo. Yo insistí, también moderadamente, pero ella cedió y terminó por recibirlo.
Bueno, detrás de esto están las leyes socialistas "en favor del pueblo": la de salario mínimo obligatorio y la dañina reforma laboral del presidente Ricardo Lagos (que se originó bajo Frei y tuvo por objeto evitar que Lavín ganara la elección de 1999, lo cual, dado que la mayoría de los chilenos entiende estas cosas al revés, consiguió). En resumen, mucha gente joven y pobre no tiene ocupación. Todo el mundo les dice a los pobres que vivimos en democracia, pero ellos carecen hasta de la libertad básica de poder contratar libremente su trabajo. En el hecho, si se suma el salario mínimo obligatorio más las igualmente obligatorias cotizaciones de previsión, salud, seguro de desempleo (otra obra de Lagos), seguro de accidentes y demás gabelas, resulta una cantidad a la cual muy pocos contratan a los pobres y sin capacitación. Entonces, los más honestos entre ellos se van a las esquinas y los menos honestos, a delinquir. La falta de trabajo torna a las respectivas familias más pobres, y eso hace que la desigualdad en la distribución del ingreso se mantenga o deteriore, mientras la delincuencia va en auge. Por supuesto, la izquierda dice que tal situación es "intolerable" y culpa de ella al modelo neoliberal.
Todo esto es chino para los chilenos, mayoritariamente partidarios de, justamente, esas medidas que perjudican a los pobres, creyendo que los benefician. El salario mínimo obligatorio muy alto es tremendamente popular. También lo son las demás gabelas que encarecen la contratación. La mayoría celebra las leyes que "favorecen" a las mujeres, como las de salas-cunas, descansos pre y postnatales cada vez más prolongados y licencias extraordinarias para cuidar a los hijos, sin darse cuenta de que todo eso lo pagan ellas mismas. Resultado: a igual trabajo, las mujeres ganan, en promedio, 30 por ciento menos que los hombres.
Y que no se sonrían los hombres porque ellos también terminan soportando el costo de sus "conquistas". Los empresarios siempre pagarán según lo que la persona produce. Si se añaden al sueldo más y más conquistas, ese sueldo bajará más y más porque el total no puede cambiar. Y si la ley ordena que el total sea mayor, no habrá empleo. Esa es una ley de hierro, que ninguna ley de papel puede derogar.
Hasta los socialistas europeos se han dado cuenta. Como hoy uno de cada siete berlineses vive bajo el nivel de pobreza, el gobierno socialdemócrata está procurando deshacer sus "reformas laborales". Incluso acá, Lagos lo ha comenzado a intuir y defiende la flexibilización. Pero todavía queda mucho tiempo para que la gran masa de los chilenos lo llegue a entender.
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