Al hilo de las elecciones europeas celebradas recientemente y del guirigay continental con lo de la nueva Constitución, la fundación sueca Timbro ha presentado un magnífico estudio comparativo entre los Estados Unidos y la Unión Europea que invita, como mínimo, a la reflexión.
Los autores del estudio, dos clásicos del liberalismo sueco, Fredrik Bergström y Robert Gidehag, han partido de una sencilla pregunta. Si la Unión Europea fuese un estado más de los Estados Unidos, ¿pertenecería al grupo de los estados más ricos o a de los más pobres? Embebidos de esa presunta superioridad moral de la que muchos europeos hacen gala, nadie hasta este momento se había planteado la cuestión de una manera tan directa. Bergström y Gidehag por el contrario no se han conformado con hacérsela sino que han elaborado un concienzudo informe que, bien leído, deja a la vanidosa y autosuficiente Europa a la altura del betún.
El estudio es concluyente. Si la Unión Europea como tal formase parte de los Estados Unidos sería uno de los estados más pobres, exactamente el quinto estado más pobre de todo el país con un PIB per cápita ligeramente superior a Misisipí, Virginia Occidental, Montana y Arkansas, y algo más pobre que Oklahoma o Alabama. Incómoda posición que motivará el más que justificado sonrojo de algún lector. La estadística de la que se nutren los autores no es, como podría suponerse, de elaboración propia, sino una cuidada selección de datos provenientes de prestigiosas instituciones como el Instituto sueco de estadística, el Eurostat o la Oficina de Análisis Económico.
El PIB per cápita europeo es obviamente el promedio de todos sus países miembros, entre los que figuran potentes economías como la alemana y países más atrasados como Grecia o Portugal. En el estudio no figuran, afortunadamente, las naciones del este recién incorporadas a la UE. En tal caso la diferencia sería de mucho mayor calado. El eurócrata avisado o el europeísta fanático puede pensar que al promediar economías tan dispares lo lógico es que la posición final de la Unión sea tan, digamos, desfavorable, pero no, y es aquí donde viene la sorpresa. Naciones prósperas como Holanda o la propia Suecia tomadas individualmente se mantendrían en los puestos inferiores. Holanda, por ejemplo, sería sólo un poquito más rica que Carolina del Sur y algo más pobre que Kentucky. En cuanto a Suecia, el paraíso de la socialdemocracia y la redistribución de la riqueza, no superaría la renta del ciudadano medio de Alabama.
Los estudiosos suecos han ido más lejos de las frías cifras macroeconómicas relativas al PIB. Bergström y Gidehag se han detenido en lo que norteamericanos y europeos consumen. De un vistazo los primeros consumen casi el doble que los segundos. Unos 22.000 dólares al año los desventurados yanquis por apenas 12.000 dólares de los socialmente afortunados europeos. ¿Y en que gastan todo ese dinero nuestros aliados del otro lado del Atlántico?, pues, por ejemplo, en dotar de comodidades a sus hogares. En esto los datos son definitivos. El 53% de los hogares norteamericanos disponen de lavaplatos frente al 32% de los franceses. El 86% de las casas en Estados Unidos cuentan con microondas, en Dinamarca tan sólo el 31%. Los ordenadores personales no se quedan a la zaga, un 40% de hogares en Norteamérica cuentan con un PC, en Bélgica sólo el 22%. De este modo podríamos seguir y en casi todos los capítulos los Estados Unidos llevan una considerable ventaja. En lo único que los europeos lideran la clasificación es en el número de teléfonos móviles. España, por ejemplo, posee el doble de teléfonos móviles por cada mil habitantes que Estados Unidos.
Los norteamericanos no sólo disfrutan de más comodidades en el hogar sino que también tienen a su disposición casas más amplias. El promedio de espacio residencial por persona en Europa es de unos 35 m2, en algunos países como España incluso menos, los españoles nos conformamos de media con 25 m2. En Estados Unidos el norteamericano medio disfruta de 65 m2 de espacio residencial por persona,
y la casa norteamericana tiene unos 168 m2 de media frente a los 87 m2 de la italiana.
Casas más grandes y mejor equipadas. El doble de grandes y bastante más cómodas que las europeas. Mayor productividad e índices de desempleo menores. ¿A qué se debe semejante diferencia? Según los autores del estudio a una letal combinación de altos impuestos, incentivos erróneos y un tamaño desproporcionado del sector público. En definitiva, los denostados yanquis trabajan más, pagan menos impuestos y soportan una carga estatal menor. Resultado: son más ricos y destinan una mayor parte de su renta a lo que cada uno de ellos cree conveniente de un modo individual. La brecha además, y siguiendo el guión de Bergström y Gidehag, tiende a aumentar. Si congelásemos el PIB per cápita norteamericano del año 2000, a la Unión Europea le llevaría la friolera de 15 años alcanzarlo con las previsiones de crecimiento actuales. A algunos países incluso más. Italia por ejemplo no llegaría al PIB de los Estados Unidos en 2000 hasta el año 2022. Como el lector puede figurarse la economía norteamericana está lejos de congelarse, más bien todo lo contrario.
Si el presente, con 15 miembros pertenecientes a la crema de las economías europeas, es tan desalentador, más lo será un futuro incierto con el concurso de países que, en más de un caso, puede decirse sin temor que tienen un pie en el primer mundo y otro en el tercero. Muchas y muy profundas reformas van a hacer falta en la Europa comunitaria para que a la vuelta de una generación no se haya convertido en el furgón de cola del mundo desarrollado.